PropertyValue
rdfs:label
  • La foto de la abuela
rdfs:comment
  • Un día común y corriente en la casa de los Durán: Marta bailaba, Renata pintaba y Andrés… bueno, Andrés jugaba videojuegos. Hace meses que el olvidado niño del medio estaba embobado con su Xbox, había dejado de ver a sus amigos, ya no andaba en bicicleta por el parque, ni veía televisión con sus hermanas. Se había muerto su abuela, sí, pero el resto había logrado superar con aparente facilidad su pérdida; en cambio, Andrés sufrió un antes y un después luego de enterrar a su adorada "Mimi". - Está bien, mi niño, quizás olvidarme sea lo mejor. - No, no entienden. ¡Se fue! ¡Se la llevó!
dcterms:subject
abstract
  • Un día común y corriente en la casa de los Durán: Marta bailaba, Renata pintaba y Andrés… bueno, Andrés jugaba videojuegos. Hace meses que el olvidado niño del medio estaba embobado con su Xbox, había dejado de ver a sus amigos, ya no andaba en bicicleta por el parque, ni veía televisión con sus hermanas. Se había muerto su abuela, sí, pero el resto había logrado superar con aparente facilidad su pérdida; en cambio, Andrés sufrió un antes y un después luego de enterrar a su adorada "Mimi". Aquél día, mientras se cargaba un juego nuevo, vio el marco de fotos que tenía en la repisa con una foto de su abuela. Sintió pena y como la mayoría de los corazones jóvenes, saltó de la pena a la rabia. Se paró, tomó el cuadro y lo metió en un cajón con otras cosas que nunca revisa. Creía que lo más fácil sería olvidarse de ella, olvidar sus abrazos, sus consejos, su mirada. Volvió a jugar y se concentró por completo en el televisor. Al despertar, se fue medio dormido a encender su consola y al hacerlo se dio cuenta que el cajón estaba abierto. No recordaba haberlo dejado así en la noche y su madre no acostumbraba a meterse en sus cosas sin permiso. La foto de su abuela se encontraba en el mismo lugar del sucio cajón, junto a un par de baterías de carbón y varios lápices. Antes de dejar que la pena lo inundase nuevamente, cerró el cajón y olvidó el tema; tenía tiempo para jugar antes de ir a la escuela. Si le hubiesen preguntado al llegar a la casa qué había visto en el colegio ese día, no hubiese podido responder. Su concentración estaba por el suelo, ni siquiera le hizo caso a su amigo Raúl cuando le hacía muecas en la clase de Historia. Llegando a la casa, se le iluminó la cara ya que había dejado suspendido su juego y su meta era terminarlo a más tardar esa noche. Tal era su emoción que corrió a la pieza, cruzó su puerta rápidamente y no supo que chocó pero dio un salto repentino. Cayó al suelo y, adolorido, se volteó a ver qué le provocó ese tropiezo y tragó saliva frente a su descubrimiento. El mismo cajón, abierto hasta casi salirse de la repisa, parecía mirarlo como si se burlara de él. Se apresuró hacia él para así cerrarlo, cuando algo extraño en la foto de su abuela llamó su atención. Tenía el mismo marco en sus manos, eso era seguro, pero la foto de su abuela era lo diferente, parecía estar borrosa, como si alguien le hubiese volteado diluyente encima o algo por el estilo. ¿Qué podía ser? No había ni botellas de alcohol, ni perfumes, ni siquiera una olvidada botella con agua en aquél mueble. El dolor volvió a ser la prioridad en su cabeza y se levantó enojado, buscó cinta adhesiva en la pieza de sus hermanas y volvió a su cuarto. Dejó todas las orillas del cajón con cinta y prendió su Xbox, intentando olvidar todas las extrañas ideas que venían a su mente. Esa noche le estaba costando mucho dormir, se cambiaba de posición una y otra vez pero no lograba estar cómodo. Luego de un rato, no sabría decir cuánto tiempo, comenzó a escuchar ruidos desde la puerta. “La casa es vieja”, pensó, “la madera suena”. Pero el sonido era extraño y sin darse cuenta se le puso la piel de gallina. Sintió que su puerta se abría lentamente y entonces se tapó completamente con el cobertor, tiritaba. De pronto, la pieza estaba muy helada; comprendió que la puerta ya estaba completamente abierta y hacía tanto frío que le dieron ganas de orinar, pero obviamente levantarse al baño ahora era imposible. Lo que escuchó a continuación era la confirmación a todos sus miedos: alguien estaba en su habitación. Cerró los ojos y escuchó la cinta adhesiva despegarse lentamente de la madera, esto duró minutos, gracias a la cantidad de cinta que había usado en el cierre del cajón. Cuando ya se escuchaba el chillido del cajón abriéndose lentamente no aguantó más su temor, le corrían las lágrimas y se orinó en la cama. El miedo lograba acallar las ganas de espiar a quien fuese el misterioso intruso, pero todas sus dudas fueron saldadas cuando escuchó un susurro, increíblemente cerca de la sábana que le tapaba la cara: - Está bien, mi niño, quizás olvidarme sea lo mejor. Al reconocer la voz de su abuela se destapó rápidamente, pero no había nadie en su habitación. Caminó hacia el cajón, asustado, y entendió por qué dijo eso la abuela: de su foto solo quedaba el marco. Cayó al suelo y se puso a llorar, no quería olvidar a su abuela, había sido un tonto. Pensaba en que ahora su abuela creería que no la quiere en su vida, cuando en realidad era a la única que quería en ella. Necesitaba que lo abrazara y le dijera que todo iba a estar bien, que lo mirara a los ojos y le dijera... Se dio cuenta de algo espantoso, ya no recordaba la mirada de su abuela, no recordaba el color de sus ojos o si tenía largas pestañas, nada. Se desesperó: - ¡No, abuela! ¡Esto no es lo que quiero! -gritó al cielo- ¡No me dejes por favor! Llegaron sus papás a la pieza preocupados, hasta sus hermanas se despertaron. - ¡La foto de mi abuela! -Exclamó- ¡Desapareció! ¡Se la llevó! - Ay, hijito, tranquilo la buscaremos -Le dijo su mamá. - No, no entienden. ¡Se fue! ¡Se la llevó! - ¿A dónde se la va a llevar hijo? Tranquilo, vamos, te daré un vaso de leche Dijo saliendo de la pieza su papá. ¡Eso era! La idea inundó su cabeza y sin darle explicaciones a nadie salió corriendo de la casa, tomó su bicicleta y en segundos ya estaba cuadras más allá. La familia se preocupó: la mamá pensaba en llamar a la policía, el papá insistía en salir a buscarlo en el auto. ¿Pero dónde? Renata calmó la discusión: - Creo que sé a dónde va. Andrés pedaleaba a toda velocidad, el viento quitaba dolorosamente las lágrimas de su cara. Pasó un par de avenidas y casi lo atropellaron, pero no se detuvo. Cuando llegó al cementerio tiró la bicicleta y corrió hasta la tumba de su abuela. El lugar era muy grande, pero recordaba a la perfección dónde la habían enterrado. A metros de distancia bajó la velocidad, se secó de nuevo los mocos y las lágrimas con la manga de su pijama. Caminó lentamente y ahí estaba la foto, entre medio de las últimas flores que le habían dejado. La tomó tembloroso y la vio emocionado, su hermosa Mimi de ojos azules sonreía hacia él, quien había tomado la foto en su cumpleaños, se tiró al suelo. - No me dejes abuelita, quédate conmigo -Susurró, no esperaba respuesta. - Siempre -Escuchó a su espalda y sintió un beso en la nuca. Se rió, siempre le daba esos besos y le producían cosquillas. Se quedó en el suelo, abrazando la foto, entendiendo ya que su abuela solo había muerto, no lo había abandonado y que mientras él la recordara, estaría viva. Cuando llegó su familia al cementerio Andrés estaba saliendo por la puerta, guardó la bicicleta en el auto y partieron a casa. Nadie nunca habló más del tema, ni le preguntó qué pasó, ya no importaba. Andrés volvió a ser el niño feliz de antes y su madre, contenta, cada vez que limpiaba su cuarto y le sacaba el polvo a la foto del velador, miraba a su madre y decía al aire: - Gracias. Categoría:CC Categoría:Fantasmas