PropertyValue
rdfs:label
  • Lágrimas de vida
rdfs:comment
  • center Por querer saber y no poder, a veces la vida nos hace cometer actos inconscientes que nos perjudican más de lo que se cree. Nada se puede hacer para evitar que pasen cosas que nos disgustan, sólo nos queda sufrir y esperar, sentirnos impotentes y débiles ante ella. Se nace por algún motivo y por lo mismo también uno se va cuando le toca. Otras veces hay que quedarse y extrañar a quien por alguna razón tuvo que abandonar la vida en contra de su voluntad. Hay días que parecen no terminar nunca. Aquel era un día de esos, vacío, sin fin. Llovía.
dcterms:subject
abstract
  • center Por querer saber y no poder, a veces la vida nos hace cometer actos inconscientes que nos perjudican más de lo que se cree. Nada se puede hacer para evitar que pasen cosas que nos disgustan, sólo nos queda sufrir y esperar, sentirnos impotentes y débiles ante ella. Se nace por algún motivo y por lo mismo también uno se va cuando le toca. Otras veces hay que quedarse y extrañar a quien por alguna razón tuvo que abandonar la vida en contra de su voluntad. Hay días que parecen no terminar nunca. Aquel era un día de esos, vacío, sin fin. Llovía. Huí hasta llegar allí. Estaba sentada bajo un árbol, aislada de toda realidad inquietante, con su foto en mi mano y llorando con prudencia, miedosa de soltar repentinamente toda la pena de esos nueve años atrás en los que me guardé todo mal, egoísta para compartir con los demás mi pesar tan celosamente escondido. Todo se iba almacenando en la despensa de mi corazón sin que nada, ni el más mínimo pedazo de amargura, fuera a otro destino que no fuera el dolor mismo. Yo, que sabía que así estaba consiguiendo perjudicarme más, ni hacía ni intentaba hacer nada por evitar que siguiera allí machacando las pocas partes racionales que en mí quedaban. La lluvia fiel me acompañaba. Sus gotas, frías como la muerte, me hacían estremecerme contra el suelo embarrado. Mirar su foto con ese gesto de desesperación, de impotencia ante la vida, hacía que aflorara mi tristeza; me llevaba a enfadarme más con él, con Dios y con el mundo, a gritarle a llantos inútiles que volviera, mientras todo mi alrededor temblaba confuso por los golpes de mi repentina locura. Aun seguía sin entender nada, sin saber por qué me dejó vivir engañada siete años, por qué todos me lo escondieron, por qué me hicieron creer su ausencia por culpa de algo tan irremediable y descubrir brusca y malamente que, además de abandonarme a su pesar, se fue injustamente como pago por cometer un error ajeno a la razón humana. ¿Y esa era razón para ponerme así? La respuesta la posee la única parte de mí que yo no sé controlar y quizá nunca llegue a saberla. ¿Era rabia por eso o era una simple excusa para vomitar todo el dolor? Tal vez sea más acertada la segunda opción porque pasados los años la causa de su muerte ya no importa mucho, sea por lo que sea se fue y no volverá más, ni siquiera en sueños. Ya mis fuerzas, después de tanto inútil esfuerzo, se dejaban escapar. No pude moverme de ahí en toda la noche. Dormía, con la cabeza tan revuelta y cansada de buscar en vano que terminó quedándose vacía. De repente desperté; no sé cómo, ningún ruido se dejaba notar. Abrí los ojos y lo vi sentado frente a mí, mirándome tan cariños-amente que todo el dolor que sentía huyó de mi espíritu, dando lugar a una paz insoportable. Me quedé inmóvil, ni mis manos, del impacto, temblaban; no sentía mi cuerpo y mi voz dejó de sonar. Sólo lo miraba sin pestañear, llevada a ello por una fuerza sobrenatural. No había nada ya, yo ya no estaba en ese bosque, tampoco me encontraba dentro de mi cuerpo. Ahora sólo estábamos él y yo, flotando en medio del vacío de la nada. Quise acercarme a él pero no podía, aquella fuerza me lo impedía. Él se acercó a mí y me tocó, haciendo escapar de mi ser todo lo que me estaba devorando, sustituyéndolo por una inconcebible tranquilidad. Me abrazó y sentí cómo un escalofrío hacía dar un vuelco a mi corazón. Cerró mis ojos con un beso y desapareció. Ya no le sentía a mi lado pero seguía teniendo en mi ser esa gran paz. Cuando logré abrir los ojos seguía en ese bosque pero ahora era hermoso. Ya no sentía rabia, sólo quería llorar de melancolía y emoción; también sentía tristeza por su ausencia aunque esta vez era diferente: se trataba de una sensación que me superaba pero ahí estaba él, invisible aunque presente, para ayudarme a sonreír de forma espontánea, a superar todos los obstáculos que podían conmigo. Todo ese bienestar me hizo volver a casa, a la realidad; tal vez fue un retorno a mi propia realidad, la única verdadera para mí, la única que yo era capaz de sentir, de ver y de seguir. Es cierto que la verdad duele, por eso se la esquiva constantemente cerrando los ojos para no verla y los oídos sordos ante lo que no les interesa. Quise pensar que nada había ocurrido, que él no había venido porque nunca se había ido. Pero eso era una utopía. Lo único imposible en esta vida era lo único que yo deseaba. El golpe de los zapatos sobre el suelo del pasillo, camino a mi habitación, era lo único que oía. Llegué y triste me tiré en la cama con intención de dormir y una lágrima en un ojo que, tímidamente y con paciencia, se dejaba caer sobre mi cara. Cuando me desperté ya era de día. Había dormido tan profundamente que perdí la noción del tiempo por unos largos segundos. Al tomar conciencia supe que me había despertado porque estaba sonando el teléfono, aunque seguía dudando si formaba parte de un sueño. Ya no sonaba pero corrí hasta la puerta. Me quedé un instante inmóvil frente a ella esperando que volviera a sonar, con la esperanza de oír algún ruido para cerciorarme de que todavía no había cruzado la frontera de lo racional. Me pareció, muy vagamente, oír un golpe de algo pesado, proveniente del otro lado de la puerta. Pero me convencí de que era otra de mis fieles paranoias mentales y volví hasta mi habitación otra vez, cansada de tantas decepciones. Me asomé a la ventana y como no vi a nadie me dije a mí misma que seguramente habría sido el cartero. Pasados escasísimos segundos, sin llegar al minuto, sonó el timbre. Es increíble lo que se puede llegar a pensar en cuestión de milésimas de segundo. En lo que duró el camino hasta allá -que no fueron más de diez pasos con mis cortas piernas- llegué a la conclusión de que quien llamó al telefonillo y a quien yo no pude contestar, habría logrado subir por otro medio, y en todo el tiempo que yo estuve recapacitando sobre si había o no alguien esperando a que yo abriera, subió hasta la puerta de mi casa. Abrí, encontrándome sólo una gran maleta apoyada sobre el felpudo de la entrada, lo que me sorprendió bastante. Mientras me agachaba para agarrarla y examinarla tranquilamente desde casa, alguien me dio un toque en la espalda. Me giré bruscamente y me pareció ver a mi padre. Eso era imposible, así que cerré los ojos para liberar tensiones y ver la realidad, a la persona que estaba ante mí y para no seguir hundida en mi triste y subjetiva fantasía. Pero al abrirlos volví a ver exactamente lo mismo. Esta vez no podía estar engañándome, no podía ser una imaginación mía. Él era real, tanto que me asustó pensarlo. Categoría:Sueños/Dormir Categoría:Fantasmas