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  • El Niño que nunca durmio
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  • thumb|206px¿Qué se esconde en lo rincones más minúsculos cuando se oscurece? Con temor Fabián pensaba eso todas las noches cuando se iba a la cama. Apenas ponía la cabeza sobre la almohada y sentía que algo debajo de él cobraba vida, el pavor lo atormentaba día y noche. Sus padres inmersos en su vida adulta no notaban la falta de descanso que comenzaba a hacer merma en la salud del pobre niño. Dos semanas duró en ese estado hasta que un día no pudo más, su pequeño cuerpo sucumbió ante el estrés y la falta de descanso y su corazón dejó de latir.
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  • thumb|206px¿Qué se esconde en lo rincones más minúsculos cuando se oscurece? Con temor Fabián pensaba eso todas las noches cuando se iba a la cama. Apenas ponía la cabeza sobre la almohada y sentía que algo debajo de él cobraba vida, el pavor lo atormentaba día y noche. Sus padres inmersos en su vida adulta no notaban la falta de descanso que comenzaba a hacer merma en la salud del pobre niño. En las mañanas cuando se levanta para ir al colegio, Fabián sentía que su cuerpo pesaba y pesaba cada vez más, hasta que un día ya no fue capaz de levantarse, sus padres, asustados corrieron al hospital. Fabián estaba gravísimo, alucinaba, entre delirios gritaba que algo lo perseguía, que estaba en espera de él, que todas las noches se subía encima suyo y no lo dejaba moverse ni respirar y que le hacía daño. Los médicos intentaron de todo para ayudar a Fabián, le dieron medicamentos para dormir, calmantes, lo ataron a la cama, pero todo era imposible, simplemente nada funcionaba, un miedo atroz le torturaba. Apenas cerraba los ojos e imágenes aterradoras venían a su cabeza. Dos semanas duró en ese estado hasta que un día no pudo más, su pequeño cuerpo sucumbió ante el estrés y la falta de descanso y su corazón dejó de latir. Ni siquiera cuando lo preparaban para su sepelio pudieron cerrarle los ojos. Cuando la familia se disponía a darle el último adiós, Don José, abuelo de Fabián, se acercó hasta el féretro, con cierto temor hecho un vistazo al cuerpo sin vida y casi cae de espaldas al percatarse de que Fabián lo estaba viendo, sus ojos abiertos lo miraban, con odio, con desprecio. Don José salió corriendo de la habitación, huyendo de esos ojos que le seguían, que le recriminaban la culpa de una muerte prematura, una muerte que ahora no le dejaría dormir a él, que lo torturaría como él lo hacía noche tras noche con el pobre Fabián.