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  • Frente al espejo
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  • thumb|200px Dejándote con tus pensamientos, decido partir de tu lado. No sin antes estremecerme, pues no concibo de mi parte esa crueldad de un adiós que servirá de poco y para pocos. Llueve y las gotas de fresca lluvia se mezclan con el calor de mis lágrimas. Tengo la impresión de que mi sombra se refleja y parece la caricatura de un niño flaco que camina con prisa, la bufanda enredándose en las ramas bajas de los árboles. Ya no tengo paz desde ese día que dijiste las palabras que jamás debí escuchar de tu boca: “Te amo”.
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  • thumb|200px Dejándote con tus pensamientos, decido partir de tu lado. No sin antes estremecerme, pues no concibo de mi parte esa crueldad de un adiós que servirá de poco y para pocos. Llueve y las gotas de fresca lluvia se mezclan con el calor de mis lágrimas. Tengo la impresión de que mi sombra se refleja y parece la caricatura de un niño flaco que camina con prisa, la bufanda enredándose en las ramas bajas de los árboles. El frío adherido a los huesos, la calma ausente en mi alma y tus pasos que me siguen con el propósito de hacerme razonar que este adiós es injusto. Pero de alguna forma me pierdo entre la gente que huye de la lluvia y ya no te veo. Siento mi cuerpo fragmentado: mis brazos, mis piernas en el aire y mi cabeza sepultada en una nube se niega a formar parte de ese cúmulo de huesos, tendones y carne que simula ser un organismo unido pero que muy dentro mío se que la realidad es otra. Ya no tengo paz desde ese día que dijiste las palabras que jamás debí escuchar de tu boca: “Te amo”. Desde entonces yo, que olvidé lo que es amar de verdad me fui cerrando como una flor que se marchita de a poco y me dejé morir. Pues al amor lo concibo como algo tóxico que siempre me daña. Perdieron ese encanto nuestras caminatas, nuestras charlas perpetuas, las flores con las que fabricabas una coronilla para que adornen mi cabello y los besos tiernos, cálidos y húmedos de la despedida. Perdió su encanto el momento en que recibía tu mensaje preguntándome si llegué sin problemas a casa y yo te contestaba “no te preocupes, me acompañó otro de mis amante”. Eso te ponía muy celoso y me llamabas para regañarme y un par de afectuosas palabras y un “perdóname” curaba tu herida de celos. Pero siempre era la misma historia y los dos disfrutábamos de eso como dos seres pueriles e inocentes. Ese adiós me ensordece y colabora con el viento que tira de mi cabello como obligándome a volver a tu lado. Por eso vuela mi paraguas pero es tan firme mi decisión que lo dejo tirado en medio de la calle. No me importa si me mojo, pues necesito sentir frío para emparejar mi temperatura con el hielo de mi corazón. Trato de juntar con ambas manos agua de lluvia para enjuagar mis lágrimas, trato de contener la respiración como si quisiera dar un grito que traspase la atmosfera. No dejo de temblar aterida de frío. Mis ojos solo ven las luces de los autos y no está ausente la necesidad de arrojarme bajo alguno y así conseguir la redención para el mal que te hice. Tengo la sensación de que los árboles desnudos no disfrutan de esta agua celestial sino me contemplan reconviniendo el paso que acabo de dar. ¿En que momento llegué a casa? No lo se. Pero me abrazó la tibieza de mi hogar y me saludaron los fantasmas de mis sueños. Frente al espejo mi imagen se convirtió en una serpiente y me felicitó. Pues aprendí a no creer en el amor y a no aceptar nunca mas que un hombre me diga te amo, pues de alguna forma, todos me mienten. Puede que sea injusta por lo que digo, pero otros hombres se tomaron el trabajo de hacerme incrédula cuando me hablan de amor Suena mi celular. Es un mensaje tuyo: “¿llegaste sin problemas?” esta vez no contesto y jamás lo volveré a hacer.