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  • El niño mirón
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  • Desde muy pequeña Ana había sentido una atracción apasionada por el arte, especialmente por la pintura, no sólo había desarrollado la capacidad de crear maravillas con el pincel, si no que dedicaba su vida a estudiar esta rama. Su casa estaba plagada de obras, cuadros propios, de colegas, también réplicas de pinturas famosas, todas las paredes de todos los cuartos estaban revestidas de cuadros de todo tipo y todos los estilos. Cada uno con su historia, cada uno con un amor único para Ana. - "Disculpe, ¿por qué está prendiendo fuego esas cosas aquí?” Categoría:CO Categoría:Fantasmas
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  • Desde muy pequeña Ana había sentido una atracción apasionada por el arte, especialmente por la pintura, no sólo había desarrollado la capacidad de crear maravillas con el pincel, si no que dedicaba su vida a estudiar esta rama. Su casa estaba plagada de obras, cuadros propios, de colegas, también réplicas de pinturas famosas, todas las paredes de todos los cuartos estaban revestidas de cuadros de todo tipo y todos los estilos. Cada uno con su historia, cada uno con un amor único para Ana. Pero aunque Ana tenía la increíble capacidad pocas veces vista de volcar en un lienzo de una forma maravillosa los más profundos sentimientos del alma humana, hacía un par de semanas que no conseguía dar vida a una extraña sensación que de ella afloraba, y que no terminaba de plasmarse a través de su pincel. Muchos fueron los intentos fallidos, muchos los lienzos que terminaron en la basura, pues los resultados no saciaban esa sensación interior que necesitaba salir expulsada directo a un cuadro. Y aunque intentaba, no lograba concebirla. Se sentía frustrada. Caminando por Oroño, aquel boulevard que despertaba tantos sentimientos en ella, buscaba de alguna forma conectarse con esa inquietud interna que no podía parir. Con la mirada perdida entre los árboles y el viento cálido de enero en la cara, intentaba descifrar si era un estado de alegría o tristeza aquel que la impacientaba, “¿qué eres?” se preguntaba una y otra vez frente a una respuesta que parecía escabullirse en todo momento. No pasaron muchos minutos cuando, llegando a la costa del río, vio a un hombre incinerando en un barril de metal varios objetos. Parecía algo alterado. Notó que entre juguetes, ropa, y algunos libros que parecían destinados a las llamas, se encontraba un cuadro. Curiosa se acercó hasta el sujeto y le preguntó - "Disculpe, ¿por qué está prendiendo fuego esas cosas aquí?” Camino a casa, Ana sintió que por un momento tuvo dominada en sus manos aquella sensación. La pintura que el tipo de la costa había sepultado para siempre le había producido placer, el placer que satisfacía la necesidad creadora que sentía cuando plasmaba en sus obras, aquel que no había encontrado en ninguna de sus últimas creaciones fallidas. Jamás había visto antes esa pintura, probablemente no era ninguna de renombre, no conocía a su creador, nada sabía de ella, sólo que había desaparecido en el fuego, que había muerto junto con su dueño. Pero desde el fondo de su alma su pincel la obligaba a revivir la obra, era sin dudas la creación que estaba esperando. Acomodó el bastidor, se posicionó frente al lienzo, respiró hondo, y envuelta en profunda pasión, con cada pincelada comenzó a darle vida a la obra que poco a poco se volvía más intensa y real. Concluirla le llevó seis días y seis noches, el resultado, aunque le pareció algo extraño, era sin dudas el producto de aquella ansiedad interna que la había acosado desde hacía varios días, y que finalmente había desaparecido con el nacimiento de esta nueva pintura, mezcla de alegría por la escena retratada, y también de tristeza por la historia que la inspiró a recrearla, aunque esta última sólo la resguardaba su corazón. El cuadro era una escena en la que aparecían como protagonistas dos niños, uno que jugaba colgado de un árbol, a la derecha del lienzo podía verse la mitad del tronco de la planta y desde el borde superior colgaban los pies del pequeño de modo que el observador podía intuir al niño en dicha situación. La escena se localizaba en el patio trasero de una casa de madera, el suelo estaba cubierto en parte por pasto y en partes podía verse la tierra al descubierto, sobre éste se encontraba una pelota de fútbol, una cubierta de rueda de auto y una escoba recostada sobre esta última que simulaba ser un corcel. Al fondo la casa de madera, desgastada y maltratada por el paso del tiempo, era sencilla y para nada vistosa, tenía apenas una puerta y una ventana no muy grande, detrás de la ventana se apreciaba el rostro del otro niño sonriendo alegremente, como cómplice de la situación de su compañero de escena. El cielo era de un azul grisáceo oscuro. Aunque Ana veía en la sencillez de la escena la alegría de dos nenes, era inevitable advertir que aquella historia que había inspirado la nueva pintura, hacía eco en ella. Pues no sólo ciertos detalles de los objetos emanaban cierta sensación de congoja, sino también los tonos que había empleado eran bastante sombríos, colores fríos y opacos, más sombras que luces, cierto vacío podía intuirse en aquel patio, probablemente el mismo que había sentido el padre con la pérdida del hijo, y que Ana había sabido proyectar increíblemente en aquella escena, contrastando la alegría de dos pequeños jugando, con la soledad de la muerte. Satisfecha con su creación, la exhibió en una de las paredes con menos cuadros estampadas, casi apartada del resto de las pinturas, pared enfrentada a la que conformaba el frente de la casa, de modo que cuando alguien entrase, desviando apenas unos grados la vista, contemplase inmediatamente la más joven de las obras. Agotada, Ana decidió tomar una ducha, cenó, y sin dar más vueltas se dirigió al cuarto. Se acostó, y al cabo de escasos minutos se sumió en un sueño profundo del que no despertó hasta bien entrada la mañana del día siguiente. Café en mano, se dirigió al comedor, posó la taza sobre la mesa, y ya acomodada en la silla observó la escena de los niños detenidamente, se sentía satisfecha con ella, casi como si hubiese parido a un hijo. Fijó la mirada en el niño de la casa, que parecía mirarla directamente a los ojos, sonriendo picarescamente, como si compartieran algún secreto, ella sonrió casi cómplice con él. Y no tardó en llevarse una sorpresa espantosa, cuando desviando la vista al resto de las pinturas de esa pared, notó que estaban completamente arruinadas, la pintura estaba corrida, chorreada como si le hubiesen derramado algún líquido encima. Estaban casi irreconocibles. Entre sorprendida y horrorizada por lo que el hecho significaba en cuanto al amor que sentía por esas obras, Ana se levantó de súbito y se quedó rígida un instante tratando de encontrarle alguna causa que le permitiese comprender qué demonios había sucedido. Lo primero que hizo fue inspeccionar los accesos de la vivienda buscando algún indicio de entrada forzosa por parte de algún criminal, pero nada se encontraba, al menos a simple vista, fuera de la normalidad. Todas las pinturas de la pared, con excepción de la última, estaban destruidas. Con bronca las descolgó y con mucho cuidado las acomodó en cajas de cartón que ubicó en su taller de trabajo. Esa tarde, como le era habitual luego de salir del trabajo, la mejor amiga de Ana pasó por su casa a visitarla. Apenas hubo entrado situó la vista sobre la pared en cuestión pues ya le había comentado por teléfono lo ocurrido. Notó el cuadro sin poder reparar en detalles debido a la distancia en la que se situaba. Se sentó a la mesa esperando el café que Ana fue a preparar y contempló la pintura. Al principio le pareció una obra particular muy bien trabajada, pero conforme pasaban los segundos mirándola, comenzaba a sentir cierta inquietud. Los colores parecían envolverla poco a poco en una atmósfera de misterio, a pesar de su simplicidad, en cuanto más la miraba más nerviosismo le producía, al punto de comenzar a sentir miedo. Despertaba en ella una sensación de estar siendo observada. El niño de la ventana la incomodaba sobremanera, podía sentir su mirada penetrante. En un momento sonrió y se dijo “¿qué me pasa? Es sólo un dibujo”, y fue entonces cuando un horror extraño se apoderó de ella. Pudo intuir ahora claramente que el niño de en frente, el que colgaba del árbol, estaba muerto, pendía ahorcado de alguna rama, sólo se veían sus piernas desde la rodilla hacía abajo del cuerpo sin vida. El pequeño del fondo sonreía sabiendo que en frente tenía el cadáver de su compañero, y miraba al espectador sabiendo que este último lo sabía. ¿Lo mató él? Sea victimario o no, la escena era sumamente tétrica y desagradable, especialmente la forma en que el nene de la casa, desde detrás de la ventana asomándose desde las sombras, miraba diabólicamente acompañado de una sonrisa espantosamente macabra. El corazón de la muchacha se aceleró y un sudor frío comenzó a brotar de su frente, se paró de golpe dejando caer la silla, se alejó unos pasos atrás invadida por una desesperación inexplicable, sentía deseos de gritar pero no le salía. Ese monstruo la miraba, y por más que intentaba sacarle la mirada a la pintura no podía, la hipnotizaba, le chupaba la cordura al punto de la demencia absoluta. Se sentía fuera de sí, abrumada, “¿qué es eso?” se preguntaba una y otra vez en voz alta. En un momento sintió que alguien le tomaba la mano, suave y delicadamente, una mano pequeña y fría, no se atrevió a voltear la mirada, sólo miraba a los lejos al pequeño de la ventana que le sonreía disfrutando ya no sólo de la muerte del ahorcado, sino también del pánico que infundía en la mujer. De pronto apareció Ana con dos tazas de café, tostadas y dulce, al ver petrificada y pálida a su amiga que miraba fijamente su obra de arte, depositó sobre la mesa la bandeja que contenía la merienda y se acercó preocupada a su amiga, “¿Estás bien? ¿te sucede algo?” le preguntó, como hubo preguntado esto, su amiga se abalanzó de súbito sobre la bandeja en la mesa y, tomando el utensilio para untar el dulce, propinó a Ana veinticuatro puñaladas que recorrían el torso, cuello y cara, dejando el cuchillo clavado dentro de la boca abierta de ésta en la puñalada número veinticuatro. Hecho esto, luego de observar el cadáver desangrado de Ana, una risita pícara proveniente de algún lugar de la casa fue el detonante para que la mujer que había dado muerte sin motivo alguno a su amiga, se diera muerte ella misma con unas tijeras que llevaba en su cartera. Un día después encontraron los cuerpos de las mujeres, ambos junto a la mesa, frente a la pintura del niño sonriente. Algo que notaron cuando se hicieron las pericias, es que, salvando el cuadro de los pequeños, todos en la casa estaban arruinados, en la misma condición que aquellos que Ana había descolgado primeramente. Por otra parte, todas las cosas de la casa fueron retiradas, incluida la pintura. Luego de este suceso el paradero de “El niño mirón” (como la llamaron algunos más tarde que dijeron conocer casos de gente que poseyó esta pieza y que misteriosamente enloqueció) nunca se supo. Se recrearon algunas réplicas de la réplica original, que según cuentan produce los mismos efectos. Pero lo cierto es que lo que se sabe de él es por supuestas versiones de dichos que circulan, pues no existe una historia en primera persona que se conozca, pues parece ser que nadie que lo posea vive para contarla. NevermorE88 (discusión) 05:17 13 may 2014 (UTC) Categoría:CO Categoría:Fantasmas