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  • Mis juguetes
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  • Esos gritos, nunca voy a sacar esos alaridos de mi cabeza. Recuerdo cómo brotaba la sangre de esa herida, cómo las gotas tibias recorrían mi rostro. No podía dejar de ver como se retorcían en el suelo de dolor y no pude evitar soltar una carcajada. Me senté sobre el cadáver de su hermana y me quede viéndola. Después de un rato dejó de moverse y se me fue esa sensación de placer... Ya era hora de buscar otro juguete nuevo. Como siempre, le limpié la sangre a mis tijeras y salí de la casa. Era tarde y encontré otro lugar en donde podía jugar. La niña era muy hermosa, igual que su madre.
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  • Esos gritos, nunca voy a sacar esos alaridos de mi cabeza. Recuerdo cómo brotaba la sangre de esa herida, cómo las gotas tibias recorrían mi rostro. No podía dejar de ver como se retorcían en el suelo de dolor y no pude evitar soltar una carcajada. Me senté sobre el cadáver de su hermana y me quede viéndola. Después de un rato dejó de moverse y se me fue esa sensación de placer... Ya era hora de buscar otro juguete nuevo. Como siempre, le limpié la sangre a mis tijeras y salí de la casa. Era tarde y encontré otro lugar en donde podía jugar. Entré por la ventana abierta del segundo piso y ahí estaba, era la pieza de una pequeña niña y su hermanito que estaba en una cuna. Dormían tan profundamente que parecían cadáveres... Los iba a dejar para el final. Rondando por la casa me encontré a sus padres, se me ponen los pelos de punta al recordar esa noche. No quería despertar ni a la señora ni a los niños y no podía contra los dos, así que volví a la pieza de los niños, desperté al bebe y rápidamente me escondí en el armario. Cuando el mocoso dejó de llorar, el señor se dio la vuelta, dirigiéndose a su cuarto. Cuidadosamente salí de mi escondite y le corté el cuello con mis tijeras. No se escuchó ni un susurro. Lo arrastré hacia el sótano muy despacio y volví a la habitación de su esposa. Era una mujer muy hermosa; forcejeó un poco, pero pude ponerle la cinta alrededor de esos hermosos labios antes de que pudiera gritar. La até, le vendé los ojos y la metí al sótano con su esposo. La niña era muy hermosa, igual que su madre. Sus llantos fueron la melodía más hermosa que había escuchado. La cara que puso cuando le mostré lo que le había hecho a su hermano fue muy graciosa. Era como ver un zombi. Con unas sogas que tenía dentro de mi mochila colgué a los dos hermanos y a su padre del cuello en las vigas que había en el techo del sótano. Luegi le saqué la venda de los ojos a la señora. Me reí tanto cuando la veía llorar y vomitar sobre las tripas de las personas que más amaba en el mundo. La dejé vivir solo porque saber que ya no tenía a nadie me parecía gracioso. Ahora estoy buscando juguetes nuevos para divertirme... Categoría:Mentes trastornadas