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  • Solitario Ryan I
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  • Primogénito y único vástago de un linaje influyente, era el orgullo de sus padres. La perfección, sin embargo, parece ser un término muy relativo: el muchacho adolecía de una maldición irreparable. Me explico en términos concisos: la catalepsia subyuga las funciones fisiológicas del paciente, instaurando en su estructura biológica un estado vital tan deficiente que se confunde con la muerte orgánica. Así repuso y rompiendo el enlosado sepulcro, le escupió al rostro pálido, dotándolo de aliento. Pero el relato de su descenso y su perdición corresponden a otro capítulo. R. I. P. Quo
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  • Primogénito y único vástago de un linaje influyente, era el orgullo de sus padres. La perfección, sin embargo, parece ser un término muy relativo: el muchacho adolecía de una maldición irreparable. Me explico en términos concisos: la catalepsia subyuga las funciones fisiológicas del paciente, instaurando en su estructura biológica un estado vital tan deficiente que se confunde con la muerte orgánica. A sus doce años Marco había gozado de todo cuanto merecía su amor: la poesía trágica, la música clásica, la filosofía, el griego y el latín, las matemáticas puras, la primavera, el otoño. Tal brillantez de ingenio le recompensó a la vez que entristeció hondamente: Marco había notado su debilidad y, concluido un prolongado estudio, llegó a convencerse de lo que padecía en secreto. La medianoche del día que todo lo trastornó a la luz de una vela recitó los versículos del espíritu Leonardo, solicitando la inmortalidad, y sus encendidas plegarias las oyó el demonio caprino lanzando un estridente cuervo que trazó nueve círculos de fuego en el aire. ¡Qué importaban estas cualidades! Maravillosas virtudes en quien la madurez vital no florecía abundante, pero el sufrimiento y el deseo constituyen la esencia de la vida. ¡Qué importaba si su candor y su gracia le hacían acreedor de todos los elogios! Marco Hobbes también había sido sepultado y conducido al bello mausoleo donde reposaban sus antepasados. Bajo su manzano predilecto el ama de llaves lo había sorprendido recostado la tarde que transformó su vida, sin respirar y con el color de la muerte tiñendo sus sonrosadas mejillas. El médico de la familia no se hizo esperar, y muy a su pesar dio la noticia que fulminaría a la madre con un paro cardíaco y hundiría al padre en el alcohol y los cancerosos burdeles. Se lavó el cuerpo de Marco, se le ungió con aceite los cabellos y se perfumó sus vestidos lozanos. Dormía en el ataúd el monumento viviente a la belleza, sí, dormía profundamente un sueño falaz. Con pompas fúnebres, llantos desgarradores y las oraciones del sacerdote, su cuerpo fue sellado tras la puerta marmórea del mausoleo. Marco no era consciente de la desgracia que hería fatídicamente, sin saberlo, su futuro: su sueño lo envolvía exquisito, subterráneo. Amigos míos, Marco Hobbes no despertó al día siguiente ni enfrentó su prisión oscura en cuestión de semanas. Por esto el deshecho patriarca convocó a sus descendientes, los que compartían con él el ancho y mustio espacio del edificio mortuorio; preocupados se congregaron los cadáveres putrefactos y los esqueletos de sus antepasados, porque no parecía muerto: le recordaban más a un durmiente. Y acordaron ser pacientes: a fin de cuentas, el mismo mal torturó bajo sus tumbas a algunos de entre ellos y la experiencia los apremiaba. Una súcubo, Krystal, brotando del suelo con ardientes llamas remeció el cementerio; sus indignados gritos rugían: "¡Él es mío! Muertos, sépanlo y basta de discusiones". Así repuso y rompiendo el enlosado sepulcro, le escupió al rostro pálido, dotándolo de aliento. "He mantenido su cuerpo incorrupto porque le haré mi siervo; su simiente me concederá el poder por el que tanto me he esforzado". Ella, la figura esbelta que traía la desolación, la discordia y la vejez, guió fuera de su tumba al muchacho. "Haré de ti un hombre", se dijo la demonio, cabalgando los vientos ebúrneos. Atado a su mandato, Marco entablaría con Krystal una temeraria relación de amor-odio que eclipsó la madrugada del 31 de octubre de 17..., cuando una niña de cinco años pereció ante la puerta de su casa por mano desconocida, con el vientre abierto de dos tajos en forma de cruz. El siglo XVIII sucumbió ante el horror: una tempestuosa ola de asesinatos proliferó con hallazgos mórbidos, reverberando por el viejo continente de extremo a extremo. Las jóvenes vírgenes aparecían desolladas de pies a cabeza y sin una sola gota de fluido en las hinchadas venas, desfigurados sus rostros carcomidos por viles gusanos; los recién nacidos perdidos encallaban en la arena de las playas, y los pescadores gemían de sórdido espanto al coger entre sus redes de cáñamo sus despojos. El loco que ejecutaba estos actos se desvanecía como por ensalmo; rabiaba la prensa y se exigía la captura del homicida. Una persecución se desató la noche del 25 de mayo tras un año de tormentos carniceros, que culminó con la muerte de Marco a sus exiguos veinte años, traicionado por Krystal quien, a la sazón, había adoptado la forma de un varón y violado a una doncella, inoculándole la simiente guardada de su amante. Razón por la que ella disolvía el pacto: no lo necesitaba más. El niño, que parió un día gris y lluvioso la pobre campesina en medio de dolores, le arrancó la vida a través de corrientes incontenibles de sangre purpúrea. Krystal lo tomó entre brazos y, levantando el vuelo, lo llevó a lo alto de una escarpada montaña localizada en los Pirineos, donde crecería y se fortalecería hasta cumplir los treinta años quien se llamaría a sí mismo Solitario Ryan. Pero el relato de su descenso y su perdición corresponden a otro capítulo. R. I. P. Quo