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  • Subir escaleras
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  • Él, en tono rotundamente sarcástico, asintió riendo a carcajadas un momento, para luego tomarla de los hombros y explicarle, como a una niña temerosa de los monstruos que se esconden en su armario, que los muertos no caminan y mucho menos maltrechos y esparciendo a su paso, gotas de sangre de heridas pasadas. "Eres absurda", agregó con un bostezo y se marchó a la cama.
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  • Él, en tono rotundamente sarcástico, asintió riendo a carcajadas un momento, para luego tomarla de los hombros y explicarle, como a una niña temerosa de los monstruos que se esconden en su armario, que los muertos no caminan y mucho menos maltrechos y esparciendo a su paso, gotas de sangre de heridas pasadas. "Eres absurda", agregó con un bostezo y se marchó a la cama. Petrificado en el umbral del cuarto, la mano izquierda apoyada firmemente en el quicio, no disponía de lucidez bastante para discernir si era miedo lo que lo atrapaba y le fijaba la postura, pero no fue capaz de pasar al interior. Temeroso e impávido, retornó a la sala donde Raquel, recostada cómodamente en el sillón, reconocía, en las tapas de un libro sobre la obra Harold Lloyd, un antiguo y tímido intento de lectura. La presencia callada y errante de él la asustó levemente: thumb|292px "¿Adónde vas?", le preguntó sin mover la vista de la portada del libro.