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| - Este es el episodio 8 de PHU.
- Llevo dos días escondido aquí, en el desván de mi casa. Aún no logro entender completamente lo que pasó, pero creo que yo los maté. Hace dos días, mi primo llegó como todos los días a pasar tiempo con mi hermano y conmigo; teníamos pensado salir a dar una vuelta por el pueblo, sin embargo, todo el día había estado algo nublado y poco después de que mi primo entró en casa, comenzó a llover. Como estábamos aburridos, mi madre nos sugirió que podríamos subir al desván, allí había algunas cosas que solían ser del abuelo que nos podrían parecer interesantes. Le hicimos caso y decidimos ver qué encontrábamos. De camino hacia el desván, le dijimos a mi hermana que subiera con nosotros, pero ella no quiso y prefirió quedarse en la computadora. En el desván se encontraban muchas cajas. Nos sorprendió todas las cosas que había en estas: monedas antiguas, esculturas de acero... Al parecer, al abuelo le gustaba mucho coleccionar ese tipo de cosas. Después de mucho revisar, encontramos algo que llamó mucho nuestra atención. Era un pequeño cofre cerrado con un candado, no aguantamos la curiosidad y decidimos ver qué era lo que contenía. Mi primo tomó un mazo y nos dijo que nos hiciéramos a un lado, golpeó con fuerza el candado, que se rompió fácilmente. Nos decepcionó un poco lo que contenía, era un viejo libro. Las páginas ya estaban algo amarillas, escritas en un idioma que no conocíamos. Yo estaba por dejar el libro cuando un escrito en la última página llamó mi atención. “Sidera invocare interitum hominis ut pulvis interitum poena patrandae mutatio.” Después de que lo leí, me sentí un poco extraño. Me sobresalté cuando mi hermano y mi primo me llamaron para que viera algo, habían encontrado una extraña daga que parecía muy antigua. A todos nos pareció genial, yo la quería ver más de cerca, así que se la pedí a mi primo; en cuanto él extendió la mano para dármela, una silueta extraña surgió de mí y en un instante arrebató la daga, la ondeó rápidamente y la arrojó por la ventana del desván. Mi hermano y yo miramos hacia la ventana. Fue cuando notamos que mi primo se tambaleaba y se sujetaba el cuello, de entre sus manos brotaba sangre, se desplomó y dejó visible la enorme cortada que tenía en el cuello. Mi hermano corrió rápidamente hacia la escalera para bajar del desván. Mientras bajábamos, vi una vez más cómo esa sombra salía de mi cuerpo, tenía la forma de un brazo: sujetó la pierna de mi hermano, que cayó rodando por las escaleras. Bajé rápidamente para tratar de ayudarlo, pero tenía el cuello roto. Corrí rápidamente a la habitación de mi hermana para contarle lo que había pasado. Trataba de explicárselo, pero ni yo mismo comprendía. Entonces me vi en su espejo, detrás de mí estaba esa extraña sombra, ahora tenía la forma de un hombre. Me giré rápidamente, ¡no había nadie! Miré nuevamente a mi hermana para tratar de advertirle, pero él se encontraba detrás de ella, surgía desde mi cuerpo y su torso se extendía como una serpiente. Colocó sus manos en la cabeza de mi hermana y, antes de que pudiera hacer algo, le rompió el cuello. Las lágrimas corrían por mis ojos. Corrí rápido hacia el comedor, donde se encontraban mis padres. Cuando les conté lo que había pasado, mis padres solo me dijeron que no bromeara. Se pararon para subir a ver qué estaba ocurriendo, pero yo les pedí que no se me acercaran. Ellos no se detuvieron... Esa cosa salió, pasó entre ellos, quienes no pudieron verlo. Tomó un tenedor y un cuchillo de la mesa y se los clavó detrás de la cabeza. Ellos se desplomaron justo frente a mí mientras veía la sombra desvanecerse para ocultarse nuevamente. No soportaba más lo que estaba pasando, por momentos perdí completamente la cordura, subí rápido al desván nuevamente, ¡no quería lastimar a nadie más! Ayer, en la mañana, un vecino entró a la casa buscando a mi padre. Vi cómo esa cosa salía de mí y bajaba. Escuché un grito, pero sé que está muerto. Creo que sea lo que sea, no se puede alejar mucho de mí. He intentado quitarme la vida para no lastimar a nadie más, pero no me lo permite, siempre me detiene. Me quedaré aquí hasta morir de hambre.
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