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  • Aracne
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  • thumb|right|200px|Aracne no Purgatório, gravura de Gustave Doré para a Divina Comédia de Dante Aleghieri Segundo o mito greco-romano tardio narrado nas Metamorfoses de Ovídio, Aracne (Arakhne em grego, Arachne em latim, inglês e francês) era uma jovem lídia da cidade de Colofon, famosa por sua habilidade na arte de tecer e bordar. Confeccionava tapeçarias tão belas que as próprias Ninfas iam contemplá-la. Vangloriou-se de serem seus trabalhos superiores aos de Atena, mestra e padroeira da arte da tecelagem, e a desafiou para uma disputa.
  • _ ¡Mamá! ¡Mamá, no quiero morir! ¡NO QUIERO MORIR!_ Lloraba a gritos una niña, con la voz entrecortada por la falta de aire, con sus redondos ojos hinchados. Sus labios estaban morados, su piel hinchada a más no poder, con un color extraño, provocado por la falta de aire. Su respiración era cada vez más agitada y cortada, con su garganta bloqueada, asfixiándose. Su madre a su lado, lloraba con desesperación al lado de la camilla, agarrando su mano y abrazada a su marido. La pequeña trató de articular otra palabra, pero de su boca sólo salió un ruido que intentaba formular una palabra. Se sacudía con violencia aferrándose con sus maños infantiles a los barrotes de la camilla, como si éstos fueran a proporcionarle el oxígeno que tanto necesitaba.
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  • _ ¡Mamá! ¡Mamá, no quiero morir! ¡NO QUIERO MORIR!_ Lloraba a gritos una niña, con la voz entrecortada por la falta de aire, con sus redondos ojos hinchados. Sus labios estaban morados, su piel hinchada a más no poder, con un color extraño, provocado por la falta de aire. Su respiración era cada vez más agitada y cortada, con su garganta bloqueada, asfixiándose. Su madre a su lado, lloraba con desesperación al lado de la camilla, agarrando su mano y abrazada a su marido. La pequeña trató de articular otra palabra, pero de su boca sólo salió un ruido que intentaba formular una palabra. Se sacudía con violencia aferrándose con sus maños infantiles a los barrotes de la camilla, como si éstos fueran a proporcionarle el oxígeno que tanto necesitaba. _Ya está mi amor, todo va bien, no vas a morir_ Su papá la consolaba mientras apretaba a su mujer contra sí, que no dejaba de moquear y sollozar. Oh, maldita sea la hora en que todo comenzó, si tan sólo hubiesen vigilado a Eva más de cerca, nada de esto habría pasado. No quería que su hija muriese, y a pesar de no ser católico, repitió mentalmente algunas oraciones, implorándole piedad al Universo. Un agitado médico junto con dos enfermeros llegaron para auxiliar a la susodicha, trayendo consigo una máscara de oxígeno y unas inyecciones. Debían inyectarle el medicamento antes de que pasara a mayores. Le colocaron la mascarilla, y acto seguido le clavó la aguja en el cuello , al tiempo que ella se retorcía de dolor. La picadura en el cuello de la niña palpitaba, como si tuviera vida propia, movida por el latido del acelerado corazón. Segundos después de haberle inyectado el líquido en el torrente sanguíneo, los tensos músculos de Eva se relajaron, sus manos se soltaron, y recostó la cabeza, un poco más tranquila. Luego de un largo rato, por fin se quedó dormida, pudiendo respirar con un poco menos de dificultad. La mujer, Lucy, suspiró aliviada, dando gracias a Dios que su hija estaba mejor. El padre hizo lo mismo, y se dirigió hacia el médico para hablar, dejando a Lucy sentada en el piso de la amplia sala. Lo conocía de toda la vida y era un gran amigo suyo, por lo que no dudó en usar su nombre de pila: _Fred_ el hombre volteó a verlo, dado que estaba escribiendo en un recetario, el cual se lo entregó a una enfermera, dándole instrucciones que no escuchó. Sus ojos marrones demostraban cansancio y una pizca de angustia. _Mira, Roberto, lo que pasó con tu hija fue grave. Fue una reacción alérgica, una que nunca había visto en semejante magnitud. ¿Qué fue exactamente lo que ocurrió?_ preguntó con voz rasposa el hombre, posando sus anteojos encima de su pelo canoso, como si fueran lentes de sol. Roberto se armó de valor y le respondió: _Ella estaba jugando en su cuarto, cuando mi esposa le dijo que se fuera a cambiar, que íbamos a casa de mi madre. Pasé por el pasillo y la vi poniéndose la remera que lleva ahora. Luego la escuché gritar y cuando llegué, estaba tirada en el suelo, llorando y agarrándose el cuello. Creería haber visto algo que se movía a su lado, pero al llegar yo ya no estaba._ el otro suspiró, acomodándose la bata e incorporándose, dio una palmada en la espalda a su amigo, quien derramaba algunas lágrimas silenciosas. _Eva se va a recuperar físicamente, no te preocupes. El suero ha dado buenos resultados y probablemente en unos días la daremos de alta. Sin embargo debo recomendarte que fumigues un poco tu casa, últimamente están apareciendo muchos casos como éstos, de picaduras, pero jamás había visto esta reacción alérgica. Tu hija tiene severa intolerancia a esas sustancias, así que tendrás que darle unas pastillas unos cuántos días más luego de irse de aquí. Tengo que decirte la verdad, si vuelve a picarla otra vez, no puedo asegurar que se recupere totalmente o que no..._ dejó colgando la frase, sin atrever a pronunciarlas. Era demasiado duro para un padre tener que asimilar semejante noticia. Roberto asintió con la cabeza y regresó con Lucy, a la cual abrazó nuevamente con más fuerza dejando que su llanto empapara su camisa preferida. En los archivos del hospital, quedó registrada la siguiente ficha: Eva Bell, 6 años de edad, altura: 1,05 cm, peso: 20 kg. Asfixia provocada por un cuadro alérgico ante la picadura de una araña. Se desconoce la especie en específico, pero se especula que pudo ser una "araña de rincón"*... _¡AHHHH!_ la joven gritó aterrorizada, horrizada ante lo que acababa de descubrir. Pegó un salto, ante la mirada atónita de su clase y su profesora, con tanta mala suerte que se dobló el tobillo y cayó de traste al piso. Muchos chicos se rieron de ella, burlándose de su exagerada reacción, mientras comentaban lo patosa que era. Otros, cansados de las estupideces de sus compañeros los miraban con desprecio y con lástima hacia Eva. Uno de ellos estaba furioso e intentó a acercarse a ella. _¡Señorita Bell! ¿Se puede saber qué pasa?_ preguntó aún aturdida la docente. Primero los revoltosos del fondo y ahora, la pelirroja de anteojos estaba causando alboroto. Puso una mueca de desaprobación y sorpresa, haciendo que sus marcadas arrugas resaltasen más. La chica humillada y temblado, retrocedió en el piso del enorme salón pálida como un fantasma, llorando, sin poder articular palabra. Se puso de pie con la poca dignidad que le quedaba, rebalándose una vez , raspándose la rodilla, y salió corriendo del aula, su maestra no pudo detenerle. Enfadada, se acercó hasta su banco y vio lo que había provocado su pánico. Una araña negra de juguete. Ya habían pasado casi nueve años de aquel horrible incidente, ya debería poder superarlo, se dijo a sí misma, lavándose la cara en el lavabo del baño, chorreando mocos y tosiendo. Involuntariamente se llevó la mano al cuello, donde aún portaba la cicatriz de aquella picadura. Sus recuerdos de aquel día eran tan nítidos que, cuando soñaba con ellos, siempre terminaba gritando, con la terrible sensación de no saber si fue un sueño o realidad. Se miró en el espejo, estudiando sus rasgos con detenimiento. Sus ojos marrones oscuros, confundidos con negro, se encontraban enrojecidos por el llanto al igual que su pequeña y respingada nariz. Al contrario de estos dos, el resto de su rostro tenía una palidez cadavérica, sin su habitual tono rosado. Su liso pelo color sangre caía sobre su frente y le producía unas desagradables cosquillas en el cuello. No volvería a cortarse el pelo a los hombros, por lo que más quisiera en el mundo. Incluso le hacía la cara más redonda, si eso era posible. Eva se sacudió con un escalofrío y se dirigió a la puerta, abriéndola de golpe. Volvió a pegar otro salto, al ver un chico del otro lado, con cara de preocupación. Se calmó luego de comprobar que era Levi, su mejor amigo. Levi la miraba atentamente desde arriba, dado que era algo más alto que ella. Sus ojos color aceituna contrastaban con su pelo rubio ceniza, dándole un toque principesco. A pesar de ello, no era muy guapo que digamos. Era lindo, pero no alguien que enamorara a todas las chicas de su clase. Era de una contextura física normal, ni muy delgado, ni muy fornido. Además era una persona bastante agradable y tranquila, una de las pocas personas con las que podía hablar abiertamente. _Eva, ¿Te encuentras bien?_ cuestionó examinándola de arriba a abajo en su baja estatura. Se detuvo un momento en su rodilla raspada, producto del sobresalto en clase. Sus facciones cambiaron para dar paso a un enojo_ Son unos idiotas, vamos, la vieja te llama._ al ver su incertidumbre y su sonrojo, avergonzada por lo que acaba de pasar, la tomó del brazo y la llevó a comprar algo para comer. Esperaron hasta que fue el recreo, no volvieron al aula, y Levi trató de entretenerla hablando de el partido de fútbol de ayer. Estaban sentados en una escalera, la chica estaba encogida abrazando sus rodillas, aún un poco conmocionada por el susto. Daba la impresión de ser alguien muy pequeña y débil, y era consciente de ello. Limpiando sus gafas de armazón marrón, pensó en que justamente, al tener una apariencia tan delicada, los demás se metían con ella. Buscaban a alguien más indefenso que ellos para saciar lo que su propio ego no podía darles. Los que eran miserables, buscaban sembrar más miseria, para no sentirse podridos consigo mismos. Y no sólo se la agarraban con Eva, era con muchos compañeros, de ése y de otros cursos. Creían que podían usar quien fuera como su juguete personal. Y lo peor de todo , era que se había vuelto su juguete favorito. Desde el primer día de ese año, todos se enteraron de su terrible aracnofobia cuando ella chilló desesperada por una pequeña araña que había aparecido entre las cosas del aula de química. Se había ganado tantas burlas por ello. Las cargadas no le importaban mucho en realidad, no le hacían daño. Lo que le hacía daño era ver a aquellas criaturas, o una imitación de éstas. Nunca, por ninguna cosa había tenido tanto pavor como con esos arácnidos. No las podía ver ni en fotos. Y eso la hacía sentir impotencia, no poder controlar sus propios temores. Mil veces trató de hacerlo, pidió mil consejos a varios psicólogos, pero no funcionaba. No importaba cuánto se esforzara, no importara cuánto se convencía de que no eran tan temibles, aquel pánico recorría cada célula de su cuerpo y le daba un mensaje en su cerebro que rezaba: "Si te pica, te mueres". Con una sola mordedura, bastaría para revivir la sensación de ese lejano día. La sensación de no tener aire. Si pudiera elegir cómo morir, preferiría morir desangrada antes que asfixiada. No existía una tortura igual a esa, la de no poder respirar y ser consciente de esto. Pensar que necesitas aire, y saber que hagas lo que hagas, no conseguirás llenarte con el oxígeno que te da vida. No quería revivir esa experiencia, no quería morir... _ ¡Eva! ¡Evaa!_ la voz de Levi la sacó de sus oscuros pensamientos y le recordó que allí había alguien que podía hacer que, por una milésima de segundo, olvidara su martirio de ocho patas_ Vamos, vamos al curso, que no podemos huir de la clase que sigue. ¿O acaso quieres problemas, pequeña rebelde?_ preguntó con tono suspicaz. Ella rió y el la correspondió con una sonrisa. Su risa era tan linda, que juraba que todo su entorno se había teñido de colores vivos y alegres. _Vamos, petirrojo_ _Hola, Spider-Woman_ le dijo una castaña burlonamente, al entrar a la clase. Ignoró su comentario y se dirigió a su asiento, sacó su celular de la mochila y se puso a leer un libro que había bajado en la noche anterior, el cual estaba sumamente interesante. _Hey, ¿Cómo estás, arácnida?_ habló uno de los idiotas más populares del colegio, quien según Levi, fue el autor de la pesada broma. Siguió sin contestar , haciendo caso omiso. Los chistes pésimos continuaron. Si por lo menos fueran graciosos, ella se reiría. _Uy, déjala, capaz que tiene telarañas en la cabeza_ _ Y además de eso, ocho ojos_ festejó el imbécil del principio. Al ver que no le respondía, se puso de pie, enojado, y con una brutalidad digna de un gorila, le tomó el rostro bruscamente del rostro, girándola y haciendo que por primera vez le dirigiera una mirada, en la cual demostraba inexpresividad total. No tenía por qué contestarle, ni quería hacerlo. Si la iba a golpear, que fuera rápido. Eso no le daba miedo en lo absoluto. No tenía ganas de pelear, sencillamente porque con personas como él, no valía la pena gastar palabras que se pudieran usar en una conversación inteligente. _ ¿¡No vas a responder, bicha inmunda!?_ Gritó muy cerca de ella, escupiendo saliva y mareándola con su repugnante aliento. Cerró los ojos, lo cual hizo que su agresor se enfadara aún más, la cosa iba a pasar a mayores si no fuera porque llegó el rubio a pelear y a defender a su amada amiga. _Déjala en paz si no quieres que te rompa la cara a golpes_ dijo en un tono amenazador. _A ver, rubia, no te metas en lo que no te importa, esto es entre esta insecto y yo. Y a mí no me vengas con tus estúpidas amenazas._ respondió en el acto el otro, sacudiendo en su mano la carita de la pelirroja. Levi esbozó una pedante sonrisa, mientras sus otros compañeros les miraban curiosos, expectantes por lo que iba a pasar. _Oh, no era una amenaza. Era un aviso, pero al parecer, lo ignoraste_ dicho esto le propinó un puñetazo en la cara, haciendo que cayese al piso. Infló su pecho con orgullo, como lo haría un héroe. Eva no pudo evitar hacer un "facepalm" ante la idiotez de su amigo. Tarado. Y como era de esperarse, el gorila se levantó del suelo y comenzó una épica pelea, durante la cual la joven en vano trató de separarlos, al tiempo que otros alumnos vitoreaban y grababan aquella batalla de tontos. Poco a poco, los golpes fueron mucho más agresivos, al punto que terminaron tirando las mesas y sillas a su alrededor. Eva gritaba, suplicaba que parasen, sin embargo, sus súplicas no eran escuchadas y mucho menos, consideradas. Al final, llegó el maestro de turno, que sacó a ambos muchachitos a la dirección, con la promesa de que se encargaría personalmente de hacer que los expulsen a ambos. Esto hizo que la pelirroja tuviera unas ganas incontenibles de llorar, no podía ser que por su culpa, echaran a su mejor (y posiblemente único) amigo. Para colmo de males, ese día tenían una exposición en grupos de a dos, con proyecciones de power point. Y a que no adivinan quien rendía junto a Eva enfrente de todos. En consecuencia, tuvo que pararse delante de todo el mundo para dar la clase, SOLA. Para ella, dar una exposición era el equivalente a una tortura , pues se alteraba mucho y se ponía demasiado nerviosa. Tartamudeaba tanto, que parecía que apenas sabía hablar. Y eso era lo que estaba pasando, tartamudeaba ante la mueca de desaprobación de su profesor y los comentarios burlescos de sus compañeros. Aparte, habían puesto a una chica bastante tonta que manejara la computadora con la presentación, por lo que el orden de las diapositivas estaba mal. Era todo un desastre, cualquier cosa menos decente. No sabía si su compañera estaba haciéndolo a propósito para reírse o era en serio un desastre con la tecnología. Y no lo confirmó hasta que, en la pantalla blanca en donde se reflejaban las imágenes del proyector conectado a la máquina, apareció una imagen en alta definición de una viuda negra, justo cuando su dedo quería marcar un esquema. El alarido que pegó fue tal, que el propio docente se cayó de su asiento, provocando las carcajadas de todo el alumnado. Espantada y con el corazón en la garganta, retrocedió. No quería, ¡No quería morir! Entonces, como si el Universo no tuviera suficiente con atormentarla de esa manera, volvió a tropezar, cayendo esta vez de cara al suelo. Las risas de los demás lastimaban sus oídos, mientras se estampaba contra las baldosas. Para más desgracia, su piel se tornó de un profundo color rojo, hasta las orejas, cuando se dio cuenta de que se le había subido la pollera del uniforme y se le veía la ropa interior. Dos de los representantes masculinos silbaron y aplaudieron, lo que hizo que de sus ojos oscuros como el roble, nacieran unas ácidas lárgimas de vergüenza y furia. Se levantó nuevamente, para ver a que todos, absolutamente todos se reían y burlaban de ella. El profesor hizo lo mismo, furioso de verse desautorizado por unos mocosos impertinentes y antes de que empezara a gritar desaforadamente, Eva salió corriendo otra vez. Qué vergüenza, semejante humillación. Era patética, ridícula, patética. Era una inútil. La pelirroja se pasó una mano por la cara, limpiándose los mocos y las lágrimas con la palma de su diminuta mano. Llorando como una magdalena. Primero, metía en problemas a Levi, luego daba una exposición espantosa y por último, hacía el ridículo por segunda vez en el día frente a todos. Había encontrado refugio en una zona del patio de su escuela, un estrecho espacio verde, a la sombra de un frágil árbol, tanto como la poca dignidad que le quedaba. ¿Cómo volvería a verles a los ojos? Pensaba, abrazada a sus rodillas, con sus cabellos color sangre apoyados en sus rodillas, y la cara oculta tras ellos. Aquel espacio estaba descuidado y húmedo, pero por lo menos la mantenía escondida de otras personas y del sol. Maldita sea, era realmente patética. Todo había ocurrido por tras de su maldita fobia, provocada por su maldito trauma infantil. Deseaba volver a su casa, refugiarse entre los brazos de sus padres y dormir con ellos, como cuando era una niña. Tal vez aún lo era. Dios, ¿Qué había hecho para semejante castigo? ¿Acaso había sido tan malvada en una vida pasada como para que el destino se vengara de una manera tan cruel? Seguía teniendo ese característico temblor que siempre le acompañaba, y que casi se había convertido en parte de su personalidad. Ojalá pudiera atrasar los relojes, y hacer que ese día comenzara de nuevo, o por lo menos desde el instante en que la bomba de mala suerte explotó. No obstante, no creía en las segundas oportunidades, y lo hecho, hache está. Por mucho que deseara no podía cambiar las cosas. Ergo, se sentía más patética por no poder hacer nada. Patética. Esa palabra resonaba en su cabeza constantemente, rebotando en cada una de las paredes de su conciencia, causando un sentimiento de desprecio hacia sí misma. Lo que no sabía Eva, era que las desgracias, por ese día no habían acabado. Y, como si un demonio infernal estuviese manejando los hilos de las casualidades con evidente malicia, una criatura se acercaba lentamente hacia la joven, caminando con sus ocho patas por la corteza arrugada del árbol, saliendo de la cómoda protección de su mediana telaraña oculta en un hueco. Como estaba controlada por la susodicha entidad malévola, no huyó como normalmente lo haría alguien de su especie, sino que se acercó sigilosamente hacia la desgraciada, hacia el único punto que no estaba cubierto por tela o cabello. El cual estaba señalizado con una considerable mancha de color más oscuro que el resto de la piel. No se dio cuenta de su presencia, hasta el preciso instante en que sintió cómo dos colmillos diminutos se le clavaban en el cuello. No. No podía ser tan mala su suerte. Inmediatamente, con su mano derecha apartó de un golpe al ser que le había picado, y se giró hasta encontrarle con la mirada, esperando no confirmar sus sospechas. Era exactamente la misma. Bueno, por lo menos de la misma especie. Sí, era idéntica a esa araña de hace nueve años, que le había picado, casi matándola. Y he la allí, observándola con detenimiento, como si supiese el final de aquel encuentro. Sus ocho ojos eran negros, al igual que el resto de su cuerpo. Una vez, su papá le había dicho que en algunas culturas el negro era el color de la muerte. Y no se equivocaba. Segundos después de la parálisis inicial, puso una mano en la picadura, que palpitaba de nuevo. No pasó ni un milisegundo más hasta que su garganta se inflamó, y el aire empezó a faltarle. Se tiró en la hierba que rodeaba el árbol, tosiendo y tratando de respirar. Sus manos se hincharon, como si tuviera unos kilos de más, haciendo que sus dedos fueran regordetes como salchichas. Su cuerpo se sacudía, teniendo espasmos que no controlaba. Sus globos oculares estaban inyectados en sangre, abiertos de par en par, mirando con desesperación el cielo nublado, del que empezaban a caer las primeras gotas. _Ayu- ayuda_ consiguió susurrar. Nadie iba a escucharla, estaba demasiado lejos de las aulas como para que alguien la viera, apenas podía tomar aire, no tenía la suficiente fuerza para gritar esta vez. No supo si habían pasados segundos o minutos, hasta que la tormenta que llevaba formándose toda la mañana se desató. Eva no podía levantarse, ni siquera sentarse, se retorcía en suelo, mánchandose de barro y empapándose por completo. Pensó en sus padres, pensó en Levi, y trató en vano ponerse de pie, para poder buscar auxilio. Sin embargo, una soga en su cuello apretaba cada vez más, ahorcándola. La araña se había ido, no estaba a su lado. Pateleó, emitió unos gemidos, pero nada pasaba. Iba a morir, iba a morir sola. El veneno se había expandido por todo su torrente sanguíneo, su condena estaba firmada con sangre. Dejó caer los brazos a los costados, como si estuviese en una cruz, y siguió sacudiéndose por unos minutos. "No quiero morir". Las piernas se le quedaron tiesas. Su visión estaba fallando. "No quiero morir". Sus brazos se clavaron inertes, su torso no respondía. "No quiero morir". Pensó por última vez, antes de que la negrura cubriera su mirada, y de ella brotaran sus palabras finales en forma de dos saladas lágrimas... _ ¡Mamá , deja de tocar la puerta, estoy bien!_ gritó el chico, golpeando la puerta de su cuarto con rabia, alejando a su angustiada progenitora de su habitación_ Quiero estar solo_ susurró, sin contener el llanto. Se acostó en su cama, derrotado. Aún lloraba. Desde esa hora maldita seguía llorando. Era en parte, culpa suya. Si hubiera estado a su lado, si no la hubiera abandonado en la clase, tal vez no hubiera muerto. Levi se pasó la mano por la cabeza, dejándola toda mojada. Recordaba que él había salido de la oficina del rector, suspirando aliviado dado que no lo iban a expulsar, cuando una de sus compañeras le dijo que Eva estaba desaparecida. Buscó y buscó, durante dos módulos, no le importaba si lo regañaban, no le interesaba ganarse el desprecio de los maestros, no le importaba que la lluvia se abalanzara sobre él. Tenía que encontrarla, no podía permitir que algo malo le sucediese. Todo el curso estaba buscando a la pelirroja, algunos llamándola como un perrito, otros llamándola en serio. Y, después de tanto buscar, la consiguió. Recordó haber caído de rodillas al suelo, embarrándose entero, para abrazar el cadáver de su amiga. Estaba fría , con sus preciosos ojos abiertos, sin ese brillo celestial que los caracterizaba, sin esa chispa que lo hacía sentirse vivo. Su herida en el cuello, le contaba toda la historia sin usar palabras. Lloró, como nunca antes lo había hecho. ¿Qué se debe hacer cuando encuentras muerta a la persona a la que más amabas? _ ¡ESTÁ MUERTA, IDIOTAS , ESTÁ MUERTA! _ Le gritó cuando sus compañeros llegaron al lugar de la tragedia. Le quitó los anteojos, que no volvería a usar, y con una delicadeza impropia de él, le cerró los párpados. Antes de que los paramédicos, histéricos, se la quitaran para siempre, le dio un beso en la frente. Su alma se quebró en aquel instante, y los trozos se repartieron por todos los lugares por donde pasó. El funeral, no quería ni pensar en ello. Había sido la cosa más horrible en toda su corta vida. La experiencia más dolorosa y frustrante. Acababa de volver de allí, estaba devastado. Jamás volvería a escuchar su voz chillona, no sentiría el calor de piel cuando le abrazaba, no miraría embelesado esos ojos maravillosos. Nunca más. Todo por un maldito insecto demoníaco. Eva no se merecía una muerte tan estúpida y absurda. Por fin había dejado de llover. Estaba húmedo y pesado, tendría que acostumbrarse a vivir así, ya que desde su partida, todos los días serían una porquería. Perdió la noción del tiempo, divagando con sus pensamientos entre las memorias de su amada joven, hasta que en una esquina de la habitación, la vio. Era chiquita , pero lo suficientemente visible como para que la notara, moviéndose en la oscuridad. La observó con furia descontrolada, esos bichos le causaban una repulsión tremenda, más en ese momento. Una criatura como ésa le había causado la muerte a Eva. La miró con odio profundo y absoluto. Se incorporó para matarla de una vez, no aguantaba mirarle. Quería que desapareciera. Le tiró un zapato, y dada su perfecta puntería, acertó. La araña cayó aplastada al piso. Se acostó para seguir sufriendo en su miseria, cuando del mismo punto, apareció otra araña. ¿De dónde cuernos había salido? Alargó el brazo hasta el otro zapato, sin levantarse de la cama, e hizo su entrada otra más. El asunto no le perturbó hasta que muchas, muchas arañas se movilizaron desde la esquina superior. Inmóvil, contempló como el número de arácnidos ascendía a cien, doscientos. Eran tantas, que ocuparon todo el espacio de su techo y pared de enfrente. Eran de todos los tamaños, tenían formas muy variadas, no obstante, esto les hacía más espeluznantes. Horrorizado, se tiró de su cama, y gateó en el suelo hasta chocar con el armario, haciendo un sonido hueco. Parte de ese ejército saltó hacia el suelo, en su dirección. Le tiritaban tanto los labios que no podía gritar del espanto que sentía. Se detuvieron a unos escasos pasos de él, y se fueron amontonando unas sobre otras, formando una figura humana, una figura de una mujer. Ahí recién gritó, o por lo menos, lo intentó, debido a que de su boca no salió ningún ruido. Era una versión diabólica de su querida Eva, como si Satanás hubiese manipulado su recuerdo de ella, y en su lugar creado a ese adefesio fantasmal que se presentaba ante Levi. Llevaba puesta la ropa de su funeral, un conjunto que la destrozada Lucy había elegido. Pantalón negro corto, el pelo suelto y la blusa púrpura favorita de la chica. Sólo que ahora contaba con el detalle de estar cubierta de polvo y mugre, además, en el pantalón había una especie tela hecha con hilo, que no tardó en adivinar que sería telaraña. Su piel poseía un antinatural color azulado, con las venas de color morado al igual que sus labios, y de la asquerosa roncha de su cuello manaba pus y sangre. Un olor nauseabundo se expandió por toda la recámara. Sus ojos, entrecerrados, no tenían ese dulce color, eran tan negros que no se diferenciaba pupila de iris, y de ellos brotaban dos ríos bordó, como si estuviese llorando. Avanzó hacia él, y las arañas la siguieron. Tenía tanto pánico que no hizo nada cuando el espectro se agachó hasta quedar a su altura, pudiéndola ver a centímetros de su rostro. Sus narices incluso se rozaban. La joven , con uno de sus dedos, le pinchó la frente, y expulsando un putrefacto aliento le dijo: _ ¿Tienes miedo, verdad?_ Estático, tanto física como psicológicamente, Levi estaba quieto, con respirando con dificultad, a punto de sufrir una arritmia. Ella sonrió, de una manera tan aterradora, que se le terminaron de erizar todos los pelos de la piel._ ¿No quieres morir, verdad?_ negó con la cabeza, rápidamente, esperando lo peor. La sonrisa de Eva se desvaneció por completo y contestó en un tono espectral: _Nadie quiere morir, my dear_ Luego decirle esto, se apartó de un ágil salto, quedando a dos metros de distancia del chico. Las arañas se abalanzaron sobre su cuerpo, atacándolo. Se colaron por debajo de su pijama, mordiendo todo pedazo de piel que podían. El rubio pidió auxilio, rogó piedad. Miles de patas, cual agujas, recorrían sus piernas, su pecho. Llegaron a la cabeza. Las más pequeñas se metieron dentro de sus orejas, de su nariz y boca, provocando de tosiera. El sabor era amargo y vomitivo. Con sus manos las apartaba, pero enseguida venía el doble de las que se lograba quitar de encima. Incluso mordieron sus cavidades oculares, y antes de desfallecer por el agonizante dolor, escuchó la repetir: _Nadie quiere morir_ y todo se volvió negro para el desafortunado enamorado. Una ola de asesinatos conmociona a la ciudad: 46 personas han amanecido en sus casas muertas, la causa: Múltiples picaduras de insectos, específicamente arañas. La policía no ha encontrado explicación para este terrible fenómeno , puesto que la cantidad de marcas en los cadáveres era tal, que como mínimo, a cada persona la atacaron cien arácnidos. Nadie sabe de dónde o cómo surgieron, puesto que en algunos hogares, las víctimas estaban en compañía de sus familiares. Es más, no los oyeron gritar. Se recomienda a la población fumigar sus casas y limpiar cualquier indicio de vida de estos artrópodos. Lo más mórbido y atroz de estos casos, fue que en todos los cuerpos, las arañas dejaron una serie de picaduras especiales, que parecían formar letras. Esas letras formaban una palabra, precisamente, un nombre. "Aracne" estaba escrito en los torsos y espaldas de los afectados. Su nombre es Aracne. center|800xp
  • thumb|right|200px|Aracne no Purgatório, gravura de Gustave Doré para a Divina Comédia de Dante Aleghieri Segundo o mito greco-romano tardio narrado nas Metamorfoses de Ovídio, Aracne (Arakhne em grego, Arachne em latim, inglês e francês) era uma jovem lídia da cidade de Colofon, famosa por sua habilidade na arte de tecer e bordar. Confeccionava tapeçarias tão belas que as próprias Ninfas iam contemplá-la. Vangloriou-se de serem seus trabalhos superiores aos de Atena, mestra e padroeira da arte da tecelagem, e a desafiou para uma disputa. Atena bordou os doze deuses do Olimpo em toda a sua majestade e, nas quatro pontas de seu trabalho, evocou os castigos sofridos pelos mortais que ousaram desafiá-los. Em resposta, Aracne os representou disfarçados de animais, a caçar e violentar jovens mortais. Atena, ultrajada, golpeou a jovem com sua lançadeira e Aracne, inconformada com o insulto, enforcou-se. Apiedada, Atena decidiu salvar-lhe a vida, mas a transformou em aranha (arakhnês, em grego), condenando-a a balançar para sempre na ponta de uma corda e assim servir de exemplo às futuras gerações.