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  • Ojo de sangre
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  • Ya ha pasado mucho tiempo, los días transcurren monótonos: no hay mucho que hacer en esta maldita habitación de paredes blancas. Es realmente aburrido, mi movimiento está limitado por una camisa de fuerza y unas cadenas que muerden mis tobillos. Me suspendieron durante dos semanas, en las cuales no hacía más que escuchar a mi madre reprochándome lo que había hecho; para mi fortuna, no se llego a saber acerca del causante del incidente. -Esto es por mamá, tú me la quitaste. Sabías que la amaba, te mandaré al infierno.
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  • Ya ha pasado mucho tiempo, los días transcurren monótonos: no hay mucho que hacer en esta maldita habitación de paredes blancas. Es realmente aburrido, mi movimiento está limitado por una camisa de fuerza y unas cadenas que muerden mis tobillos. Los recuerdos de la libertad yacen algo distantes, todo por culpa de aquella mujer, sin duda, la más hermosa en la que mis ojos se fijaron. Era simplemente despampanante, pero tenía un único defecto: sus sentimientos jamás corresponderían con los míos. No podríamos estar unidos por otra cosa que no fueran los lazos de sangre. Aquella mujer, mi madre, mi mayor deseo, era inaccesible. Desde aquel día en que puse mi vista en ella, mi vida cambió. No encontraba una razón para tales sentimientos. En muchas ocasiones traté de negarlos, pero era inútil: se convirtió en mi obsesión y razón de vivir. Salíamos juntos, cosas normales en una relación madre e hijo, nos llevábamos muy bien. Ella no sabía nada de mis sentimientos. Cómo me hubiese gustado que esos momentos duraran para siempre. Sin embargo, no todo era perfecto, ese hombre, mi padre, era quien se robaba sus besos y caricias. Para mí era realmente insoportable, el solo verlos abrazados creaba una sensación en mi interior similar a una puñalada. Los celos me carcomían, lo miraba con desprecio. Si no fuera por él, ella sería solo y exclusivamente para mí. Mis notas en la escuela comenzaron a ser realmente bajas, no cabía otro pensamiento en mi cabeza que no fuese ella. Toda la clase me la pasaba haciendo dibujos de ella o contemplando a escondidas una foto que había robado del álbum familiar. Es una lastima que aquella foto me hubiese traído tantos problemas. Uno de los chicos de mi clase me sorprendió mirándola. Me quitó la foto. Recuerdo haberlo amenazado. Él se rió en mi cara y posteriormente rompió la preciada foto. No pude contenerme, mi puño se estampó en su cara, la pelea inició. No recuerdo mucho, solo quería hacer que pagara por lastimar a mi madre. Me suspendieron durante dos semanas, en las cuales no hacía más que escuchar a mi madre reprochándome lo que había hecho; para mi fortuna, no se llego a saber acerca del causante del incidente. Puesto que estaba castigado, no podía salir con mis amigos, pero eso no tenía la mínima importancia, ya que pasaba todos los días con mi madre. Debo admitir que después de unos días, sus sermones se volvieron repetitivos y molestos, llegado al punto que en un ataque de rabia le grité como nunca antes lo había hecho. Ella solo lloro, pero mi padre me abofeteo. No lo culpo, me sentí horrible por lastimar de ese modo al amor de mi vida. El regreso a clases fue aburrido, mis notas seguían empeorando, ya ni siquiera podía dormir de noche, solo pensaba en ella. Comencé a verla en todas partes, escuchar su risa y dulce voz, sentir sus abrazos pero estos eran fríos. Una tarde, salimos a pasear en familia, ya no recuerdo a que íbamos, solo recuerdo estar muy cansado y un poco dormido en el asiento trasero. Mi padre conducía mientras charlaba con mi madre, que estaba sentada a su lado. El destino se lo lleva todo en cuestión de segundos, todo por esa maldita curva. El auto voló unos metros antes de impactar violentamente contra el pavimento. El vidrio del parabrisas y el mismo choque me afectaron el ojo derecho, el cual tuvieron que extirpar, además de causarme fracturas y raspones. Mi padre sufrió lesiones más severas, pero mi madre, mi dulce amor, murió instantáneamente. Era extraño, ella ya no estaba, pero aun podía verla podía escucharla. Reí, hablaba con ella, me decía que todo había sido culpa de papá, y era cierto: si no fuese por él, ella estaría viva. Mi odio por él se apoderó de mí. Tenía que hacerlo pagar, él no quería que mamá fuese de nadie más, por ello la mató, me la quitó. Nunca se lo perdonaría, debía sufrir. Una noche, cuando llegó del trabajo decidí, que sería hora de exterminarlo, por mi madre. Busqué algo que me pudiera ser de ayuda, y como caído del cielo allí estaba, el cuchillo militar de mi padre. Me sentía ansioso. Guardé el cuchillo en uno de los bolsillos de mi sudadera y lo esperé para cenar. Durante la cena permanecimos callados. Podía ver la figura de mi madre, tan hermosa como siempre, que me observaba desde un rincón. Cuando él se levantó para llevar los platos a la cocina, decidí que era el momento indicado. Caminé lentamente detrás de él, saqué el cuchillo y se lo clavé en el hombro. El torrente carmesí comenzó a decender. Mi padre se tomó el hombro emitiendo un quejido. -Esto es por mamá, tú me la quitaste. Sabías que la amaba, te mandaré al infierno. Él me miraba extrañado. Le pateé la cara, mi padre escupió un poco de sangre. Antes de encajar nuevamente el cuchillo en su carne, pude escuchar la voz de mi madre. Comencé a verla en todas partes, sus gritos retumbaban en mi cabeza. Se volvió insoportable, solté el cuchillo y me llevé las manos ensangrentadas a los oídos. Quería que parara, su risa me estaba enloqueciendo. Aprovechando esto, mi padre agarró un objeto, que no pude distinguir, con el cual me golpeó fuertemente en la cabeza. Todo se nubló, pero las risas no desaparecían. Perdí el conocimiento. Me llevaron a juicio en donde me declararon demente. Me enviaron a un hospital psiquiátrico, el lugar donde me encuentro ahora. No he dejado de ver y escuchar a mi madre, aunque solo puedo verla con mi cuenca vacía. Las enfermeras y los doctores se aparecen muy rara vez por aquí, quizás tengan miedo de sufrir el mismo destino que algunos de sus compañeros. Ya me harte de estar aquí, he decidido escapar. No me costó mucho trabajo zafarme de la camisa, aunque los grilletes fueron un poco más complicados. No entiendo por qué las enfermeras gritan al verme. Sus voces me resultan realmente molestas. Solo provocan que la risa de mi madre se vuelva más intensa dentro de mi cabeza, por ello tengo que callarlas. Estar libre es estupendo, aunque el espectro de mi amada aún me atormenta con su risa. La única forma de hacer que se detenga es hacer que las demás personas se callen. Cuando dejan de respirar y gritar, puedo tener unos momentos de tranquilidad. Por ello me desharé de cualquiera que se interponga en mi camino, cualquiera que no me deje estar en paz con el amor de mi vida.