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  • Ratas al aire
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  • No empezó en el segundo en que él tomó la botella. Ni siquiera cuando prendió el encendedor y su llama besó el alcohol como una ninfómana desesperada. Inició cuando el amigo de sus padres hizo con ella lo que no debía decirle a nadie porque “no quería causar problemas”, aunque ella apenas recuerda algo más que un bigote frente a sus ojos y un aliento amargo que le causó náuseas. Probablemente no fue entonces. Probablemente no tenga nada que ver y ella simplemente nació débil, ciega a todas las señales, impotente ante la marea que se le acercaba. La amenaza de una denuncia no fue suficiente. Salir del hogar con sus escasas pertenencias no sirvió de mucho.
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  • No empezó en el segundo en que él tomó la botella. Ni siquiera cuando prendió el encendedor y su llama besó el alcohol como una ninfómana desesperada. Inició cuando el amigo de sus padres hizo con ella lo que no debía decirle a nadie porque “no quería causar problemas”, aunque ella apenas recuerda algo más que un bigote frente a sus ojos y un aliento amargo que le causó náuseas. Probablemente no fue entonces. Probablemente no tenga nada que ver y ella simplemente nació débil, ciega a todas las señales, impotente ante la marea que se le acercaba. La amenaza de una denuncia no fue suficiente. Salir del hogar con sus escasas pertenencias no sirvió de mucho. Él decía que lo lamentaba. La quería. Volvía a ella como un drogadicto a su jeringa, ignorando o a sabiendas (es imposible decir) de que cada probada lo volvía más enfermo, un poco más alejado de la realidad. La idea no fue suya. Ellos dos habían visto las noticias, las denuncias, la libertad a falta de pruebas. Unos golpes los ve cualquiera. El ojo negro no se cubre por mucho empeño que se ponga en el maquillaje. ¿Pero qué se pueden sacar de un montón de cenizas? Puede ser un suicidio. Puede ser un accidente. ¿Quién puede afirmarlo? Él estaba bebiendo con unos amigos. Ella siempre ha llorado. Cuando empezaron los gritos, cuando mamá temblaba pensando en el escándalo que desataría, cuando la mano de él se cerró y sacó sangre de alguna parte de su boca. La rociada fue acelerada y confusa, no apreció el aroma al momento. Sus brazos comenzaron a calentarse, a arder y no puede, no sabe hacer otra cosa que gritar. Por un momento no ve nada. Luego ve un roble de muchos colores y se aferra a él. El roble le grita, la golpea una y mil veces, le dice hija de puta, imbécil de mierda pero ella no le suelta. Comparten un último abrazo que apesta y los ahoga antes de que el fuego realmente llegue a hacerles daño en los tejidos. El olor de sus carnes quemadas, por fin iguales en la muerte. Categoría:Mentes trastornadas