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  • El regalo de Cristina
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  • right|278px -¡Feliz cumpleaños, Cristina!- le corearon todas las niñas allí presentes. -Espero que te guste tu regalo- comentó Isabel, la mayor-. Lo hemos elegido todas especialmente para ti. Todas las niñas se miraron nerviosas y sonrieron en silencio. -¡Gracias! Pero lo abriré después del pastel. -¡No! ¡Tiene que ser ahora! -Sí, ¿por qué no lo abres ahora?-le sugirieron las gemelas Ana y Rosario Martínez al unísono. -Mejor desp... -¡No! ¡Ábrelo ahora! Te va a gustar-le sugirió magdalena con una extraña entonación. -De acuerdo, mamá. -Ábrelo-le estimularon sus amigas con un extraño susurro.
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  • right|278px -¡Feliz cumpleaños, Cristina!- le corearon todas las niñas allí presentes. -Espero que te guste tu regalo- comentó Isabel, la mayor-. Lo hemos elegido todas especialmente para ti. Todas las niñas se miraron nerviosas y sonrieron en silencio. -¡Gracias! Pero lo abriré después del pastel. -¡No! ¡Tiene que ser ahora! -Sí, ¿por qué no lo abres ahora?-le sugirieron las gemelas Ana y Rosario Martínez al unísono. -Mejor desp... -¡No! ¡Ábrelo ahora! Te va a gustar-le sugirió magdalena con una extraña entonación. -Venga, qué más da, Cris-le animó su madre-. Si les hace ilusión a tus amigas, ábrelo ahora, mientras yo voy a la cocina. -De acuerdo, mamá. Depositó la caja sobre la mesa. Pesaba un poco. Y había algo suelto dentro de ella. Si la agitaba, como ya había hecho, emitía un extraño y molesto zumbido. -Ábrela con cuidado. No se romperá. Pero es algo que has de tratar con cuidado-le sugirió Patricia, su amiga de toda la vida. Cristina le hizo caso. Retiró la cinta lila decorada con destellos de purpurina. Un lazo precioso. Comenzó a retirar el papel de colorines por la zona donde habían enganchado cinta adhesiva. Su madre siempre le había dicho que era de muy buena educación abrir los regalos de esa forma y no rompiendo el papel de forma brusca y salvaje. Descubrió una caja de cartón tosca. Con algunos agujeros a modo de estrías en los lados de la misma. Cristina se la miró. No era un regalo comprado en una juguetería. No había letras impresas, ni dibujos del contenido ni nada que se pareciera. -Ábrelo-le estimularon sus amigas con un extraño susurro. A Cristina ya no le hacía mucha gracia ver lo que había dentro. Algo en su interior le decía que ese regalo no le iba a gustar. -!Ábrelo!-le ordenó Patricia con un cierto tono de impaciencia y severidad que a Cristina no le agradó en absoluto. La niña retiró el adhesivo de las tapas de cartón. Lo que había dentro de la caja se agitó. Ella retiró la mano y justo cuando iba a llamar a su madre, Isabel le agarró de la cabeza con fuerza y le tapó la boca. Esta hizo una señal y las gemelas se acercaron a la silla y le agarraron el cuerpo y las piernas sin que tuviera tiempo a escapar. Patricia agarró la mano de su mejor amiga y la colocó sobre la mesa, a unos centímetros de la caja. Retiró el adhesivo que quedaba por despegar y, tras golpear rápidamente las pestañas de la caja, de su interior surgió una especie de insecto repulsivo, del tamaño del puño de un adulto. Parecía una especie de escarabajo, ya que su cuerpo estaba protegido por una coraza brillante negro azulada y disponía de una especie de alas atrofiadas a ambos lados de las patas traseras que sacudía muy seguido y nerviosamente. Pero eso no era un escarabajo. Aquello no era un animal. “El regalo“ avanzó por la mesa torpemente, moviendo lentamente sus doce patas, derribando en su caminata algún vaso de plástico vacío o pisoteando la bandeja de bocadillos que la madre de Cristina había preparado aquella mañana con mucho tesón. Se detuvo delante de la mano de la niña, que no hacía más que tratar de deszafarse del acoso de sus amigas. Lloraba de miedo y sintió que se estaba haciendo pis encima. El extraño ser escudriñó la mano con una especie de antenas largas llenas de diminutos pelos. Cristina descubrió que eran urticantes. Trató de gritar por el picor, pero sobre todo porque estaba muy aterrada. Pero no pudo. Y eso que lo intentó hasta el final... El animal emitió una especie de aullido muy fino, parecido al maullido de un gato. Estaba satisfecho con lo que había encontrado. Sacudió su cuerpo, alzó la cabeza y enseñó a los allí presentes una boca redonda, rojiza, llena de dientes afilados como agujas. Empezó a devorar la mano de la niña sin pausas, pero sin prisas, con una mezcla de ira y glotonería. Lo que más le gustó fue comerse sus tiernos y rechonchos dedos. -¡Feliz cumpleaños, Cristina!-corearon sus amigas entre risitas-. Te lo deseamos de todo corazón. Categoría:Mentes trastornadas