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  • Alaska y Amelia
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  • 5 de Mayo de 1996. En un lugar lejano a las ciudades, en un campo, vivían unas gemelas de siete años, con su padre y madre. Sus rostros eran idénticos, pero sus gustos y emociones completamente diferentes. Alaska era la más alegres de todas, la que celebraba y regalaba todos los días agradeciendo por la vida que le toco vivir; Y la segunda, que se llamaba Amelia, era una chica triste e infeliz. Esta pobre niña tenia un aspecto desarmado, era muy delgada y su piel era pálida. Alaska pensaba que era extraña y estaba loca; o al menos, eso le decía a sus padres.
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  • 5 de Mayo de 1996. En un lugar lejano a las ciudades, en un campo, vivían unas gemelas de siete años, con su padre y madre. Sus rostros eran idénticos, pero sus gustos y emociones completamente diferentes. Alaska era la más alegres de todas, la que celebraba y regalaba todos los días agradeciendo por la vida que le toco vivir; Y la segunda, que se llamaba Amelia, era una chica triste e infeliz. Esta pobre niña tenia un aspecto desarmado, era muy delgada y su piel era pálida. Alaska pensaba que era extraña y estaba loca; o al menos, eso le decía a sus padres. Muchas veces había visto a su hermana salir al bosque a toda velocidad, por una razón que ella desconocía. Una mañana de sol, sus padres decidieron hacer un día de campo en el bosque que se encontraba a dos kilómetros de la cabaña en la cual vivían. Alaska llevo sus muñecas y su mochila con ropa y accesorios para estas mismas, en cambio Amalia sólo llevaba una soga y unas tijeras. Caminaron hasta llegar a su objetivo, donde la madre tendió el mantel y acomodo los preparativos para desayunar, mientras que el padre les ordeno a sus hijas que fueran a jugar. —¡Tengan cuidado, niñas! -exclamo la madre- ¡No se alejen demasiado! Alaska y Amelia se fueron en silencio, hasta que una hablo; —¿Quieres jugar a las muñecas, Amelia? -Exclamo Alaska- La niña la miro y luego de unos segundos asistió con la cabeza, mostrando una chueca sonrisa. —Mira, esta es Susy, esta es Estefania, y esta... ¡Oye! ¡No! ¡No! ¿¡Que haces!? -Grito Alaska desesperada- ¡Detente hermanita! Amalia estaba cortando el cuello de las muñecas con su filosa tijera. No se detenía por nada, y parecía que sus ojos negros como la oscuridad se iban agrandando más. —¡Mamá, papá! -Llamó la niña- ¡Amelia esta cortando mis muñecas! En un abrir y cerrar de ojos, Alaska sintió un profundo dolor en el vientre. Su hermana le había clavado la tijera, haciendo que esta sangre sin piedad. Lloraba desesperada, no era capaz de moverse. Amelia con una sonrisa escapó, dejándola sola en medio del bosque. Los padres de las gemelas nunca llegaron a encontrar a las niñas. Alaska se había ido al cielo de los guardianes de la luz. Mientras tanto, Amelia estaba en un lugar muy alejado de su hogar, en una cabaña vieja y arruinada, donde allí, estaba contándole al Ángel de la Muerte su cruel asesinato. Categoría:Mentes trastornadas