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  • Una mirada única
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  • Es un día gris, ventoso y frío en la ciudad. Un típico día de un otoño ya anciano. Un soplido gélido me da la certeza que el invierno será inminente y crudo. Me acomodo el abrigo y estoy a punto de seguir mi propio camino, pero algo ha llamado poderosamente mi atención. Secándose las lágrimas de los ojos con la manga de la campera de algodón se acomoda la capucha y se dejan ver dos ojos enrojecidos. Serían de color verde en su estado natural pero ahora se le miran marrones, sin el brillo característico que normalmente tiene alguien de su edad. Paso a paso voy acercándome, muy lentamente.
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  • Es un día gris, ventoso y frío en la ciudad. Un típico día de un otoño ya anciano. Un soplido gélido me da la certeza que el invierno será inminente y crudo. Me acomodo el abrigo y estoy a punto de seguir mi propio camino, pero algo ha llamado poderosamente mi atención. El objeto de mi atención va andando con paso lento, cansado. Arrastrando los pies de cuando en cuando, en una soledad completa, aun estando entre tanta gente. Mira hacia la nada, y de cuando en cuando algunos recuerdos se asoman fugazmente. Su expresión cambia de pronto transformándose en una mueca de dolor profundo. ¿Qué le atormentaría de esa manera? Secándose las lágrimas de los ojos con la manga de la campera de algodón se acomoda la capucha y se dejan ver dos ojos enrojecidos. Serían de color verde en su estado natural pero ahora se le miran marrones, sin el brillo característico que normalmente tiene alguien de su edad. Es una mirada envejecida, que incluso transmite desesperanza. Todo un tormento debe tener tras de sí. La Premura parece haberle susurrado algo en el oído y apura los pasos. Pasa entre la multitud chocando con los demás. Su frágil cuerpo rebota entre la gente, pero sigue adelante. La determinación está en su mente ahora y continúa avanzando. La intriga me ha invadido a mí. Ahora debo saber qué le está sucediendo y qué pretende hacer. Esta podría ser una oportunidad única en la vida y no debo desperdiciarla. Ahora casi va corriendo y se mete en edificio aquel. Casi puedo adivinar lo que intentará y el corazón me da un vuelco. Siento cómo la sangre abandona mi rostro y aprieto los puños. “Debo intervenir”, me digo, y acelero los pasos. Ahora ha traspasado la estancia. Es un edificio público, así que es prácticamente invisible para los demás. No para mí. Puedo ver la campera de algodón resaltando entre la muchedumbre. Tal es mi grado de enfoque. Tanta es mi preocupación. Se ha metido en los ascensores y me maldigo por mi lentitud. Pude ver de nuevo esos ojos, sin esperanzas. Justo antes de que las puertas del ascensor atestado se cierren, me mira directamente. Una punzada helada me congela el alma. Me paralizo un instante. ¡Es tanto su sufrimiento! ¡Es tanta su desesperación! Las puertas del ascensor se cierran y me quedo ahí en silencio, con los ojos arrasados en llanto. Debo hacer algo. Me recompongo rápidamente y ahora estoy buscando las escaleras. Sé adónde va, pero me lleva ventaja. Los primeros pisos no son un problema y subo rápidamente sin detenerme a pensar en nada más que en la profunda tristeza de esos ojos. La motivación hace que ignore el acalambramiento en mis extremidades. La garganta se me reseca, me cuesta respirar, pero ya estoy cerca del final. Por fin puedo ver la puerta metálica. Está algo oxidada, solo espero que abra a la primera. Me lanzo contra la puerta asumiendo que sí está abierta. El impulso hace que caiga bruscamente del otro lado. El golpe ha sido bastante fuerte, la frialdad del suelo de la azotea puedo sentirlo en mi cara y mi agitada respiración no lo calienta en absoluto. Y me quedo ahí unos segundos, tratando de asimilar el golpe y el agotamiento físico. Al incorporarme, veo aquellos ojos fijos en mí. Está justo donde imaginé. Sobre la cornisa. “¡No se acerque!”, me grita. Pero yo voy paso a paso acercándome con las manos levantadas hacia el frente como cuando caminas a ciegas sobre un lugar desconocido. Y era esta una situación desconocida para mí. Alguien estaba a punto de saltar al vacío y yo como testigo de ello. “No lo hagas”, le digo con la voz tan calmada como me es posible después de haber subido 15 pisos en una carrera frenética. “¡Usted no sabe nada! ¡Nadie sabe nada! ¡Nadie entiende una mierda!” Llora y grita desesperadamente. Sus ojos desprenden fuego y hielo a la vez. Es algo único. Paso a paso voy acercándome, muy lentamente. “No lo hagas”, repito, “No vale la pena”. Mi voz me parece lejana y serena. Transmite una paz y una tranquilidad que contrasta con el manojo de nervios que soy por dentro. “Usted no entiende”, susurra. Sus ojos se inundan nuevamente y su determinación se hace pequeña. Me acerco lo suficiente y tomo su mano. “No es necesario que lo hagas”, le digo con esa calma que no sentía. Su mano es cálida, suave. Su tacto es sumamente agradable y tiene unas pequeñas cicatrices en la muñeca. Al parecer, sufre maltrato desde la niñez. Me acerco más y me subo a la cornisa y le doy un abrazo. Es un abrazo correspondido ampliamente. Siento sus sollozos en mi pecho. Es un momento mágico. Una racha de viento nos hace perder el equilibrio y me recuerda que es mejor bajar de ahí lo antes posible. Le sonrío y me sonríe y veo esos ojos ya serenos, sí, son verdes. Ahora es cuando el cúmulo de emociones explota dentro de mí. Su mirada ha cambiado, ya no es desesperanza. La serenidad va dando paso rápidamente a la sorpresa y luego al terror. Es algo único. Veo esa mirada alejándose cada vez más de mí. Ahora me dirijo a casa. “Adolescente se suicida a plena luz del día”, dicen las noticias. Y yo me acomodo en mi lugar y sonrío. Y un sueño plácido se apodera de mí. By =>Y r v o z<= 15:36 23 sep 2015 (UTC)