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  • El beso que nunca llegó a los labios
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  • ¿Serás tú? Me pregunté cuando lo vi, claro que esa pregunta me la hacía cada vez que conocía a alguien nuevo. La respuesta variaba de acuerdo a mi estado de ánimo, pero la más recurrente era: tal vez, solo el tiempo lo dirá. Esta era la respuesta más práctica ya que me permitía dejar la posibilidad de enamorarme. Pero esa vez fue diferente, esa fue una de las poquísimas veces en que dije "no hay remedio, ese no es" lo mire alejarse y sin ningún remordimiento continué con mi camino, tiempo después lo volví a encontrar, pero como ya lo conocía, no me pregunté nada, me limité a dejar que su presencia fuera una más en la lista de coincidencias de la vida.
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  • ¿Serás tú? Me pregunté cuando lo vi, claro que esa pregunta me la hacía cada vez que conocía a alguien nuevo. La respuesta variaba de acuerdo a mi estado de ánimo, pero la más recurrente era: tal vez, solo el tiempo lo dirá. Esta era la respuesta más práctica ya que me permitía dejar la posibilidad de enamorarme. Pero esa vez fue diferente, esa fue una de las poquísimas veces en que dije "no hay remedio, ese no es" lo mire alejarse y sin ningún remordimiento continué con mi camino, tiempo después lo volví a encontrar, pero como ya lo conocía, no me pregunté nada, me limité a dejar que su presencia fuera una más en la lista de coincidencias de la vida. Luego un día cualquiera creo que se preguntó si yo sería, con la gran diferencia que no buscó la respuesta en su interior, quiso enterarla en mis ojos, pero yo estaba demasiado distraída conociendo personas y haciéndome preguntas. Con el tiempo comprendí y jugamos un rato a insinuar con las miradas lo que nuestras palabras nunca decían. Lo conocí bien y creo que fue cuando comencé a distorsionar la realidad, veía en sus gestos, en su ojos y en sus labios cosas que no existían, creo que para esa época él ya sabía que yo no era, pero como nunca se preocupó por decirlo en voz alta no vio la necesidad de explicármelo. Mientras tanto yo me dibujaba posibilidades futuras en las que los dos gritábamos que sí eramos, que nos habíamos encontrado, que seriamos felices y viajaríamos de la mano. Aquellos días felices en los que imaginar tan alto no me parecía un peligro. Él y yo nos convertimos en cómplices, pero yo guardaba un secreto en mi alma que creía compartir con él, hasta que un día se me acercó y me dijo que la había encontrado, que por una suerte del destino ella había llegado a sus brazos sin esperarla y que en el momento en que la miró a los ojos supo que sus almas se unirían. Mi corazón se detuvo, juro por Dios que dejó de palpitar por unos segundos, fue en ese momento en el que comprendí que los besos con los que tanto soñé jamás llegarían a sus labios.