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  • Virgen María
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  • thumb|304px María (en arameo, מרים, 'Mariam'), en la mitología cristiana, es la madre de Jesús siendo virgen antes y después de su nacimiento. María provenía de Nazaret de Galilea que, según diversos pasajes del Nuevo Testamento pertenecientes al Evangelio de Mateo, al Evangelio de Lucas y a los Hechos de los Apóstoles, como también distintos textos apócrifos tales como el Protoevangelio de Santiago, vivió entre fines del siglo I A.E.C. y mediados del siglo I E.C. También el Corán la presenta como madre de Jesús (Isa), bajo su nombre árabe, Maryam o Miriam.
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  • thumb|304px María (en arameo, מרים, 'Mariam'), en la mitología cristiana, es la madre de Jesús siendo virgen antes y después de su nacimiento. María provenía de Nazaret de Galilea que, según diversos pasajes del Nuevo Testamento pertenecientes al Evangelio de Mateo, al Evangelio de Lucas y a los Hechos de los Apóstoles, como también distintos textos apócrifos tales como el Protoevangelio de Santiago, vivió entre fines del siglo I A.E.C. y mediados del siglo I E.C. También el Corán la presenta como madre de Jesús (Isa), bajo su nombre árabe, Maryam o Miriam. A María se le da el título de Theotokos (en griego: Θεοτόκος, en latín, Deīpara, palabra griega que significa Madre de Dios (literalmente, 'la que dio a luz a un Dios'). Su equivalente en español, vía latín, es Deípara. Se le adjudicó este título en el Concilio de Éfeso de 431 en referencia a su maternidad divina. «La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta, que dice: "He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y que se le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros." Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa a su esposa, la cual, sin que él antes la conociese [eso es sin haber mantenido todavía relaciones sexuales con ella], dio a luz un hijo y le puso por nombre Jesús» (Mt 1,18-25). En el Evangelio de Lucas, que no cuenta nada acerca de las posibles cavilaciones de José, sí encontramos la versión principal, la de María, que incomprensiblemente falta en Mateo. El episodio de la anunciación de Jesús se relata de la manera siguiente: «En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podía significar aquella salutación. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin. Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. (...) Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel» (Lc 1,26-38). Contra toda lógica y pronóstico, en los evangelios de Marcos y de Juan no se cita ni una sola línea de este fundamental acontecimiento sobrenatural que, para los católicos, viene a ser como la madre del cordero de su creencia religiosa. De hecho, Marcos y Juan no se interesan por otra cosa que no sea la vida pública de Jesús asumiendo ya, a sus treinta años —en realidad a sus casi cuarenta o más, tal como veremos en el capítulo 4—, el papel mesiánico. Resulta totalmente absurdo; ¿cómo iban a dejar de mencionar el relato del nacimiento divino de Jesús dos evangelistas que no pierden ocasión de referir sus hechos milagrosos? Sólo hay una posible explicación para tal olvido: no creían que fuese cierto. Otro autor neotestamentario fundamental, San Pablo, fue aún mucho más descreído que ellos a propósito de la supuesta encarnación divina en Jesús. Por otra parte, leyendo a Mateo y Lucas, en especial a este último, no puede dejar de asomar en nuestra mente una duda terrible: o bien Dios —como ya hemos visto en otros apartados de este libro— tiene que repetir a cada tanto sus mejores episodios, o es que la misma historia mítica va renovándose a sí misma plagio tras plagio. El relato de la concepción por intervención divina no era ninguna novedad. Está bien documentado que Mitra nació de virgen un 25 de diciembre, en una cueva o gruta, que fue adorado por pastores y magos, fue perseguido, hizo milagros, fue muerto y resucitó al tercer día... y que el rito central de su culto era la eucaristía con la forma y fórmulas verbales idénticas a las que acabaría adoptando la Iglesia cristiana. A tal punto son iguales el ritual pagano de Mitra y el supuestamente instituido por Jesús, que san Justino (c. 100-165 E.C.), en su I Apología, cuando defiende la liturgia cristiana frente a la pagana, se ve forzado a intentar invertir la realidad y encubrir el plagio cristiano afirmando que «a imitación de lo cual [de la eucaristía cristiana], el diablo hizo lo propio con los Misterios de Mitra, pues vosotros sabéis o podéis saber que ellos toman también pan y una copa de vino en los sacrificios de aquellos que están iniciados y pronuncian ciertas palabras sobre ello». La astucia del diablo, según la pinta Justino, es inusitada, ¡mira que instaurar la eucaristía cristiana en un culto pagano cientos de años antes de que nadie —incluidos los propios profetas de Dios— pudiese imaginar que una secta judía acabaría por convertirse en la poderosa Iglesia católica romana!