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  • El Hospital
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  • Cerca de Glasgow al norte de Gran Bretaña, se encuentra el hospital de Luss, el cual posee la experiencia y dedicación de médicos como el experto en neuropsiquiatría, el Dr. Samuel Cowen. Ya cercano a los cuarenta años, su cabello corto y sedoso color marrón ya presentaba sus primeras canas; esos ojos penetrantes y carentes de sentimientos podían dar las más terribles noticias sin inmutarse en lo más mínimo. Lamentablemente la suerte no estaba de su lado, ya que el doctor presentaba síntomas de lo que podría ser una grave infección urinaria, como hematuria (presencia de sangre en la orina), vómitos y fiebre alta.
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  • Cerca de Glasgow al norte de Gran Bretaña, se encuentra el hospital de Luss, el cual posee la experiencia y dedicación de médicos como el experto en neuropsiquiatría, el Dr. Samuel Cowen. Ya cercano a los cuarenta años, su cabello corto y sedoso color marrón ya presentaba sus primeras canas; esos ojos penetrantes y carentes de sentimientos podían dar las más terribles noticias sin inmutarse en lo más mínimo. Lamentablemente la suerte no estaba de su lado, ya que el doctor presentaba síntomas de lo que podría ser una grave infección urinaria, como hematuria (presencia de sangre en la orina), vómitos y fiebre alta. Dado que el doctor Samuel era un hombre serio y dedicado a su trabajo no conoció a la mujer perfecta y sus padres habían muerto hacía ya algunos años, entonces no quedaba más que él para tomar la decisión de internarse. Pero su altísima fiebre no le permitía estar cuerdo por más de unos minutos, así que para eliminar todo rastro de esta enfermedad, sus colegas fueron los que decidieron tomar al toro por las astas e internarlo en cuidados intensivos, dándole analgésicos intravenosos, dada la gravedad de su estado. Un bosque casi completamente oscuro se elevaba por la mente de Samuel esa noche del 15 de Marzo. Su extensión sólo se comparaba con la carente existencia de vida, a excepción de dos personas: el doctor y una mujer desconocida, vieja y arrugada, su leve obesidad era opacada por su largo y rubio cabello, seco y frágil como escoba. - ¿Quién eres? - Preguntó Samuel - ¿Qué?, ¿acaso no me reconoces? Soy tu madre. - No, no puede ser. Ella murió hace años, su… - ¡Que soy tu madre te digo!, ¿no te parece una falta de respeto hacia tu propia madre? - ¿Qué es lo que quieres?, ¿dónde estamos? - Eso no importa ahora. Has vuelto a mi lado, como lo predije. Volviste y no dejaré que te vayas por nada del mundo. No te atrevas a decir que no, porque lo lamentarás. Con una risa aguda y macabra, su cuerpo empezó a pudrirse lentamente hasta no quedar nada más que restos de lo que fue alguna vez humano. El hedor putrefacto le causó dolor de cabeza y llevó a Cowen a vomitar, pero, no era vómito normal, había sangre y algo negro, agrio y aceitoso, como tinta china. Algo raspaba en la garganta de Samuel que, después de varios intentos y arcadas, pudo quitarse: un pedazo de papel enrollado con hilo rojo oscuro. Procedió entonces a abrirlo con cautela, pues la amenaza de aquella anciana lo había espantado. Antes de que pudiera abrirlo por completo, Samuel despertó de golpe por el ruido de los truenos de aquella tormenta eléctrica. Su cuerpo estaba pegajoso por el sudor, no podía dejar de temblar y lo único que podía gesticular era una cara de pánico absoluto. Miró la hora en un reloj, pero este no tenía baterías. Por la ventana no había rastros de luz, así que dedujo que el amanecer se encontraba lejos todavía. Al cabo de varios minutos, se tranquilizó al fin, se levantó de la camilla y con el suero en mano se dispuso a salir. Una luz tenue al final del pasillo donde se encontraba y los tubos de las luces de emergencia destrozados, como golpeados con rabia. Las demás habitaciones estaban vacías; un aire de miedo y desesperación rondaba en el lugar cuando de repente todas las puertas y ventanas se abrieron de par en par de un azote dejando pasar un viento helado acompañado de muerte y dolor. Entonces el doctor, temblando por el frío pero también por el pavor que aquella imagen le dio, casi al trote se apresuró a llegar a la única luz que había en todo el pasillo. De pronto el viento congelante cambió de dirección, casi como si estuviera siguiéndolo. Empezaron a oírse gemidos y gritos de las habitaciones y lentamente Samuel volteó la cabeza horrorizado. El sudor de su frente se heló al ver sombras de seres extraños, parecían humanas. “Pero, ¿de dónde salieron?, ¡las habitaciones estaban vacías!” pensó. Sin dudarlo, Cowen corrió lo más rápido que pudo, sus ojos expresaban un temor inimaginable. Al llegar al fondo del pasillo, la luz tenue parecía intensificarse cada vez más para luego mostrar la puerta que llevaba hacia el quirófano. Entró y bloqueó la puerta con camillas y otros muebles que contenían las herramientas quirúrgicas. Tomó un bisturí y allí se quedó, apuntando con el arma como si eso le hiciera sentir más seguro. Su corazón latía cada vez más y más rápido. Intentó tranquilizarse en vano, el terror al ver esas sombras casi demoníacas lo persiguió por todo el trayecto de su pesadilla. Samuel en ningún momento se percató de que las luces del quirófano se atenuaban de a poco tornándose más oscuro. La poca luz que quedaba se desvaneció en un instante y las pantallas de los monitores multiparámetros mostraban distorsión. De repente aparecieron unos ojos grises ensangrentados y carentes de vida, penetrantes y siniestros, observándolo con odio. La sala se estremeció al grito de - ¡¡¡TE ESTOY ESPERANDO, REGRESA!!! La puerta bloqueada se abrió de golpe dejando entrar a las sombras macabras que se acercaban gritando y gimiendo. La mente de Cowen estaba al borde del colapso. Su mirada perdida, dirigida hacia el suelo, desesperado. Samuel sostuvo el bisturí con todas sus fuerzas llevándolo a su cuello y al grito de -¡No me llevarán con ustedes!-, cortó su cuello con precisión. Parecía haber dibujado en sangre una mueca burlesca en la garganta y en sus labios, pensando que ahora sí estaría por fin a salvo. La pérdida de sangre fue masiva matándolo casi de inmediato. Una semana después los doctores lo confirmaron, el Dr. Samuel Cowen se suicidó inducido por una esquizofrenia severa que al parecer pudo ser heredada de su madre, quien, según los informes policiales, fue tomada como principal sospechosa en el asesinato de su marido antes de que huyera. Pero, creo que tanto tú como yo sabemos que ese diagnóstico dista mucho de lo que en realidad pasó. Dos años después de la muerte de Christopher Cowen, padre de Samuel, el cuerpo de Annette Blair de Cowen fue encontrado en una fosa cerca de Dumbarton, llena de cortadas en sus brazos y en el rostro con una nota que se leía con dificultad, en donde podía leerse: --181.167.234.40 02:21 5 abr 2014 (UTC)Bastian