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| - a imponente masa de la fortaleza de Indoranyon brillaba bajo la luz del sol. El comandante Jasrat contemplaba cómo desaparecía lentamente por el horizonte mientras dirigía la caravana hacia el suroeste. Le resultaba extraño dirigir una por la noche, aunque eso no era mucho más extravagante que cualquiera de las demás cosas que afrontaba. Solo tenía setenta años de edad, y estaba lejos de ser viejo para un bosmer, aunque se sentía como si perteneciese a otra época.
Conocía las tierras del este de Vvarden de toda la vida. Cada bosque, cada jardín, cada pequeña aldea entre la Montaña Roja y el mar de los Fantasmas había sido su hogar. Pero en aquel momento, era todo diferente, estaba enredado en un mundo que no reconocía desde la erupción y el año de la Muerte del Sol. Eso hacía que viajar de noche fuera más peligroso, pero era un riesgo que le habían ordenado correr.
El cenizal apareció casi de repente. Si un explorador con buena vista no lo hubiese visto ni dado la señal, toda la caravana habría sido engullida. Jasrat lanzó una maldición. Eso no aparecía en el mapa, aunque apenas le sorprendió.
Era un gran yermo sin nombre que se extendía más allá de lo que nadie podía divisar. El comandante sopesó sus opciones. Podía llevar al grupo al sureste hacia Tel Aruhn y después intentar aproximarse por el oeste. Mientras miraba el mapa, vio la luz tenue de una hoguera a lo lejos. Acompañado de sus lugartenientes, Jasrat condujo su guar hacia allí para investigar lo que parecían ser una mujer y un hombre cenicios.
-Este ya no es vuestro reino -vociferó-. ¿No sabéis que, por orden del Templo, estas son tierras de las Casas?
La pareja se puso de pie y empezó a alejarse quedamente, hacia un angosto risco que había entre el cenizal y la colina. Jasrat les pidió que volvieran.
-¿Sabéis algún camino para evitar el yermo? -preguntó. Asintieron con la cabeza, con la mirada aún fija en el suelo. Jasrat señaló la caravana-. Nos guiaréis entonces.
Era una travesía traicionera y sinuosa, casi se diría que demasiado estrecha para los guars. Los carromatos pasaban raspando mientras los conductores tiraban de ellos para evitar el cenizal. El cenicio y la cenicia se susurraban cosas al oído mientras guiaban la caravana.
-¿Qué andáis murmurando, escoria n'wah? -bramó Jasrat.
-Mi hermana y yo estábamos hablando de la rebelión de Dagoth -dijo el hombre sin darse la vuelta-. Y ella cree que estáis llevando armas a la fortaleza de Falensarano, por eso decidisteis cruzar el cenizal en vez de seguir el camino.
-Debí habérmelo imaginado -rió Jasrat-. Los cenicios sois tan optimistas cuando veis indicios de problemas en las Casas y el Templo. Odio decepcionaros, pero ni siquiera hablamos de una rebelión. Son solamente unos pocos incidentes aislados, fruto del... descontento. Díselo a tu hermana.
Mientras avanzaban laboriosamente, el angosto risco empezó a estrecharse aún más. Los cenicios encontraron una fisura serrada en las colinas, una grieta de una corriente de lava anterior incluso a la Muerte del Sol. La caravana rayaba las paredes de roca al avanzar. El comandante Jasrat, después de veinte años de incertidumbre en una tierra que no entendía, sintió una punzada de su antiguo instinto. "Este, pensó para sus adentros, es un lugar excelente para una emboscada".
-Cenicio, ¿cuánto nos queda? -gritó.
-Ya hemos llegado -contestó Dagoth-Tython. Y dio la señal.
El ataque acabó en cuestión de minutos, tal y como habían calculado desde un principio. Solo cuando el último cuerpo de los guardias de la Casa se hubo hundido en el cenizal, pasaron a hacer inventario. La rapiña era mejor de lo que habían esperado, tenía prácticamente todo lo que necesitaban. Espadas daédricas, decenas de armaduras completas, carcajs de buenas flechas de ébano y raciones suficientes para semanas.
-Prosigamos hacia el campamento -Tython sonrió a su hermana-. Yo conduciré la caravana. Deberíamos estar allí en unas cuantas horas.
Acra lo besó apasionadamente e hizo la señal de Regreso. En un momento, se encontraba de vuelta en su tienda de acampada, exactamente como la había dejado. Tarareando la canción, se quitó los harapos de cenicia y eligió una túnica apropiadamente transparente de sus baúles. Justo la clase de vestido con el que a Tython le encantaría verla cuando llegase.
-¡Muorasa! -gritó a su criada-. ¡Reúne a las tropas! ¡Tython y los demás estarán aquí muy pronto, con todas las armas y provisiones que necesitamos!
-Muorasa ya no puede escucharte -dijo una voz que Acra no había oído en semanas. Se volvió, borrando diestramente cualquier rastro de sorpresa de su rostro. Se trataba, en efecto, de Indoril-Baynarah, pero ya no era la temblorosa criatura que había dejado atrás en la matanza de la Casa Sandil. Aquella mujer era una guerrera armada, que hablaba con una seguridad burlona-. No sería capaz de reunir a las tropas ni aunque pudiera. Quizá tengáis armas y raciones, Acra, pero no queda nadie a quien podáis armar o alimentar.
Dagoth-Acra hizo la señal de Regreso, pero no sucedió nada.
-En cuanto te oímos trasteando por la tienda, mis magos guerreros disiparon toda magia -dijo sonriendo Baynarah mientras abría la tienda e invitaba a una docena de soldados de la Casa a entrar-. No podrás escapar.
-Si crees que mi hermano caerá en tu trampa, es que subestimas su lealtad a la canción -se burló Acra-. Esta le dice todo lo que necesita saber. Lo he convencido de que no luche más contra ella y que deje que lo conduzca, a él y a nosotros, a la victoria absoluta.
-Lo conozco desde hace más tiempo y mejor de lo que tú nunca lo conocerás -dijo Baynarah con frialdad-. Y ahora, quiero oír qué te está diciendo la canción. Quiero saber dónde puedo encontrar a Tay.
-Es Tython, mi señora -la corrigió Acra-. Él ya no es un esclavo de tu casa ni de las mentiras del Templo. Tortúrame cuanto desees, pero te juro que la próxima vez que lo veas, será porque él lo quiera, no porque tú quieras. Y será el último instante de tu vida.
-No se preocupe, señora -el hoja nocturna le guiñó un ojo a Baynarah-. Todo el mundo dice que no se derrumbará ante la tortura, pero todos lo hacen.
Baynarah salió de la tienda. Formaba todo parte de la guerra, lo comprendía, pero presenciarlo poco agradable le iba a resultar. Ni siquiera podía ver cómo los soldados de la Casa se deshacían de los cadáveres de los rebeldes. Había albergado la esperanza de poder insensibilizarse un poco ante el derramamiento de sangre tras semanas de seguir a Tython y Acra, matanza tras matanza. Poco le importaba que ahora los cuerpos fuesen de sus enemigos. La muerte seguía siendo muerte.
Solo llevaba en su tienda unos cuantos minutos cuando apareció su hoja nocturna.
-No era tan dura como aparentaba -dijo sonriendo tétricamente-. De hecho, solo he tenido que preguntárselo amablemente y acariciar con mi daga su vientre, y lo ha soltado todo entre sollozo y sollozo. No me sorprende mucho, la verdad. Los que más se jactan siempre son los que antes se derrumban.
-Garuan, ¿qué te ha dicho? -le preguntó Baynarah.
-La canción, sea lo que sea eso, le contó a su hermano que iban a apresarla, y le dijo que no volviese al campamento -contestó el hoja nocturna, un poco molesto al ver su fascinante historia interrumpida tan pronto-. Lleva a media docena de mer con él, y van a intentar asesinar al tipo que lideraba al ejército Indoril en la guerra. El general Indoril-Triffith.
-El tío Triffith -dijo Baynarah boquiabierta-. ¿Dónde se encuentra a hora?
-No estoy seguro, señora. ¿Quiere que le pregunte a ella, a ver si lo sabe?
-Iré contigo- dijo Baynarah. Mientras caminaban hacia la tienda de Acra, se oyeron gritos de alarma. La situación ya se había hecho muy evidente antes de que llegaran al lugar. Había tres guardias muertos, y la prisionera se había escapado.
-Qué mujer tan interesante -dijo Garuan-. Tiene un corazón débil, pero un brazo fuerte. ¿Debemos avisar al general Indoril-Triffith?
-Si averiguamos a tiempo dónde se encuentra - dijo Baynarah.
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