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  • La mujer del rincón
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  • Hola, soy Daniel Navarro y les voy a contar la experiencia más perturbadora y aterrorizante de mi vida. Cuando yo era chico –alrededor de los seis años– mis padres se divorciaron y me fui a vivir con mi madre a un departamento en las afueras de la ciudad de Lincoln. El lugar era sencillo en su arquitectura: una cocina-comedor, un baño y una habitación en la que cabían perfectamente –con mesita de luz entre medio– dos camas medianas. Pero los días cambiaron. Lamentablemente, cambiaron. ¿Quién era aquella mujer? ¿Por qué estaba apoyada sobre el rincón e inmóvil y tan lastimada?
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  • Hola, soy Daniel Navarro y les voy a contar la experiencia más perturbadora y aterrorizante de mi vida. Cuando yo era chico –alrededor de los seis años– mis padres se divorciaron y me fui a vivir con mi madre a un departamento en las afueras de la ciudad de Lincoln. El lugar era sencillo en su arquitectura: una cocina-comedor, un baño y una habitación en la que cabían perfectamente –con mesita de luz entre medio– dos camas medianas. La separación de mis padres no me había afectado mucho. Supongo que se debía a la edad temprana o, más aún, a que yo no los había escuchado pelear ni verbal ni mucho menos físicamente. Fue Claudia, mi madre, la que me informó respecto de la lamentable situación entre ellos. Y yo no entendía muy bien qué era lo que estaba pasando, claro. Los primeros días en aquel departamento fueron muy divertidos. Lo eran para mí, desde luego, jugando como me pasaba las horas a los autitos en miniatura o –como casi a todos los chicos les gusta– delineando garabatos en hojas en blanco que quedaban tiradas por ahí. Pero los días cambiaron. Lamentablemente, cambiaron. Uno de ellos, en los que me encontraba aburrido y sin creatividad para dibujar, acerqué un ojo a la cerradura de la puerta de entrada y vi –nunca me voy a olvidar– a una mujer de espaldas en una de las esquinas del pequeño piso de cuatro departamentos. Debido a la poca apertura de visión que me proporcionaba tan estrecho orificio, lo único que podía ver era una parte del cuerpo femenino: desde los hombros hasta un poco más arriba de las rodillas. Pero era un cuerpo grisáceo, no sólo por la casi penumbra que reinaba allí afuera en el hall, sino porque parecía un cuerpo frío y –además– víctima de lastimaduras severas. Congelado de miedo, me alejé apenas concebí tan horrible visión, al tiempo que mi respiración se aceleraba y mi corazón empezaba a latir más fuerte, hasta el punto de sentirlo en la garganta. ¿Quién era aquella mujer? ¿Por qué estaba apoyada sobre el rincón e inmóvil y tan lastimada? —Mami —dije—, hay una mujer ahí afuera. Mi madre creyó, por supuesto, que se trataba de alguna vecina que salía por algún motivo. —No, mami —aclaré—. Está lastimada… Muy lastimada. Ella se preocupó y se asustó. Cuando ví que abría la puerta con llave, corrí a esconderme detrás de un mueble y –de a poco– me fui asomando para ver que no había nadie allí. Ah… la luz estaba apagada en el momento en que yo habían mirado por la cerradura. Fue mi madre quien la encendió para ver con claridad… ¿habría visto mal? —No te preocupes, hijito… No hay ninguna mujer lastimada —respondió. Pero yo estaba segurísimo de lo que había visto, motivo por el cual –y de esto me arrepiento mucho más– volví a ojear, nuevamente y con cierta incertidumbre ahora, a través del trinquete. La misma mujer en la misma oscuridad ahora estaba de frente y a centímetros de la puerta. Y yo no veía otra cosa que su vientre, grisáceo y tan lastimado como el resto que antes había podido contemplar. El pánico que me invadió fue terrible. Ni un segundo pude sostener la vista por lo que, temblando de miedo, me sobresalté de tal manera que me caí al suelo. — ¡Mami, mami! —grité, aterrorizado—. ¡Está ahí, atrás de la puerta! Buaaa… Ella volvió a abrila, mucho más preocupada que antes no por la mujer sino por mi comportamiento, y –para mi sorpresa y otra vez– nadie se encontraba en el hall. — ¡Aparece cuando se apaga la luz! —insistí—, ¡Tengo miedo, mami! Buaaa… Mi madre creyó, como tiempo después me reveló, que yo había sufrido alucinaciones esa vez. Por eso, me llevó al médico de inmediato, así como –de inmediato e insólitamente– se enteró de que mi cuerpo funcionaba a la perfección… ¿Por qué, entonces, había visto semejante cosa? A los pocos meses nos mudamos a un departamento más grande. Ahora tengo diecinueve años y me encuentro –quién lo habría imaginado– estudiando Periodismo en las afueras de Lincoln, en el mismo edificio en el que tuve la experiencia más aterradora de niño. Por supuesto que recuerdo perfectamente lo que vi, y como después de tantos años aquellos recuerdos se borronean un poco –de manera que uno no sabe si lo que vio fue o no real– hoy a la noche voy a volver a mirar por el cerrojo de la puerta. Ah, el departamento es el mismo… Y las luces del hall se apagan automáticamente… Me dio miedo quedarme solo por primera vez acá, en este lugar tétrico, pero ni loco le habría dicho a mi madre que no quiero, que no me animo a pisar este suelo. Creería que soy un nene que cree en los fantasmas. Claro que ella se acuerda de aquel episodio… bueno, supongo. Tres de la mañana, creo que voy a mirar… Nada. No hay ninguna mujer en el rincón, pareciera que mi terror nocturno fue superado… ah, no, las luces están encendidas, no vale… Ahí está, se apagaron, llegó el… ¿qué fue ese ruido? No importa, antes de seguir escribiendo me voy a asomar y a contar lo que ví, aguárdenme un momento… Por Dios… por el amor de la Santísima Madre, es la misma mujer… de espaldas a mi puerta… Se está golpeando levemente la cabeza contra la esquina y está desnuda… y lastimada… No importa, me voy a armar de valor e iré a ayudarla, enseguida regreso. (Daniel Navarro fue encontrado muerto en el hall del 4º piso del edificio de la calle Irigoyen 592. Causa de la muerte: traumatismo de cráneo; él solo terminó con su vida golpeándose la frente –una y otra vez– contra uno de los rincones del hall. Sobre la mesa de su departamento, una hoja con el texto que se acaba de transcribir.) Categoría:Fantasmas