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  • El celular
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  • La casa estaba oscura… tan oscura. “Dios ¿Me habré quedado ciego?”. Lógicamente sólo lo pensó, no podía atreverse a emitir el más mínimo ruido, ni siquiera a abrir la boca. Sólo podía oír su propio corazón bombeando con fuerza contra su esternón. Todos los desentrenados músculos de su cuerpo estaban contraídos al máximo como si al relajarse pudieran producir algún sonido que delatara su posición. Bocabajo, con los brazos cruzados bajo el pecho tratando por todos los medios de aguantar la respiración, se sintió ridículo, indefenso, desnudo. …pum, pum; pum, pum… Y esperó. 2 3 Pestañeo. 4 Silencio.
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  • La casa estaba oscura… tan oscura. “Dios ¿Me habré quedado ciego?”. Lógicamente sólo lo pensó, no podía atreverse a emitir el más mínimo ruido, ni siquiera a abrir la boca. Sólo podía oír su propio corazón bombeando con fuerza contra su esternón. Todos los desentrenados músculos de su cuerpo estaban contraídos al máximo como si al relajarse pudieran producir algún sonido que delatara su posición. Bocabajo, con los brazos cruzados bajo el pecho tratando por todos los medios de aguantar la respiración, se sintió ridículo, indefenso, desnudo. Ahí fuera continuaba lloviendo a cantaros, si hubiera caído entonces un rayo el corazón de David no hubiera podido aguantar más y habría explotado. La cama de dos por uno cincuenta que tenía sobre él encogía por momentos. Le pareció oír algo “Está ahí” pensó horrorizado, agudizó al máximo su oído pero el maldito latido de su corazón era tan fuerte en sus sienes que apenas le permitía escuchar otra cosa. “Dios mío, que no esté ahí, por favor, que no esté ahí”. Respiraba tomando pequeñas bocanadas de aire del mismo modo que un pez lucha por no ahogarse fuera del agua cuando pasa a llamarse pescado. …pum, pum; pum, pum… Estaba convencido de que de un momento a otro se levantaría súbitamente el colchón y sería descubierto. Todo estaba a punto de acabar, estaba seguro. El pánico le atenazaba hasta el punto de sorprenderse a si mismo casi, casi deseando que todo terminara ya, la misma muerte se le antojaba atractiva si con ella venía el descanso, la paz. De modo que esperó lo inevitable. “Que sea rápido” dijo para sus adentros a modo de último deseo. Y esperó. Nada pasó. Comenzó poco a poco a tranquilizarse- si tal cosa era posible- pensó que, quizá, después de todo él no había entrado en la habitación, que los lógicos nervios simplemente le habían jugado una pasada. “A lo mejor no sabe que estoy aquí. Quizá se haya marchado” le pareció encontrar un pequeño hueco para la esperanza, “Claro, o quizá sólo está jugando contigo porque es un sádico y quiere que te relajes y salgas tú solito” Este segundo pensamiento se le reveló como mucho más posible. Claro que estaba ahí, podía imaginárselo perfectamente, parado, con una sonrisa maliciosa dibujada en su cara esperando tranquilamente a que su presa bajara la guardia y se mostrara. No sabía qué hacer, estaba embotado. Haciendo un enorme esfuerzo, contraviniendo lo que le gritaba hasta la última de sus neuronas, se atrevió a iniciar un pequeño movimiento. Giró muy lentamente su cabeza hacia la derecha, en esa dirección estaba la puerta. Se encontraba entreabierta tal y como él la había dejado después de entrar a la carrera a esconderse bajo la cama, ¿o quizá estaba algo más abierta? Si, si, seguro debía de estar al menos medio palmo más abierta “Mierda, ¿ves? Está aquí, maldita sea, ¡está aquí!”. De súbito le asaltó otra oleada de pánico, esta más salvaje aún si cabe que las anteriores, fue algo casi físico que recorrió, a modo de descarga eléctrica, su espina dorsal desde la zona sacra hasta la nuca horripilando hasta el último de los cabellos de su cuerpo. 2 “Me voy a rendir” se dijo al tiempo que notaba cómo unas gruesas lágrimas se agolpaban en sus ojos pero sin atreverse a salir ellos. “No puedo más, tengo que acabar con esto”. Entonces lo vio. A medio camino entre la cama y la puerta, apenas a un metro escaso de él acertó a vislumbrar en la penumbra de la habitación un bulto en el suelo. Eran sus pantalones. Estaban donde los dejara apenas unos minutos antes cuando se desprendiera de ellos con la mayor de las despreocupaciones como hiciera todas las noches antes de acostarse. “Mi móvil” pensó, estaba en uno de los bolsillos, no tenía más que sacar la mano para alcanzarlo. No sabría decir qué fue, quizá el simple pero poderosísimo instinto de conversación que comparten todos los seres vivos sin excepción; pero algo en su cerebro se activó, desechó la idea de entregarse a su suerte y se marcó como desesperado objetivo hacerse con el teléfono. Tenía que cogerlo. Esta decisión sirvió para que, como ocurre con los personajes de dibujos animados, aparecieran en su cabeza dos consciencias que luchaban por convencerle. Una, el Ángel Bueno – ¿O tal vez en el demonio?- le animaba a hacer acopio de todo su valor y sacar la mano de debajo de la cama para alcanzar el pantalón y con él el móvil. Le jaleaba diciéndole: “No te preocupes, si lo haces despacio no te podrá oír, pedir ayuda es tu única opción. Adelante, puedes conseguirlo”. Pero también estaba la otra voz… la que le decía que si era lo suficientemente estúpido como para sacar la mano, él la vería y todo acabaría ahí. “¿Qué hago?” se preguntó por enésima vez al borde de la histeria. En esta ocasión tanto el Ángel Bueno como el Ángel Malo permanecieron en silencio y fue su propio cuerpo el que, a modo de respuesta, inició de modo propio un tímido movimiento. Sin que David hubiera dado de forma consciente la orden pertinente, su mano derecha comenzó a luchar por salir de la prisión que significaba encontrarse entre el palpitante pecho y el frío suelo. Sentía un intenso cosquilleo en las puntas de los dedos, era como si miles de minúsculos cristales de hielo se hubieran formado en el interior de sus yemas. Tal era el miedo, tal la precaución por no hacer el más mínimo ruido que, pese a ser consciente del movimiento de su mano durante lo que se le antojó una eternidad, tuvo que rendirse a la evidencia de que ésta no se había desplazado un solo milímetro en su camino a la indefensión que significaba el mundo que se encontraba fuera de debajo de la cama. “Venga, cálmate. Inténtalo” se dijo, pero al hacer un pequeño movimiento con el hombro para intentar liberar el brazo creyó que se le paraba el corazón al oír con absoluta claridad el sonido que hizo la palma de su mano al despegarse del parquet. Se le escapó un inaudible “Ahg” a la vez que tanto su boca como sus ojos se abrieron dibujando en su cara un gesto de terror absoluto. “¡Me ha escuchado!”. …pum, pum; pum, pum; pum, pum; PUM, PUM… El corazón de David palpitaba con una violencia y una velocidad tal que resultaba doloroso, inaguantable, pero ahora ya no lo hacía en el esternón si no en la garganta misma. Sentía literalmente que se le iba a escapar por la boca abierta. El sudor frío y las lágrimas, que ya si campaban a sus anchas por las mejillas, se mezclaban con un hilo de mucosidad líquida que escapaba profusamente de su nariz y con sus babas. Iba a morir, y lo haría con la más patética de las muecas instalada en su cara. Entonces ocurrió la peor de las noticias: oyó claramente unos pasos en el pasillo acercándose decididos a la habitación. La pequeña esperanza que llegó a albergar de salir de ésta se había hecho añicos. Todo tocaba a su fin. 3 Sin pestañear una sola vez mira hacia la puerta esperando ver aparecer dos piernas, probablemente enfundadas en botas, a buen seguro lo último que alcance a ver en su vida. Quiere rezar, encomendarse a algún dios, pero dentro de él el pánico lo ocupaba todo, no queda ni un mísero resquicio para fe. Los pasos siguen acercándose y siguen acercándose y siguen acercándose… pero el pasillo no es tan largo, aquel hombre debería de haber alcanzado ya la habitación ¿por qué no está allí ya? ¿por qué le hace sufrir de esta manera? Pestañeo. Los pasos desaparecen. “¿Ha sido en el piso de arriba?” Antes de atreverse a sentir alivio, traga saliva por primera vez en mucho tiempo y espera un poco más. En la puerta no se recorta ninguna silueta. “Si los pasos han sonado arriba quizá aún tengo tiempo para conseguir ayuda o para salir de aquí” Por un pequeñísimo instante llega a plantearse incluso la peregrina idea de salir de su escondite y correr, correr tan rápido como pueda para intentar ganar la puerta de la calle. Pero para eso hace falta un valor que David no es capaz de encontrar. “Soy un cobarde” llora para sus adentros, “un mierda y un cobarde”. Y compadeciéndose de si mismo estaba cuando el Ángel Bueno volvió a la carga: “Olvídate de todo eso y haz algo, aún puedes conseguirlo. Coge el móvil, date prisa, ¡es tu última oportunidad!”. Claro que lo era. Podía imaginarse a si mismo saliendo de la habitación cuantas veces quisiera pero eso no iba a ocurrir, la única opción realista pasaba por alcanzar su teléfono. David era un naufrago y su móvil la tabla de salvación, todas sus posibilidades pasaban por hacerse con él, su vida misma dependía de aquel aparato. Desechó cualquier otro pensamiento y se centró en su misión, reunió la poca determinación que le quedaba. “Tengo que volver a intentarlo”. Su diestra comenzó a moverse de nuevo. A fin de evitar que le volviera a ocurrir lo de antes, en lugar de arrastrarla por el suelo, David decidió que sería más seguro si la hacía avanzar simulando el movimiento de una araña: meñique, anular, corazón, índice; meñique, anular, corazón, índice… Lo estaba consiguiendo, su mano ya se encontraba a la altura del hombro, libre de la presión que hiciera contra ella el pecho. En lugar de respirar tomaba pequeños chupitos de aire por la boca. El miedo aún era grande, pero estaba más tranquilo. Si él se encontraba aún en la planta de arriba podría alcanzar el móvil con relativa seguridad. El Ángel Bueno continuaba haciendo su trabajo: “Muy bien tío, ya casi está. Sigue ¿ves? ya casi está”. David se encontraba en un estado de excitación máxima, sabía que el tiempo corría en su contra, pero también que cualquier precipitación sería fatal de necesidad. “Lo estoy logrando… despacio, lo estoy logrando”. …meñique, anular, corazón, índice; meñique, anular, corazón, índice… La mano estaba a escasos milímetros de salir de debajo de la cama cuando en su mente sonó una alarma: “¡Cuidado!” -era el Ángel Malo - “¿No has oído nada? Creo que está aquí, si, si, ¡Está aquí! ¿No le oyes respirar? ¡Está en la habitación!”. Claro… volvió a abrir los ojos como platos ¿Cómo no lo había pensado antes? Seguro que entró en el cuarto justo detrás de él o en algún momento en el que estaba despistado. “Si sacas la mano ahora te la va a cortar, o peor, lo mismo te la arranca. Sabes que tengo razón ¿Verdad? ¡Detente!” Por supuesto que el Ángel Malo tenía razón ¿O no? “Esto es absurdo” se recriminó David “me estoy volviendo loco ¿O qué? No puede estar aquí 4 ¿Có… cómo va a estar aquí? Tengo que sacar la mano”. “¡No lo hagas!”. “¡Tengo que hacerlo!” y sacó la mano. Silencio. David ha superado muy ampliamente el umbral del miedo, no lo sabe, pero sus esfínteres hace rato que no funcionan y mientras su mano inerte espera el inminente golpe apoyada en el suelo de la habitación, comienza a orinarse empapando sus calzoncillos, sus piernas y su torso desnudo… “¿Ves? Tu mano sigue ahí, no está en la habitación. Coge el móvil, ¡Apresúrate!, ¡Cógelo!” El Ángel Bueno vuelve a tomar la palabra al tiempo que la mano adopta de nuevo posición de araña y reanuda su avance. Apenas son centímetros lo que le separa ahora del pantalón. “Voy a conseguirlo… ¡Voy a conseguirlo!”. Los dedos se despegan del suelo, el corazón es el primero en sentir el tacto de la tela vaquera. David siente una nueva punzada en el pecho, pero esta vez no es pánico si no alegría contenida. ¡Por fin un golpe de suerte! La temblorosa mano acierta a palpar en el primero de los bolsillos el duro bulto que anuncia de la presencia del teléfono móvil. “Ahora sólo tengo que cogerlo”. Pero no iba a ser tan fácil. El horror vuelve a hacer presa de él cuando oye, esta vez con mucha más claridad, unos pesados e inequívocos pasos en el pasillo. Se le escapa un “Ohg” a la vez que su codo inicia instintivamente el movimiento de flexión para volver al escondite. “¡No!” Grita el Ángel Bueno “Es ahora o nunca, estás muy cerca, ¡Cógelo!” Duda un segundo, pero sin saber de dónde saca las fuerzas suficientes para ordenar a su brazo que vuelva a extenderse, éste lo hace. La mano encuentra milagrosamente la abertura del bolsillo a la primera y David alcanza a tocar con la yema de los dedos el plástico de la carcasa de su teléfono móvil, de su salvación, de su salida, de su oportunidad. Los pasos se acercan inexorablemente. …tac, tac… Los torpes dedos de David a duras penas consiguen aguantar el aparato, hace pinza con el índice y el corazón. ¡Lo tiene! sólo le queda volver a esconder la mano. …tac, tac… Ya casi está. …TAC, TAC… David consigue esconder la mano justo cuando el sonido de los pasos se detiene en la entrada de la habitación. No se atreve a mirar, tiembla frenéticamente. Está completamente aterrado. Cierra los ojos con toda la fuerza de la que es capaz a la vez que aprieta el móvil y entonces ocurre… En el absoluto silencio de la noche nota vibrar el objeto que guarda en la mano. Abre ojos y boca en un horripilante grito mudo, medio segundo después suena a toda pastilla el politono de moda.