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  • El rojo no es dulce
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  • Un recuerdo vívido, eso es lo que es. Esto que estoy a punto de escribir, sucedió de manera repentina y aún no puedo explicármelo, ni a mí ni a nadie. Recuerdo que eran las 03:30 -más o menos- de la tarde. Hace unas dos horas había vuelto del colegio y estaba verdaderamente cansado; no dormí nada durante la noche terminando un trabajo que ese día tenía que entregar, y en el que saqué un maldito seis. Estaba molesto y cansado, por lo que decidí dormir un rato antes de que mis padres llegaran del trabajo y tener que explicarles el porqué de mis notas.
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  • Un recuerdo vívido, eso es lo que es. Esto que estoy a punto de escribir, sucedió de manera repentina y aún no puedo explicármelo, ni a mí ni a nadie. Recuerdo que eran las 03:30 -más o menos- de la tarde. Hace unas dos horas había vuelto del colegio y estaba verdaderamente cansado; no dormí nada durante la noche terminando un trabajo que ese día tenía que entregar, y en el que saqué un maldito seis. Estaba molesto y cansado, por lo que decidí dormir un rato antes de que mis padres llegaran del trabajo y tener que explicarles el porqué de mis notas. Al acostarme en mi cama, inmediatamente caí en un sueño profundo y acogedor. Pero antes de terminar de cerrar mis párpados por última vez, me pareció haber visto una silueta parecida a la mía en la puerta de mi cuarto. Normalmente me hubiera levantado de la cama a ver qué era, pero simple e inevitablemente caí en los brazos de Morfeo. Aún recuerdo mi sueño. Probablemente fue el mejor -y creo que también el que más real se sintió- que he tenido en toda mi vida. Cuando desperté estaba sentado debajo de un árbol. Tenía una ropa rara, como la que se usa en los cuentos de hadas. Estaba confundido, no parecía un sueño, pero de alguna forma yo sabía que era uno, creo que a eso le llaman “sueño lúcido”. Me paré rápidamente y lo que vi ante mí hizo que me sintiera como un niño otra vez; era un mundo hecho de dulces. Sí, dulces; yo tampoco podía creerlo pero ahí estaba. Para cuando me di cuenta ya había empezado a caminar hacia ese lugar. Casas, árboles, césped, vidrio, clavos… Todo, absolutamente todo tenía un dulce sabor. Antes de que lo notara empecé a comer todo lo que veía. De alguna forma era enloquecedora mente adictivo. Aún puedo saborear el mar de gaseosa, el de chocolate y el de té. Recuerdo que vi algunos hombrecítos de jengibre. Estaban deliciosos, aunque sentí una sensación de culpa y rareza porque parecían moverse, pero lo olvidé tan rápido como terminé de comer los chocolates y mentas que habían tirados en el piso -que, cabe aclarar, era de chocolate también-. Estaba por comer un chocolate con dulce de leche dentro cuando el escenario cambió rotundamente. Ya no vi ese cielo de colores pastel, casas a medio comer, y mares de chocolate. No. En su lugar, estaba la sala de mi casa. La ventana estaba en frente de mí, y pude apreciar que ya era muy entrada noche. Me quedé estático, con los ojos abiertos. En un momento miré mi mano por instinto y el chocolate no estaba ahí, sino que había un dedo. Un dedo cercenado. Fue entonces cuando sentí un desagradable sabor en mi boca. Me limpié desesperado con la manga de la camisa y pude apreciar muy claramente sangre. Lo que antes era chocolate ahora era sangre. Agaché mi cabeza para vomitar, pero terminé tragándolo otra vez porque noté que debajo de mí, estaba mi madre. No. Eso no era mi madre. O al menos no lo parecía, ya que estaba completamente destruida. Una mitad de su cara era irreconocible debido a la falta de un ojo y piel. Le faltaban una pierna y también sus dos brazos. Me levanté rápidamente y comencé a caminar subiendo las escaleras. No quería creer que esto fuera real, “seguramente pronto despertaré”, pensé. Aunque nunca lo hice. Al terminar de subir pude ver algo tirado en el suelo; esta vez era mi padre. Sus ropas estaban rasgadas y le faltaba un brazo entero y dedos en la otra mano. Había sangre por todas partes y huellas de manos pintadas con ese familiar líquido rojo. Mis ganas de vomitar e incluso llorar volvieron y me dirigí al baño. Puse mi cara frente al lavamanos y entre toda la sangre -no creo que sea necesario, en este punto, decir que no era mía- pude ver algunos grumos. Eran pedazos de piel, obviamente, aunque no quiero hacer mucho énfasis en ello. Cuando subí mi cabeza, y me vi la cara frente al espejo, ya ni siquiera me sorprendió lo que encontré, mas me quedé viendo mi reflejo por un tiempo hasta que una palabra vino a mi mente; “Ana”. Ana era el nombre de mi hermana. Corrí de prisa hacia su habitación. La puerta estaba abierta, pero ella no estaba. “De seguro se fue. De seguro escapó”, trataba de convencerme con esas palabras, pero el prestar más atención a lo que tenía en frente de mí hizo que mis esperanzas se pudrieran mientras luchaba para no caer de rodillas ante ese maldito color rojo en el piso, que combinaba con las manchas en la pared. Aparentemente no dejé ni un solo dedo. Aunque creo que la cabeza estaba debajo de la cama, pero no pienso investigar. Lo odio. Odio ese maldito color del que pinté desprolíja e inconscientemente mi propio hogar, a mi propia familia. Lo odio. Lo odio. Realmente lo odio. No quiero verlo nunca más. Es por eso que elegí la opción de la soga y la silla para mi último movimiento. Es mejor que la pistola que papá guardaba en caso de emergencia porque no saldrá nada de mí. Nada rojo. Nada. Así que adiós. Jamás sabré qué carajos fue esa maldita silueta y no importa, nada cambiará, ¿verdad? Ahora subiré a la silla. Espero verlos otra vez, quizás en sus "dulces" sueños. Categoría:Mentes trastornadas Categoría:CO