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  • Extraña anécdota
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  • Hay momentos en la vida que nos pueden llegar a marcar de la más inesperada manera, presentándose ante nosotros de una manera tan efímera y en ocasiones tan fútiles. Pienso yo que estas es una de esas veces en las que en una sola noche gran parte de mi vida cambio. Y no para bien. Mi primer pensamiento fue este, "Terrible sería si mi perro alguna vez se perdiera quedándose afuera; a la intemperie donde ninguna mano pueda ayudarlo o más bien, no quiera", por lo que dos sentimientos no esperaron para brotar en mi pecho, fueron la tristeza e indignación.
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  • Hay momentos en la vida que nos pueden llegar a marcar de la más inesperada manera, presentándose ante nosotros de una manera tan efímera y en ocasiones tan fútiles. Pienso yo que estas es una de esas veces en las que en una sola noche gran parte de mi vida cambio. Y no para bien. Todo comenzó cuando siguiendo la negruzca sombra de mi perro a quien había sacado a la calle para que haga sus necesidades biológicas; mientras era bañado por la azulada luz de la luna, absorto en mis extraños pensamientos, súbitamente oí a lo lejos unos agudos gemidos que parecían de aquellos emitidos por los perros cuando sufren de melancolía, pesar o dolor. Al girar la vista, arrancado de mi abstracción, vi al más feo perro que os podáis imaginar, intentando bajo todos los medios auditivos posibles, entrar a una casa que al parecer no le pertenecía. De la casa se hablaban muchas cosas, unas ciertas y otras no, siendo considerada de esas infraestructuras que siempre despiertan creencias populares entre la gente, pero, que a un racional escéptico como yo, pueden ser fácilmente pasadas por alto casi intrínsecamente. Mi primer pensamiento fue este, "Terrible sería si mi perro alguna vez se perdiera quedándose afuera; a la intemperie donde ninguna mano pueda ayudarlo o más bien, no quiera", por lo que dos sentimientos no esperaron para brotar en mi pecho, fueron la tristeza e indignación. La tristeza culminó en pena cuando me acerqué y vi su tan corroído aspecto, era perra y lo pude notar por sus escuálidos pezones rosados que sobresalían por entre el pelaje blanco y miserablemente sucio que al parecer se le había caído a causa de quien sabe cuántas enfermedades de la piel que nadie quiso curar. Sus ojos emanaban desesperación, pero también una tenue chispa de esperanza cuando estos chocaron con los míos en un lúgubre impacto. La indignación surgió en cambio casi al instante, y quien sea de los míos también la habrá sentido al llegar a este punto del relato. Mi mente comenzó a esbozar entre efímeras visiones, las más disparatadas soluciones al problema. La puerta de la casa no habrá sobrepasado los dos metros y las paredes que la flanqueaban tampoco, al menos a primera vista, puesto que la izquierda poseía botellas afiladas que sobresalían a modo de protección contra ladrones, mientras que la derecha no poseía desperfecto alguno, por lo que fue mi primera opción, pero lamentablemente tirarlo por allí habría supuesto la caída extremadamente dura del perro. Casi mortal. Mientras me encargaba de visualizar cada una de las resoluciones, oía a lo lejos las risas y conversaciones de varios borrachos a unos cien metros de mi posición. Supe, cuando la perra se abalanzó sobre mí, desesperada, pero también esperanzada, que sus conversaciones habían pasado de las típicas charlas deportivas, lujuriosas o banales simplemente, a bromas sobre mí, que en realidad no criticaban mi acción sino más bien su resolución. ¡Tírate! Fue el apoyo de uno. Pensé en trepar la pared, volverme hacia la perra y tirar de ella con fuerza hasta que subiera, lamentablemente ese plan fue evitado por una razón (aunque en verdad hubo dos después) y era que, como relate antes, a no tan corta distancia se hallaba ese grupo de borracho, que no podía asegurar, tomasen ventaja de mi situación para robar o entrar a mi casa, por lo que por el momento fui a cerrar mi puerta y volví. Trepé, hice un montón de pirueta casi acrobáticas para darme la vuelta y dar mi cara a la perra, la tomé de sus patas delanteras y comencé lentamente a tirar de ella en sentido vertical. Magno error. Triste y culposo fue cuando al hacerlo me di cuenta del segundo inconveniente en mi plan: la brusquedad de mi idea hizo gemir tan fuerte a la pobre perra que varios vecinos habrán despertado asustados para luego internarse en esos sueños conformistas. El gemido de un perro no sirve para despertar a la gente de su modorra dogmática; y muchas veces el de los humanos tampoco. La solté. Algo me tomó por la pantorrilla y violentamente tiró de mi pierna con tal fuerza que tuve que aferrarme a la pared para no caer dentro. Regresé la mirada para ver que había sido aquello que bruscamente tiró de mí, pero solamente me encontré con las azuladas sombras de la noche. Nadie estaba allí. Con el corazón en la garganta y los nervios ahora como base primordial de mis acciones, me bajé inmediatamente de allí. Los borrachos decidieron partir, pero pude ver en sus hoscas facciones un tenue matiz de terror que me hizo preguntarme si lo que estaba haciendo era bueno o malo. No os mentiré, la esperanza comenzaba a menguar a pasos demasiado acelerados. "No lo intentes chico, no vas a lograrlo". Fue lo que en sus pardos rostros pude leer. Supongo entonces que el conformismo también es de ayuda... Porque no he visto semejante ayuda hasta el momento. Decidí entonces buscar otras alternativas, siempre apoyado por las alegres miradas de la perra que parecía decirme: "Hombre, no desfallezcas, te lo pido". Pero el optimismo de mi promesa decaía velozmente. Fui a ver a un lugar donde la pared parecía volverse pequeña, sin darme cuenta de que por el otro lado había una caída de casi tres metros que hubiera reducido a la perrita a un ser indefenso y con las patas rotas. Estaría dentro, pero medio muerta. No era entonces una buena alternativa. Al intentar bajar de este lugar, y sépanlo, llevaba puesta una chompa de cuero que se rompió gracias a un clavo sobresaliente en la pared, ocasionándole un gran hueco que poco a poco se volvió más grande. Maldije a todos por ello, pero la mirada de la perra, que parecía implorar ayuda y un somero perdón por lo que sea que me hubiera sucedido, basto para no hacerme desfallecer del todo. Nuevamente mi mente comenzó a trabajar incesantemente en las posibles soluciones, acuñando la ahora estúpida idea de lanzarla por encima de la puerta y que cayera como pudiera. Sí, fue una idea estúpida, pero la tuve, aunque sépanlo desde ya que no lo hice, pues sabía, mediante una prueba un poco sádica, de que caer apenas de un metro de altura la hacía golpearse una pierna (que parecía anteriormente herida) para luego levantarla en un doloroso gesto físico, como si solo apoyarla supusiera un terrible dolor. Entonces no era una buena opción tampoco. Mierda. Y mientras los vientos soplaban al norte furiosos, comencé a reír a carcajadas, teniendo que contenerme un poco para no despertar a los vecinos, y es que la solución había estado allí, justo frente a mí, solamente que debido al contexto desesperado no la había visto. ¿Qué era? Simple: dos timbres que parecían resaltar a la vista del verdaderamente indagador. Luego la risa se transformó en cólera cuando me dije: Pudiste haberlo evitado todo, pero no lo hiciste por imbécil. Fue entonces que, observando a mi alrededor por si no había nadie, toqué ambos timbres cuatro veces y corrí nuevamente hacia la puerta de mi edificio, que ya previamente había abierto al darme cuenta de que si habría de hacer el viejo ring, ring, corre, corre. Tenía que entrar prontamente a este para evitar ser detectado. Me interné en este y corrí eufórico hacia la puerta de mi apartamento en el segundo piso. No supe si mi plan había dado resultado, sino hasta cuando dentro de cuatro horas volví a bajar para que mi perro orinara, aunque esta vez lo hacía gustosamente, sintiendo un somero temor de volver a verla y hacer renacer en ella unas ficticias esperanzas. Sin embargo, tenía la fe ciega de que mi plan había funcionado. Quizá la gente está loca, o quizá simplemente es estúpida, o quizá solamente no son buenos, al menos no todos, y es que resulta que ver lo que le sucedió a la perra fue inconcebible, como un horror no solamente irreal sino también inmensurable, y resulta pues que al salir, no vi a la perra, sino más bien la cabeza de esta justo frente a la puerta de mi edificio, con los ojos tan abiertos que la esclerótica de sus ojos era visiblemente roja, con decenas de escarlatas serpientes danzándole allí, mientras a borbotones la sangre era segregada por su cuello mórbidamente cercenado del cuerpo que nunca llegaría a hallar. Un blanco hueso le sobresalía por entre la carne del sector cortado. Su boca estaba mórbidamente abierta y con la mandíbula tan fija como una estatua, delatando solamente que aquella cosa que alguna vez la toco, le hizo vivir a ella el más terrible y demencial de los terrores. Tuve que contener un grito de terror al verla, mientras comenzaba a sentir como la realidad comenzaba a difuminarse frente a mí en vórtices de colores grises. Mi perro, que olfateó toda la escena, tocó a la cabeza que rodó hacia mí, con la lengua meneándose como una rosada serpiente. Las cosas fueron tan irreales que apenas pude contener la inconsciencia que contra mi ser se abatía. Fui a mi cama y allí dormí, perturbado por el suceso. Los sueños, como podrán suponer, no fueron del todo buenos, recordando únicamente esa macabra imagen que quedo impregnada en mí como algo inolvidable. Quizá no haya sido mi culpa, o quizá sí, pero de todas maneras eso no evitó que todo esto se convirtiera para mí en el inicio de una perturbación que, hasta la fecha, parece no conocer fin. Y ahora, dos años después, aún no puedo olvidar lo sucedido, sintiendo como a cada momento de mi vida, en cualquier lugar, esta su cabeza o partes de esta. Como un ojo sobresaliendo de la sopa, un blanquecino hueso guindando de mis paredes o su entera cabeza posada en los cuerpos de otros perros, como si mi entorno entero se esmerara en no dejarme olvidar este demencial capítulo de mi vida. Categoría:Mentes trastornadas Categoría:Animales