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| - Después de ver una malísima película, en la casa de mi amigo, decidimos divertirnos abriendo las ultimas galletas de la fortuna que le habían sobrado de un restaurante chino al que había ido con su familia. Las trajo rápidamente y las colocó sobre la mesita delante de nosotros. Eran dos, una para cada uno. Nos quedamos en silencio esperando quien abría primero. Lisandro rompió la tensión corriendo al baño. Mientras él no estaba no pude resistirme y rompí la mia, saqué el papel y leí: Al ver esto me quedé petrificado por unos segundos. Me incorporé, miré la galleta de mi amigo y pensé un poco. Me decidí. Metí el papel de nuevo en mi galleta, la acomodé lo más que pude y la intercambie con la de Lisandro. También abrí esta otra para quedar fuera de sospecha. Por fin salió del baño y se sentó juto a mi.-Mira, están algo rotas- dije disimulando.- ¿Enserio? ¡Que raro...en fin abrámoslas!- dijo animado. Temblando traté de abrir la mia mientras miraba nervioso a mi amigo. Leí el papel de una vez y casi doy un suspiro de alivio: Me voltee y ahí estaba él , con los ojos muy abiertos, mirando a un punto perdido en el aire. El papel se le deslizó de los dedos y cayó al suelo. Me miró casi llorando y una vez mas espié esa frase. Lo abracé y sentí como él se aferraba fuerte a mí.-¡Hey! no te pongas así, es solo una estúpida galleta. No le creas del todo. Todo estará bien.- dije para animarlo. -¿A ti que te tocó, Pedro?- me preguntó con un aire apagado.- Oh, nada, un consejo cliché que lo oyes hasta en la televisión.- Luego de ese encuentro, nos dejamos de ver por un tiempo. Lisandro ya no salía de su casa, en un momento llego a no salir de su habitación por miedo a la predicción. Intenté ir a verlo un par de veces pero no funcionó. La culpa me comía inmensamente, nunca pensé que esto terminaría así. Me maldije, me maldije a mí y las condenadas galletas cuando me llego la noticia de su suicidio. Me sentí un asesino. Mi mejor amigo murió por una estupidez mía. Poco a poco me fui cerrando como él. Dejé de salir de casa. Dejé de hablar con la gente. A medida que la depresión acaba conmigo, mi corazón se empalidecía. En un día amargo, como cualquier otro me dirigí a mi cuarto de donde no pensaba salir por el resto del día,como acostumbraba. En eso vi apoyada en mi cama una galleta. Casi grité, me sorprendí tanto al encontrarme de nuevo con eso que tanto odiaba. No quería ver una nunca más, luego de lo que pasó. Traté de ignorarla pero me llamaba. Si estaba ahí es porque alguien la puso, era importante. Pero, ¿quién pudo haber sido? Me congelé al pensar en esto último y me limité a cerrar fuerte los ojos y enfrentarla. La tomé inseguro y la abrí lentamente. Sin mas rodeos, descubrí lo que el papel decía: Escuché una risa de fondo, pero me percaté de que era esa risa. Temeroso me di vuelta y vi a Lisandro pálido, con los ojos sin brillo y una sonrisa siniestra.- Después de todo no es tan estúpido ese consejo, ¿verdad?- susurró sacando un cuchillo. Antes de que pudiera reaccionar me apuñalo en el estómago y luego en el pecho. El dolor me cegaba permitiéndome ver solo la cara de mi amigo, o lo que yo creía que era mi amigo. Pronto una nube negra se adueño de mi visión y eso fue lo último que vi.
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