PropertyValue
rdfs:label
  • Confesionario
  • Confesionario
rdfs:comment
  • Lo he decidido, no puedo vivir con esta carga. Ya no sé qué hacer para detener mi sufrimiento. Todas las noches la puedo ver parada en mi puerta, observándome fijamente con sus ropas ensangrentadas y sus ojos grandes totalmente blancos y una mueca de tristeza en su rostro, me arrepiento de haber hecho eso… -Hijo, ¿qué te trae a la casa del Señor? -He venido a confesarme, mis pecados no me dejan dormir. -Está bien, pasa al confesionario y te perdonaré tus pecados. Entré al confesionario, y me preguntó: “¿Qué has hecho, hijo mío, qué es lo que no te permite descansar en las noches?”
dcterms:subject
dbkwik:fr.dictionnaire-espagnol-francais/property/wikiPageUsesTemplate
abstract
  • Lo he decidido, no puedo vivir con esta carga. Ya no sé qué hacer para detener mi sufrimiento. Todas las noches la puedo ver parada en mi puerta, observándome fijamente con sus ropas ensangrentadas y sus ojos grandes totalmente blancos y una mueca de tristeza en su rostro, me arrepiento de haber hecho eso… Necesitaba desahogar mis penas y contar mis pecados, mi madre decía que el perdón de dios es más importante que el de cualquier otra persona, entonces lo decidí… Me confesaría. Caminé hacia la iglesia del pueblo, la cual no tenía buena fama por razones de las que no tengo idea. Al llegar, me recibió el padre Carlos con un saludo amigable: -Hijo, ¿qué te trae a la casa del Señor? -He venido a confesarme, mis pecados no me dejan dormir. -Está bien, pasa al confesionario y te perdonaré tus pecados. Entré al confesionario, y me preguntó: “¿Qué has hecho, hijo mío, qué es lo que no te permite descansar en las noches?” Comencé a contarle: un sábado en la noche yo había salido con mi amigo y estaba algo ebrio. Regresábamos a casa caminando, ya que vivimos cerca del bar, pero eso no interesa mucho, lo que importa pasó en el camino… Había una joven en una parada de autobuses. Era muy bonita, pero a mi amigo le gustó el teléfono que ella llevaba. Me dijo: -Mira su teléfono, es de los costosos, podemos ganar mucho con él. -En que estás pensando -le dije. -Cómo podríamos quitárselo sin hacerle daño, ¿qué me dices, Brian? -No, claro que no, es un delito, no podemos hacerlo. -Vamos, ¿o acaso tienes miedo? Solo la asustaremos un poco. Yo estaba totalmente en contra, pero al final me logró convencer, ya que necesitaba dinero para mis estudios y mi borrachera no me permitía ser yo mismo. Nos cubrimos la cara con nuestras camisas y nos acercamos a ella, mi amigo me dio un pedazo de cristal. “Para que se asuste un poco”, me dijo sonriendo. Al estar detrás suyo, mi amigo la tomó por los hombros y le pidió su teléfono. Ella intentó resistirse y golpeó a mi amigo. Yo le grité que se detuviese, pero no me hizo caso y se abalanzó hacia mí… Agité el brazo con el que sostenía el cristal y por accidente le corté el cuello. Ella cayó tendida al suelo mientras se desangraba y retorcía. Yo estaba congelado observándola, mi amigo me agarró del brazo y salimos corriendo de ahí. Al llegar a casa yo aún estaba en shock, pero mi amigo me dijo que me tranquilizara, que todo iría bien y que intentase dormir. Esa noche no pude dormir. A la mañana siguiente, según las noticias, la habían encontrado y buscaban al asesino. Desesperado corrí a casa de mi amigo, pero él no estaba, sus padre dijeron que había salido a la mañana y no había regresado. Pasaron dos días y jamás volvió. En esas noches, podía ver a la chica retorciéndose con su garganta cortada, al lado de mi cama: sus ojos totalmente blancos me observaban mientras se desangraba en mi cuarto. Desde esa noche me visitó todos los días por dos años. -Por eso vine aquí, es mi única oportunidad de ser perdonado. -Lo que has hecho es muy malo, pero el Señor es piadoso y te perdonará. Quédate tranquilo, que esto no saldrá de este confesionario, ahora acompáñame. Comencé a seguirlo hacia un cuarto, bajando unas escaleras. Me hizo pasar y me pidió que me sentara. Yo estaba algo nervioso, ya que no conocía ese sector de la iglesia, pero me preocupó que el padre no estuviera allí. ¿A dónde habría ido? Miré hacia atrás y solamente pude verlo con un gran crucifijo en sus manos y me golpeó en la cabeza… Me desperté atado a la silla con un alambre de púas en manos y pies. -Padre Carlos, ¿por qué hace esto? Me respondió con una voz de furia: -Me fue difícil, pero lo logré, los encontré. El primer chico fue fácil, ya que vino a confesarse al día siguiente y acabe fácilmente con él, pero antes le hice conocer el verdadero dolor. -¿Por qué? ¡Por qué! -¿Acaso eres tonto y no te das cuenta? La chica que mataste fue el único recuerdo que me quedaba de mi amada Lucía. Era mi hija y tú la mataste. Todo lo comprendí, todo. Comencé a sudar y mi corazón parecía que iba a explotar, mi visión se comenzó a nublar, había perdido mucha sangre. El padre se acercó a mí, con su crucifijo en mano, y me lo clavó en la pierna. Un intenso grito de dolor salió directo de mi alma, lo removió en mi pierna y me lo sacó, luego lo arrojó al piso. Comenzó a sonreír: “Al fin mi pobre Amanda podrá descansar en paz”. A mí ya no me quedaban fuerzas ni para gritar. Él se alejó un poco y trajo una botella de alcohol, y comenzó a rociármela en mi cabeza y cuerpo. Yo ya sabía lo que pasaría, mi fin se acercaba. El padre tomó un fosforo y lo encendió, detrás de él estaba Amanda su hija, sonriendo, con su cuello sangrando. El padre repuso finalmente: -Anteriormente te dije que el Señor tenía piedad y te perdonaría, pero yo no soy Dios y no te perdono, ahora espero que el fuego te lleve al lugar que te mereces. Lanzó el fósforo hacia mí y comencé a arder. Grité y grité con todas mis fuerzas, pero sabía que nadie me escuchaba. El padre y su hija sonreían a carcajadas mientras yo ardía. Podía sentir el olor de mi carne cocida, ya no me quedaban fuerzas para gritar. Lo último que pude ver fueron sus sonrisas y el crucifijo en el suelo sobre ese enorme charco de mi propia sangre…