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  • La Melodía de la Flauta - Capítulo Uno: Pesadillas
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  • Esa maldita melodía, pegajosa, encantadora... No la puedo soportar, aún sigue en mi cabeza, y resuena a la par con cada atroz recuerdo... Eran ya las 12 del mediodía y yo aún observaba fijamente el reloj de pared, esperando a que el timbre diera la señal para abandonar ese pupitre por dos días más. El profesor dictaba cual hombre distraído, esperando al timbre para librarse de la pesada carga que aparemente era la de darnos clase todos los días escolares de la semana, y aunque solo fueran dos días, era un descanso despojarse temporalmente de su aire de profesor de tan nefastos alumnos.
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  • Esa maldita melodía, pegajosa, encantadora... No la puedo soportar, aún sigue en mi cabeza, y resuena a la par con cada atroz recuerdo... Eran ya las 12 del mediodía y yo aún observaba fijamente el reloj de pared, esperando a que el timbre diera la señal para abandonar ese pupitre por dos días más. El profesor dictaba cual hombre distraído, esperando al timbre para librarse de la pesada carga que aparemente era la de darnos clase todos los días escolares de la semana, y aunque solo fueran dos días, era un descanso despojarse temporalmente de su aire de profesor de tan nefastos alumnos. — Joder, vaya desespero — dije yo, casi sin quitar la vista del reloj —. Treinta minutos más con este tipo. — Vamos, Lena, distráete un poco — Me dijo Andrés, mi compañero, intentado distraerme para apartar la mirada de aquel aparato — Son solo treinta minutos, se irán rápido. — Ya, claro, son los treinta minutos más largos de mi vida. — Eres muy exagerada. El tiempo es igual para todos, solo que depende de lo que te estés haciendo se te hace largo o corto, pues tu cerebro se encuentra ocupado y percibe en menor grado el paso del tiempo. — Guárdate tus argumentos lógicos — respondí apartando la mirada del reloj —, Si así fuera, muchas de las cosas que hago a diario me harían una anciana de golpe. Y así transcurrieron 10 minutos hasta que el profesor decidió hacer un alto a la conversación que, según el muy idiota, interrumpía su clase. — Lena, Andrés — dijo el profesor, interrumpiendo su mediocre disertación, que a leguas se notaba perteneciente a los textos de Wikipedia —. ¿Se puede saber qué tanto balbucean ustedes dos? Andrés empezó a darle explicaciones, las cuales se suponía que yo debía solidificar. Sin embargo yo solo me quedé mirándolos, como cuando observas a dos ebrios a discutir de forma ilógica, y un tanto graciosa. Aunque esto no tuvo importancia alguna cuando empezó aquella vil melodía. Fue algo muy bello, quizá lo más bello que alguna ves haya escuchado, las notas tan fluidas me hacían sentir una combinación de sentimientos majestuosos. Veía mi realidad con indiferencia, pues aquella flauta ausente me impedía escuchar algún otro sonido que no proviniera de aquel armonioso instrumento. Al poco tiempo, el efecto de sopor terminó venciendo a mi cuerpo, y caí dormida en mi pupitre. Al momento exacto de finalmente ser vencida por el sueño y cerrar mis ojos, el horror llegó a mí como un rayo en seco que golpea velozmente la tierra. Vi una masacre incontable, grotesca y fúnebre, donde se divisaban cadáveres putrefactos por doquier. Solo bastaron segundos para plasmar aquella imagen en mi cabeza, como una pesadilla inolvidable guardada en mi memoria. Para suerte mía solo fueron eso, segundos, pues el sonido del timbre y los constantes llamados de Andrés, cortaron rápidamente la soga que asfixiaba mi mente. — ¡Lena, despierta! — exclamó Andrés —. Coño, me hubieras ayudado a darle explicaciones al profesor. En cambio, te echas una siesta como si nada. Ahora llamarán a nuestros padres para... — ¿Lo oíste? ¡¿Oíste esa melodía?! — interrumpí sus palabras, con desespero —. Fue encantadora. ¡Pero fue la que me sumió en una funesta pesadilla! ¿Si la oíste? — ¿Oír qué? ¿De qué hablas? — ¡De esa puta flauta, maldita sea! — ¿Estás bien? Me preocupa verte tan alterada. — . . . Sí, estoy bien. Creo... Creo que es el cansancio. El resto del día fue muy normal, excepto en los breves momentos donde mi memoria me jugaba sucio. En cada uno de esos momentos dibujaba una expresión de miedo en mi rostro, a lo cual todos siempre preguntaban: "¿Estás bien?", a lo que siempre respondía con un sí, excusas un tanto ridículas y un rostro sonriente. Al día siguiente me dirigí a la casa de Andrés, habiendo preparado un plan para todo el día entre él y varios amigos del cole, irnos al parque de diversiones sería un buen comienzo. La madre de Andrés me recibió muy educadamente, a lo cual yo correspondí. — Lena, Andrés aún no se ha levantado — dijo mientras preparaba unos waffles —. Ve y despiértalo, por favor, yo mientras os haré un par de waffles ¿Quieres con miel de maple? — Sí, por favor. Entré al cuarto esperando encontrar a Andrés acostado o frente la PC... Qué triste lo que vi. — ¿Andrés? Baja ya que esos waffles se ven deliciosos, y sino bajas me los comeré yo solita — dije con aire desafiante. — ¡Déjame! ¡No me tortures más! — exclamaba estrepitosamente, tirado en posición fetal en aquel suelo de fino mármol —. ¡No quiero saber nada! Nada... nada... nada de nada... — ¿Pero qué coño te ha pasado? ¡Oye! Mírame, soy yo, Lena. Vamos tío, reacciona. — ¿Lena dices...? Lena... ¡Oh, Lena! ¡Fue horrible! — ¿Pero. macho, qué te pasa? ¿Por qué estás así? — La melodía... La dulce melodía me atrajo... Con esas palabras me dejó estupefacta, no necesitaba ninguna explicación más. — ... Tranquilo tío, respira y tranquilízate — dije yo intentando hacer que recobrara la compostura —. Quiero que olvides esos segundos de caos y... — ¿Segundos? ¡¿SEGUNDOS DICES?! ¡FUE TODA LA MALDITA NOCHE! ¡Lo mío no se compara a lo tuyo Lena, pero en nada! — ¿Cómo sabes lo que yo viví? En ese momento se tornó omiso, apartó la mirada varias veces. Parecía como si quisiera evitar mi presencia desde esa pregunta. — ¡Que me respondas de una maldita vez! — ... Es él, quien siempre está presente — su voz se tornó macabra —. "Aquel que derrama la sangre de inocentes y dementes, y aquellos con quienes mancha su flauta nuevamente". ¿Flauta? Eso confirmó mis dudas. Era la misma melodía que había escuchado, la cual ahora había hecho de mi amigo una vorágine. Ahora solo faltaba hacerle aflojar la lengua, que me dijera quién es él. — ¿Quién te hizo esto, Andrés? Por favor, dímelo. Así podemos hacer algo, lo que sea, y lo haremos juntos. Iba a hablar, íbamos a enfrentarnos al mismo destino si tocaba, iba a saber quién era el causante de esto. Andrés soltó un llanto muy melancólico por un buen rato, hasta que decidió hablar. — Lena, prométeme que pase lo que pase, siempre seguirás en pie. — Te lo prometo, por nosotros. Por hallar al culpable y castigarlo. — Está bien, fue... Antes de terminar la oración, Andrés explosionó sin más, dejando un rastro de vísceras y entrañas por toda la habitación, miscelánea ahora de la sangre y miembros que colgaban de la repisa y el escritorio de estudio. Grité horrorizada, bañada en sangre y trozos de mi mejor amigo, y poco después caí desmayada. Durante todo el desmayo sentí el miedo que sintió Andrés durante toda la noche. Escuchando, esta vez por varios minutos, aquella melodía mientras mi cordura se veía sofocada al paso de varias imágenes de masacres, torturas, muertes atroces, y la repetida memoria de la cruel muerte de mi mejor amigo. Me hallaba en la ambulancia, recibiendo ayuda psicológica patética y mediocre, mientras la madre de Andrés lloraba sin cesar dando explicaciones a la policía. Siento mucha tristeza por la pérdida de mi mejor amigo, siento náuseas de recordar cómo murió, siento horror al recordar lo que vi la primera vez que escuché la flauta. Todo se mezcla y ya ni me distingo frente al espejo. Me veo decaída, desganada, deprimida, y quiero mandar todo a tomar por culo. Quiero hallar respuestas y descansar de esta discordia que nubla mi mente. Solo quiero continuar, fue una promesa que le hice a mi mejor amigo, y es lo único que me mantiene cuerda. Espero que el miedo no me venza antes... Espero que no escuches la melodía de la flauta.