PropertyValue
rdfs:label
  • La Doncella De Hierro
rdfs:comment
  • 1320, Paris, una fecha… que yo no deseo recordar. Paralizado me encontraba yo ante aquel rugido estremecedor de los fuertes y corpulentos inquisidores que cargaban de mí. Las cadenas oxidadas me impedían toda clase de movimiento, y de un momento a otro comencé a perder el control sobre mis extremidades. Sus rostros no los pude reconocer, pues estaban cubiertos por sus capuchas negras, pero sus cuerpos estaban manchados en sangre seca, y fue por eso que me empecé a preocupar. Alrededor mío, contemplaba el paisaje de otoño, los colores de la hojarasca caída de los árboles junto al rojo claro del atardecer. Lamentablemente, mi situación no daba para disfrutar de aquel bello panorama.
dcterms:subject
dbkwik:es.creepypasta/property/wikiPageUsesTemplate
abstract
  • 1320, Paris, una fecha… que yo no deseo recordar. Paralizado me encontraba yo ante aquel rugido estremecedor de los fuertes y corpulentos inquisidores que cargaban de mí. Las cadenas oxidadas me impedían toda clase de movimiento, y de un momento a otro comencé a perder el control sobre mis extremidades. Sus rostros no los pude reconocer, pues estaban cubiertos por sus capuchas negras, pero sus cuerpos estaban manchados en sangre seca, y fue por eso que me empecé a preocupar. Alrededor mío, contemplaba el paisaje de otoño, los colores de la hojarasca caída de los árboles junto al rojo claro del atardecer. Lamentablemente, mi situación no daba para disfrutar de aquel bello panorama. Fui conducido hasta las entradas del palacio, cuyos portones fueron abiertos por dos guardias y yo seguía siendo atormentado por una profunda agonía y terror, por no saber exactamente que era lo que iban a hacer conmigo. Allí a la entrada, fui recibido por un hombre de barba larga y una majestuosa túnica roja con franjas doradas, con un notorio crucifijo que brillaba junto a las luces de los candelabros del palacio… Fue en ese instante en el que supe que se trataba del cardenal. Él me observaba sonriendo de una forma cruel y macabra, creando en mí una sensación de nervios que comenzó a crecer a lo que me acercaban a él a paso lento. Los dos sujetos que me cargaban me dejaron caer, permitiendo que me golpeara contra el suelo del palacio mientras que las cadenas me cortaban la circulación cada vez más. Él puso un pie sobre mi cabeza, a lo que yo cerré los ojos con fuerza, y él se agachó lentamente para observarme. _ ¿Quién es éste hombre?,_ Preguntó riendo maléficamente mientras las puertas del palacio eran cerradas por los guardias que contemplaban aquella situación con seriedad mientras lo hacían. _Otro hereje_ Respondió uno de los dos hombres que me cargaban con una voz muy grave y profunda seriedad. _ No es nada fuera de lo normal. Ha traicionado a su nación, y ha insultado nuestra iglesia.. a nuestra comunidad. Yo quedé sorprendido al ver las risas del hombre; sin embargo, hacía lo posible por evitar dejar que mis emociones me controlaran conllevándome a una reacción de llantos y gritos. El cardenal dio media vuelta, y se alejó de mí mientras yo respiraba precipitadamente aún en aquella incomoda posición en la que me encontraba. Los dos inquisidores se me acercaron y retiraron las pesadas cadenas que cubrían mi cuerpo; no obstante, había algo que me impedía separar mis manos. Por más que lo intentara, eso apretaba más mi piel. Junto al cardenal se encontraba un sujeto de túnica negra y sombrero, quien caminando hacia mí sacó su espada muy lentamente, produciendo así un ruido estremecedor que irritó mis oídos como nunca antes, frente la imposibilidad de cubrírmelos como solía reaccionar siempre a ello. Éste puso la espada sobre mi cuello. Sentir la presión del roce del metal que aumentaba cada vez más sobre mí me hizo cerrar los ojos con pavor tragando saliva. _Es triste que jóvenes como tú tengan que morir por pecar de un modo tan estúpido,_ Decía él golpeándome con la espada muy suavemente, cuyo frio me ponía los pelos de punta, pero con todo el esfuerzo de controlar mis emociones les contesté. _Dejadme ir,_ Decía yo haciéndome ver con una profunda sensación de frialdad, pero mis piernas no podían dejar de temblar. _Tu sabes como son las cosas,_ Me decía el caminando en círculos alrededor mío, a lo que yo intentaba perderlo de vista, contemplando el panorama del palacio en el que me encontraba. Grandes candelabros dorados y copas con joyas finas se encontraban sobre la mesa junto a unos muebles púrpuras que daban vida a aquel majestuoso ambiente. Lo que más me llamaba la atención era el bello entapetado rojo con franjas doradas. Lo único que opacaba aquel lugar era mi presencia; un hombre vestido en ropas desastrosas de prisionero que hacían una pinta muy sucia. _Tranquilízate,_ Me decía él burlándose de la forma en la que temblaba cerrando los ojos. _Te daré una última oportunidad para que te arrepientas, y confieses todo. _No traicionaré a mi familia,_ Contesté con rudeza mientras el sudor bajaba muy lentamente por mi frente hasta caer sobre la superficie del suelo. _Podéis hacer conmigo lo que queráis, pero no os diré nada. _TU PADRE ES UN BLASFEMO,_ Me gritó el cardenal cambiando su cara de maligna felicidad por ira. _ Un fariseo, Un hereje, y tú colaboras no diciéndonos donde está. _ES MI PADRE,_ Respondí gritando dejando a un lado mis miedos, y desafiando al cardenal y a su guardia. En ese instante vi como el guardia de negro sacaba su espada tan rápido como podía y posaba su punta sobre mi cuello nuevamente. _¿Cómo osas hablarle así a una persona de Dios?,_ Se preguntaba con un tono de frialdad que me ponía a temblar cada vez más como si la muerte estuviese cubriéndome con sus mantos. _ Vosotros no sois gente de Dios,_ Respondí muy tranquilamente agachando la cabeza y dejando salir dos lágrimas. Cada palabra que decía la pronunciaba con un tono más fuerte _Sois unos asesinos, unos abusadores, ACEPTADLO. El cardenal se encontraba desconcertado ante mi actitud, pero antes de que yo pudiera seguir diciéndoles la verdad en la cara, el guardia me golpeo muy fuertemente en la cabeza con su espada, haciendo que callera al suelo inconsciente. _Idiota,_ Susurró él. Posteriormente piso mi nariz, rompiéndomela en el instante. La sangre se derramaba rápidamente sobre mi rostro, pero al estar inconsciente, no podía sentirlo. ………. No hizo falta que transcurriera mucho tiempo para que quedara en profundo sueño; no obstante, de algún modo sentía que mi alma seguía consciente. Veía todo borroso, no podía sentir mis piernas ni mis brazos. Rápidamente me perdí del cuarto en el que me encontraba con el cardenal y su guardia, y las imágenes que procedieron a ingresar a mi mente fueron distintas. Frente a mí yacía un largo pero angosto pasillo, que como dije antes, no ingresaba correctamente a mis ojos. De algún modo yo podía seguir avanzando a través de él, aunque sintiera como si mis piernas y mis brazos hubieran desaparecido, al igual del resto de mi cuerpo. Me pregunté si realmente seguía o no con vida. A mí alrededor escuchaba unas risas burlonas como de duende, que junto con el hecho de verme caminando inconscientemente a través de ese oscuro pasillo; causaba en mí una sensación de terror, mezclado con angustia…… una sensación que no puedo describir. Si el terror me dominaba al escuchar esas risillas, imagínense lo que sentí cuando estas fueron reemplazadas de un momento a otro por alaridos, gritos y lamentos. Sentía como si hubiera traspasado las puertas que dividen las fronteras entre la tierra y el infierno, y de hecho me pregunté si eso era.. pero no. A mi lado pude contemplar una luz que misteriosamente me pasaba por alto. ¿Realmente estaba muerto?, no lo sabía. Sólo pude ver que en una de esas puertas había un hombre amarrado a una cama de madera temblando de dolor y mostrando así sus últimos signos vitales. Podía escuchar también el ruido estremecedor del roce de un péndulo, que posteriormente oí bajando y aumentando su velocidad, y así pude contemplar como rosaba una vez más la piel del hombre, haciéndolo brincar retenido por las cuerdas. Posteriormente la cuchilla del péndulo regreso rebanando al hombre esa vez más bajo, hasta el punto de poder ver su hueso. Sentía mareos, y mi espíritu.. por decirlo así, se desplazó hasta más no poder, pero quedé paralizado nuevamente ante otra horrible escena. En otra habitación, pude contemplar como a un hombre le espichaban el cráneo muy lentamente con un casco, que bajaba bajo la acción de la fuerza de dos largas palancas rotadas por un verdugo. Sus dientes se rompían cada vez más, y de ellos, salían grandes cantidades de sangre, junto a sus ojos saltones. Mi ser se movió con más velocidad. Más adelante vi a una mujer sometida al potro, sus brazos y piernas se estiraban cada vez más unas y dirección contraria a las otras, mientras unos rodillos desgarraban el resto de su piel y salpicaban sangre por doquier. Ella gritaba. A otro joven le aplastaban los dedos hasta que sangraban horriblemente por sus uñas, y ver la forma en la que temblaba y se desmayaba del dolor me hizo correr a toda marcha hasta el final de ese pasillo, queriendo ignorar el resto de gente que era cruelmente torturada. Intenté detenerme cuando llegaba justo al final, pero no fui capaz; nuevamente había perdido el control sobre mis movimientos. Quería cubrirme al sentir que chocaría contra una pared, pero no podía encontrar mis brazos. Justo en el momento en el que lo hice volví a ver todo a oscuras, mis sentidos se volvieron a apagar y yo cerré los ojos. Lo único que recuerdo es que escuche el grito de una mujer, más cercano e intenso que los alaridos de los condenados. …………….. Pude despertar, pero en la habitación en la que me encontraba ahora reinaba una siniestra oscuridad; sin embargo, ya sentía nuevamente mis extremidades, estaban libres, y el resto de mi cuerpo intacto. Sentí posteriormente como una luz se proyectaba contra mí, a lo que cubrí mi rostro con ambas manos; sin embargo, no pude contemplar la penumbra que debería estarse proyectando contra la pared, así que sin más preámbulos corrí hasta esa luz. A mí alrededor pude notar una horrible y sucia mazmorra con cadenas, esqueletos y todo tipo de plagas rondando a través de éste. Un paisaje que era levemente iluminado por la luz que provenía de la puerta. Al final, me encontré con la persona que en ese preciso instante menos deseaba ver… el cardenal y su guardia. Al darme cuenta de que todos me observaban yo no supe que hacer, por lo que no me quedo más remedio que rendirme; sin embargo, poco después me di cuenta de que todos me ignoraban; parecía como si no estuviese presente en aquel lugar. No entendía aquella situación. Estaba feliz, pero al mismo tiempo muy confundido, y el hecho de que nadie pudiera verme me causaba terror. Detrás de ellos había un gran baúl de hierro con un admirable color rojo oscuro; en su puerta se expresaba la imagen de una doncella, con un rostro de seriedad y los ojos cerrados, como si estuviese realizando algún tipo de ritual. Una vez más me acerqué al cardenal, intenté llamar su atención para ver si realmente no se había dado cuenta de mi presencia. Parecía ni siquiera poder verme; por lo contrario, volvió a poner en su rostro esa sonrisa… esa sonrisa macabra que hizo que se me pusieran los pelos de punta a la entrada del palacio. Miré detrás de mí, y me di cuenta que de la puerta de la que vine, los dos inquisidores cubiertos en sangre seca traían a una chica de vestido blanco inconsciente. Me interpuse entre ellos y el cardenal, pero éste se dirigía a ellos como si no único que hubiese en frente de él fuera una fría ráfaga de viento, que por cierto… Me dí cuenta de que el sitio se encontraba encerrado, y completamente aislado del exterior. Estaba además completamente iluminado por grandes antorchas, sin embargo, yo sentía como si me encontrara en la sima de una alta montaña a finales de otoño. Yo suspiraba precipitadamente, y de mi boca salía un misterioso vapor blanco. No me había detenido a contemplar mi presencia; mi piel estaba más pálida de lo normal. _ ¿A qué se debe que ésta muchacha se encuentre aquí?,_ Preguntó el cardenal sonriendo. Por un rato pensé que me estaba hablando a mí, aunque no fuera mujer. Eso hasta que escuché nuevamente la voz ronca de los inquisidores. _Ha sido acusada de adulterio. La han denunciado ya más de veinte mujeres. El movimiento de sus labios se notaba bajo sus capuchas. Si sus cuerpos estaban así de desastrosos; no estaba preparado para ver sus rostros. Ellos arrojaron a la chica al suelo como lo hicieron conmigo. _Sabéis perfectamente cual es el castigo para las mujeres que cometen adulterio o fornicación,_ Rio el cardenal viendo el rostro de la chica._ Las condenas son la pera, o al desgarrador de senos. ¿Por qué motivo la habéis traído hasta aquí?. _Señor cardenal._ Dijo el guardia de negro. Cuya presencia todavía no había percatado. Pero su voz siempre reflejaba frialdad, como si sus emociones hubieran sido exorcizadas _Ha pasado mucho tiempo desde que dejamos a la última persona aquí. Benois Charbonneau. Escuchar esa última palabra me causo curiosidad. Porque si no me fallaba la memoria después de todo esa serie de horribles acontecimientos, ese era mi nombre. Yo no tenía ni la menor idea de lo que esos sujetos decían, no sabía que me había pasado; acababan de mencionarme, pero ellos no podían darse cuenta de que yo estaba allí presente. Aún teniendo en cuenta lo que me harían si me descubrían, brinqué y grité, pero escuché un ruido indicándome que hiciera silencio; al oírlo volteé. Quedé estupefacto al ver unos sujetos que al parecer si se habían dado cuenta de mi presencia, ellos me sonreían con gran felicidad, pero sus rostros pálidos y la seriedad que se veía en sus ojos creaban sensaciones en mí que no puedo describir. Sus trajes blancos estaban manchados en sangre, una vez más me indicaron silencio y pusieron sus manos sobre su rostro, indicándome que ellos también querían que yo lo hiciera, y lo hice. No encontraba nada en mi rostro, hasta que me acerqué a mi frente y me di cuenta que en una parte, mi dedo traspasaba un profundo agujero. Retiré mi dedo con pavor de mi frente, pero me di cuenta de que en mis dos ojos también se encontraban esos agujeros, aunque yo pudiera ver perfectamente. Pude escuchar después como los inquisidores abrían las puertas de ese baúl, y cuando lo hicieron, me di cuenta de que no era un baúl común y corriente. En su puerta había unas púas filosas a lo alto, manchadas en sangre seca; estaban ubicadas en la misma posición que esos agujeros estaban ubicados sobre mi rostro. Y dentro del baúl, había algo que me dejo paralizado, y fue allí cuando sentí un miedo tan profundo, que casi me hace desmayar nuevamente. En el baúl se encontraba un cadáver, con su rostro completamente ensangrentado y pálido, ese cadáver… era mi cuerpo Categoría:Mentes trastornadas Categoría:Leyendas urbanas Categoría:Fantasmas