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  • Sed De Sangre
  • Sed de Sangre
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  • thumb|324pxDesde el día de su Sanguinación hasta su muerte en combate, los Ángeles Sangrientos no sólo luchan con incontables enemigos, sino también con una ardiente ansia en su interior que debe ser controlada en todo momento. Es la Sed de Sangre (también llamada Sed Roja). La Sed de Sangre es el secreto más oscuro y la mayor maldición de los Ángeles Sangrientos, pero al mismo tiempo es su mayor salvación, porque les mantiene humildes y les hace comprender sus propios errores.
  • Poco a poco la satisfacción de la caza se iba mitigando, el mero acto de beber ya no era suficiente, y ese oscuro rincón de su interior donde habitaba el placer obtenido, se iba convirtiendo en un páramo desierto y helado. Día tras día, el vacío crecía y lo devoraba todo; el único consuelo que tenía era la complicidad del gato, aunque tampoco era suficiente, dada la naturaleza de los felinos, siempre ansiosos de libertad, reacios a las ataduras de ningún tipo. Por mucho que buscaba, no encontraba ninguna víctima digna de sus exigencias, y empezó a cuestionarse su extraña naturaleza.
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  • Poco a poco la satisfacción de la caza se iba mitigando, el mero acto de beber ya no era suficiente, y ese oscuro rincón de su interior donde habitaba el placer obtenido, se iba convirtiendo en un páramo desierto y helado. Día tras día, el vacío crecía y lo devoraba todo; el único consuelo que tenía era la complicidad del gato, aunque tampoco era suficiente, dada la naturaleza de los felinos, siempre ansiosos de libertad, reacios a las ataduras de ningún tipo. Por mucho que buscaba, no encontraba ninguna víctima digna de sus exigencias, y empezó a cuestionarse su extraña naturaleza. Dejó de cazar; se sumió en un estado de apatía del que nada podía sacarla, ni siquiera el olor de la sangre de las presas más tiernas y jóvenes, con su promesa de belleza e inmortalidad. Una noche sin luna, mientras vagaba por las calles desiertas, se tropezó con un vagabundo escondido bajo unos cartones, semiinconsciente por el frío y la borrachera de licor barato. Se detuvo frente a él, y tras contemplarlo un instante, hizo un esfuerzo por sobreponerse a su apatía y saciar la sed que no sentía, pues sus fuerzas estaban mermando claramente, poniendo en peligro su supuesta inmortalidad. Se arrodilló a su lado, cogiendo con suavidad la cabeza del pobre hombre entre sus manos, para girarla y exponer el demacrado y sucio cuello. En ese momento reparó en las heridas que cruzaban su pecho, manchándole la camisa de sangre aún tibia. Movida por la curiosidad, separó de un tirón los jirones que cubrían apenas un torso desollado, con jirones de carne expuestos. Sin sentir la menor curiosidad por la causa de las heridas, e ignorando los gemidos de dolor del infortunado, pasó la yema de su dedo índice por una profunda herida situada sobre el esternón, y lentamente, lamió la sangre recogida. Tenía un gusto diferente, amargo, fuerte, como el humo proveniente de la incineradora a las afueras de la ciudad, repugnante pero al mismo tiempo fascinante, y con un ansia cada vez mayor, fue arrancando pedacitos de carne para lamer la sangre de su superficie. Entonces quedó a la vista el corazón, apenas protegido por un ridículo armazón de huesos quebradizos, que no opusieron resistencia a sus manos habituadas a matar. Los agónicos aullidos del vagabundo se perdieron en la oscuridad del callejón, sin que nadie los oyera, ni siquiera su verdugo, pues la excitación por lo que estaba a punto de ocurrir hacía rugir la sangre en sus oídos, borrando para sus sentidos todo lo que no fuera ese músculo palpitante, cálido y resbaladizo. Hundió la mano entre los huesos astillados, y de un solo tirón, arrancó el corazón de lo que ya sólo era un bulto gimiente y sin salvación. Nunca ha habido bocado más exquisito, ni placer más insoportable que aquel primer mordisco a la carne aún viva; ese sabor recién descubierto se impregnó en lo más recóndito de su cerebro, despertando un instinto mucho más fuerte y primigenio que la sed de sangre: la posesión del espíritu del hombre devorado.
  • thumb|324pxDesde el día de su Sanguinación hasta su muerte en combate, los Ángeles Sangrientos no sólo luchan con incontables enemigos, sino también con una ardiente ansia en su interior que debe ser controlada en todo momento. Es la Sed de Sangre (también llamada Sed Roja). En la batalla, los Ángeles Sangrientos pueden controlar este ansia para provocar una ferocidad que da al Capítulo su fama de brutalidad en el asalto. Sin embargo, en ocasiones la Sed es tan grande que los Ángeles Sangrientos olvidan su noble herencia y pierden completamente el control sobre sí mismos. No es extraño oír que escuadras de Ángeles Sangrientos en posiciones ventajosas las abandonan para lanzarse al combate cuerpo a cuerpo. Muy a menudo, esos asaltos resultan ser tan devastadores que las fuerzas enemigas son simplemente barridas. Los eruditos paranoicos denuncian ésto como el primer síntoma de su acercamiento al Caos. La Sed de Sangre es el secreto más oscuro y la mayor maldición de los Ángeles Sangrientos, pero al mismo tiempo es su mayor salvación, porque les mantiene humildes y les hace comprender sus propios errores. Se han dado casos de civiles que han desaparecido cuando los Ángeles Sangrientos han tenido que permanecer esperando órdenes en algún mundo distante y que han aparecido más tarde desangrados (Paraíso de Rukh, Cinturón de Amerialla, Q34/9/4503/RT/ Segmentum Ultima, 6.569.347.M36). Es posible que se trate de estratagemas cultistas para desacreditar al Capítulo. Hasta puede que se trate de sacrificios hechos por algún indígena en honor de esos visitantes con apariencia de dioses. No obstante, aquellos historiadores imperiales con mentes imaginativas claman que se trata de asesinatos que llevan a cabo los Ángeles Sangrientos poseídos por una sed impura. La Sed Roja es uno de los dos fallos genéticos de los Ángeles Sangrientos y sus Capítulos Sucesores. Esto provoca que los guerreros sientan una inusual sed de sangre, que les mueve a beber la de sus enemigos o al menos a derramarla. Aquellos que sucumben a la Sed Roja de forma irreversible son encerrados en la Torre de Amareo de Baal, hasta que cambian por completo y se vuelven locos. Para evitar éste destino, cualquier marine preferiría ser ejecutado. Estos rasgos también han pasado a sus Capítulos Sucesores, como los Desgarradores de Carne, los Bebedores de Sangre o los Ángeles Sanguinarios. Se creía hasta hace poco que uno de esos descendientes, los Lamentadores, había logrado de alguna forma eliminar los fallos de la semilla genética de Sanguinius, pero no sólo ha sufrido una terrible mala suerte a lo largo de su historia, sino que además recientemente han aparecido también esos fallos entre sus filas. Existen muy pocos informes de casos de inestabilidad genética durante los primeros años del Imperio o a lo largo de los siglos en los que los Ángeles Sangrientos fueron cobrando forma. Sin embargo, hoy en día, debido a la sed de batalla que sienten, una sed de sangre, hace que los Ángeles Sangrientos se consideren inestables. Su temible reputación los aleja de muchas alianzas con diferentes fuerzas imperiales. Es así como su maldición se ha extendido como un cáncer no solo en el cuerpo y la psique de los Ángeles Sangrientos, sino también en su honor.