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  • La luna fue testigo
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  • Cuando le vi entrar al bar, fue instantáneo. Ella me miró, y ahí supe que no estaría mal jugar un rato. A juzgar por sus gestos, sería sencillo; es más, no debía preocuparme siquiera por esforzarme mucho, sólo sería una movida sencilla. Ella se acercó a la barra y yo comencé. No me molesté en verla, sólo me concentré en mi bebida. Sin embargo, sus constantes murmullos y el sonido de sus uñas golpeando la madera de la barra a ritmo apresurado llamaron mi atención. La miré de reojo, y tal parecía que simplemente no sabía qué ordenar. Y soy un caballero, pero quizás no demasiado agradable.
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  • Cuando le vi entrar al bar, fue instantáneo. Ella me miró, y ahí supe que no estaría mal jugar un rato. A juzgar por sus gestos, sería sencillo; es más, no debía preocuparme siquiera por esforzarme mucho, sólo sería una movida sencilla. Ella se acercó a la barra y yo comencé. No me molesté en verla, sólo me concentré en mi bebida. Sin embargo, sus constantes murmullos y el sonido de sus uñas golpeando la madera de la barra a ritmo apresurado llamaron mi atención. La miré de reojo, y tal parecía que simplemente no sabía qué ordenar. El barman se acercó a ella consultando qué bebería, y ella sólo respondió con gestos indecisos. Decidí iniciar el juego: dejé el vaso de whiskey ya vacío a un lado y me dirigí a Barnaby. — Dele un cóctel suave a la señorita; no queremos que el alcohol afecte su caminata hacia la plaza –Al tiempo que hablaba, deslicé el dinero por la superficie de madera hasta el barman, que asintió luego de tomarlo y comenzó a preparar el trago mientras yo me levantaba. Dediqué una mirada rápida a los ojos de la morena, que pareció durar un poco en entender la cortesía y la invitación. Me reí para mis adentros, dándole una fugaz sonrisa antes de salir del lugar; reconozco mi atractivo (punto fuerte en mi labor), así que no necesitaba más. Extraje de mi bolsillo un encendedor y una caja de cigarrillos, tomé uno entre mis labios y la guardé, para luego encender el extremo del cigarro. Exhalé una pequeña bocanada de humo al aire, entreteniéndome un poco con la nube que subía y opacaba la imagen del farol encima de mí, hasta esparcirse. Así, ocultando mis manos en los bolsillos, me encaminé a través del laberinto de calles en dirección al lugar de encuentro, mientras asentía suavemente hacia la sombra que me observaba desde un callejón. El camino no era demasiado largo, pero sí oscuro y solitario; aunque aún había algunas personas recorriendo las calles por los sitios de entretenimiento nocturno, como lo fue en mi caso, pero me dispuse a ignorar las invitaciones de las prostitutas porque ahora tenía trabajo que hacer. Ya me divertiría luego con ellas. Admito que estaba emocionado. Era la primera de la noche, y a juzgar por su mirada, ya estaba hecho “lo más difícil”; pero como siempre, no tengo por qué cambiar mi expresión si no hay una mujer que atar a mí. Al poco tiempo, llegué a destino. La plaza se hallaba tan solitaria como de costumbre, y sólo los gatos callejeros ocupaban el lugar. Apenas pisé el camino empedrado de la entrada, esos animalejos entraron en estado de alerta; reí entre dientes cuando se levantaron de sus puestos y se alejaron de mi vista: esos eran mis únicos testigos vivos, y no me importaba que supieran lo que hacía en las noches porque nunca podrían hablar. Me senté en una de las bancas del lado menos iluminado del lugar, y esperé. Me puse cómodo, tomando el cigarrillo entre mis dedos para exhalar algo de humo, y recostándome del espaldar del asiento. Pasaba el tiempo, y sabía que él se estaba impacientando entre los árboles. Por mi parte estuve relajado; es obvio que no iba a ser instantáneo. En estos momentos, ella estaría frente al bar, pensando en los comentarios que hacía el buen Barnaby sobre mí y el aceptar mi invitación, y decidiendo si encaminarse apresurada hasta aquí, imaginando que le esperaría un agradable caballero. Y soy un caballero, pero quizás no demasiado agradable. Finalmente, la luz de los faroles de la lejana calle reposó sobre los cabellos ondeantes de la morena. Miraba de un lado a otro, aparentemente buscándome. Sonreí para mis adentros, apagué los restos del cigarro en el banco y me puse de pie, llamando su atención al saludarla con la mano. Mientras ella se aproximaba lo miré a él de reojo, y le indiqué que aguardara un poco más con la mirada. Era un fastidio tener un “compañero”, pero me servía para cargar con todo. Ella llegó frente mío con una sonrisa nerviosa. Sumamente jovial, no pasaría los veintiún años. Se veía saludable, buen peso, buen aspecto; era una buena “presa”, ciertamente. Iniciamos una pequeña conversación algo trivial. Agradeció por el trago, y me comporté lo más cordial y cortés que pudiese fingir con ella. Le hice caminar conmigo por el lugar, y vaya que a la joven le encantaba hablar. Hablar, y hablar, y hablar… Suerte que mi paciencia es casi divina. Entre su habladuría, correspondida sólo por un par de palabras mías, supe que había llegado del campo a la ciudad con esperanza de vivir “mayores emociones” lejos de sus padre. Cada vez me emocionaba más y me ayudaba de eso para sonreír más amigable y corresponder sus insinuaciones; había elegido un ejemplar excelente. Una pequeña “niña de papá”, confiada e inexperta en las calles oscuras, que tal parecía estar dispuesta a todo conmigo… Era perfecto. Unos minutos fueron suficientes para darle suma confianza, la suficiente como para tomarla de la cintura mientras caminábamos, y bajar poco a poco hasta su trasero. La atraje hasta el área boscosa, llevándola a lo más oculto y oscuro, en donde nadie podría vernos o escucharnos. Cuando estábamos ante la presencia de un árbol, aumenté los coqueteos. Aproveché el creciente calor de la situación para acorralarla contra el árbol. Ella sonrió, mordió sus labios cuando recorrí sus costados con mis manos y no dudó en corresponder cuando me apoderé de su boca. Reí para mis adentros cuando ella llevó sus manos a mi cuello y bajó para recorrer mi pecho. Vaya tonta era, aunque me estaba entreteniendo un poco… Pero no hay que combinar el trabajo con el placer. O por lo menos, no con este tipo de placer pues, adoro mi labor. Cuando mis atenciones a su cuerpo y las caricias de mis labios en su cuello la tenían hipnotizada, era el momento. Subí una de mis manos hasta su mejilla en caricias, y alcé mi rostro a ella para darle un beso cargado del deseo que de hecho, no sentía. Me separé repentinamente, mirándola con una sonrisa, acariciando sus cabellos y entrelazando estos en mis dedos… La sonrisa lujuriosa de su rostro se borró apenas los sujeté con rudeza, haciéndole soltar un quejido ante el dolor. No le di tiempo de hablar cuando halé su cabeza hacia mí, y terminé aplastando su cráneo contra el árbol con toda mi fuerza. Me aparté sonando mis nudillos, dejando al cuerpo caer libremente en la hierba. No estaba muerta, pero lo estaría en un rato. No se movía, no hablaba, pero sus jadeos demostraban que seguía consciente; así me gustaba que fuera. Sonreí abiertamente para mis adentros, pues ya no había razón para hacer mueca alguna. Escuché que él llegaba apresurado mientras yo me colocaba los guantes, y me entregaba el bisturí, retirando las ropas de ella. Al fin, era el momento de tomar la mercancía que escondían sus entrañas, aquellas tan bien pagadas en este oscuro negocio. Era sumamente divertido ser uno de los perros del mercado negro, ser un Cazador. Las ganancias eran increíbles y una buena justificación para realizar mi actividad favorita. Esa noche, sólo los ocultos gatos y la santa luna fueron testigos de los cortes y extracciones que realicé al cuerpo vivo y consciente de aquella niña tonta. Esa noche, sólo los cobardes gatos y la pobre luna conocieron el rostro mutilado de la primera presa del día y el de su buen depredador.