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| - [Primera historia] "Winkelheit"; ese era el nombre de una ciudad hermosa. El sueño de toda persona era vivir en ese sitio; pero no todo era tan grato. Resulta y acontece que allí sucedían cosas muy, pero muy extrañas... Era un día cálido; la temperatura citadina era de lo más agradable. Yanel, la protagonista de esta historia, padecía de Miofonía: oía voces en su cabeza. Esto le atormentaba, según me contó. Su madre tenía cosas que hacer, así que nos había dejado solos. Ella y yo. Le invité un café, y haciendo ademán acabó por aceptar. Le pedí que empezara desde el principio y eso hizo.
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| - [Primera historia] "Winkelheit"; ese era el nombre de una ciudad hermosa. El sueño de toda persona era vivir en ese sitio; pero no todo era tan grato. Resulta y acontece que allí sucedían cosas muy, pero muy extrañas... Era un día cálido; la temperatura citadina era de lo más agradable. Yanel, la protagonista de esta historia, padecía de Miofonía: oía voces en su cabeza. Esto le atormentaba, según me contó. Siempre que tenía algo de tiempo libre, lo dedicaba a la práctica de brujería, espiritismo y demás; fue su madre quien, preocupada por el estado de salud de su hija, la trajo hasta mi consultorio con el fin de que se rehabilitara. La joven no me quitaba el ojo de encima: recuedo perfectamente aquella sonrisa malévola, y cada vez que pienso en ella, se me pone la piel de gallina. Su madre tenía cosas que hacer, así que nos había dejado solos. Ella y yo. Le invité un café, y haciendo ademán acabó por aceptar. Le pedí que empezara desde el principio y eso hizo. Yanel fue la más odiada del instituto. En clase, estaban tres chicas que se encargaron de hacerle la vida imposible. Insultos hirientes y maltrato físico a diario fueron las causas de la pérdida de su cordura. Como todos lo sabemos, esta es un hilo muy fino que puede romperse de un momento a otro con suma facilidad. Llegó a casa y se sentó a los pies de la cama: no le gustaba lo que veía en el espejo. Era para ella la imagen de una adolescente rota, tanto por dentro como por fuera. Se secó las lágrimas y salió de su casa, con camino al centro de la ciudad. Busco en librerías enormes escritos repletos de hechizos y sellos prohibidos de magia negra, y con ellos volvió a casa. Se encerró en su habitación con una bolsa llena de aquellos libros. El rencor acumulado por años era tan, pero tan grande, que no le importó vender su alma a Lucifer si con ello conseguía dañar a sus enemigos. Zoe, una de las principales responsables de su desgracia, cruzó la calle cuando el semáforo peatonal estaba todavía en rojo. Yanel observaba todo desde su ventana. La chica se apresuró por pasar al otro lado de la calle, cuando repentinamente, sintió un fuerte pinchazo en su pierna, que le obligó a detenerse allí mismo, en mitad de la carretera. ¡Qué mala suerte tuvo! Un camión se aproximaba a alta velocidad. El conductor frenó, pero la tragedia se hizo inevitable. Fue atropellada. Yanel había usado un muñeco de vudú que ella misma había hecho, y lo había dejado en su mesita de noche luego de presenciar el accidente, con un alfiler morado clavado en una de sus extremidades. No quiso seguir contándome más, pero yo insistí. En ese momento, sus ojos se volvieron blancos, y la luz de mi despacho se apagó. Eso me desconcertó, pero más la voz tétrica y macabra que me habló, probablemente viniendo de ella que, sentada en su silla, me observaba como un animal a punto de atrapar a su presa. Con tal de llevar a cabo su venganza, siguió contando, mató a un pobre e inocente animal. Arrancó su corazón y lo usó para otro ritual... Los cristales de su casa retumbaron como si un terremoto la sacudiera, pero no hizo más que maldecirlas. Estaba helado del miedo, pero seguí escuchando su historia. No dijo mucho después. Las dos íntimas amigas de la reciente fallecida salieron a dar un paseo en la noche; según el informe de la policía, ambas fueron violadas y mutiladas en un callejón sin salida. La consulta no duró más. No recuerdo exactamente qué pasó luego de eso, sólo cerré los ojos un instante mientras ella se aventaba hacia mí. Para cuando los abrí, estaba solo. Luces encendidas, mi taza de café ya fría, la de ella vacía. Miré a mi alrededor por precaución, y sólo corroboré que no había nada ni nadie conmigo. ¿Saben una cosa? La mente humana es tan retorcida que no hace falta que creemos monstruos y fantasmas... Con esto, compruebo que nosotros somos los demonios. Categoría:Brujería/Hechicería Categoría:Mentes trastornadas Categoría:CO Categoría:CC
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