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  • Danza en el fuego, vol. 5
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Contenido
  • "¡Jabón! ¡El bosque se alimentará de amor! ¡Justo al frente! ¡Un estúpido y su estúpida vaca!" La voz retumbó tan de repente que Decumo Scotti saltó del susto. Se puso a mirar a un claro de la oscura selva, desde donde momentos antes tan solo oía sonidos de animales e insectos y el suave silbido del viento. Era una voz extraña con un acento raro, de género incierto y modulaciones temblorosas, pero indudablemente humana o, como mucho, élfica. Quizás, un bosmer solo que chapurreaba a duras penas un poco de cyrodílico. Tras innumerables horas andando lenta y pesadamente por la densa e intrincada selva de Bosque Valen, cualquier voz ligeramente familiar sonaba maravillosa. "¿Hola?", gritó. "¿Escarabajos con algún nombre? ¡Seguro que ayer sí!", volvió a decir la voz. "¡Quién, qué, cuándo y ratón!" "Me temo que no entiendo", respondió Scotti, volviéndose hacia el árbol recubierto de zarzas, tan ancho como un carro, de donde provenía la voz. "No te asustes. Me llamo Decumo Scotti. Soy un cyrodílico de la Ciudad Imperial. He venido aquí para ayudar a reconstruir Bosque Valen tras la guerra y ahora, como se puede observar, estoy bastante perdido". "Gemas y esclavos asados... la guerra," gimió la voz, echándose de repente a sollozar. "¿Sabes algo sobre la guerra? Yo no sé ni por donde se encuentra... Por no saber, ni siquiera estoy seguro de a qué distancia me encuentro ahora de la frontera", dijo Scotti mientras se dirigía lentamente hacia el árbol. Tiró la mochila de Reglio al suelo y extendió sus manos vacías. "Estoy desarmado. Únicamente quiero saber el camino al poblado más cercano. Estoy tratando de encontrar a mi amigo Liodes Juro en Silvenar". "¡Silvenar!", rió la voz. Y se rió aún más fuerte mientras Scotti rodeaba el árbol. "¡Gusanos y vino! ¡Gusanos y vino! ¡Silvenar canta para los gusanos y para el vino!" Alrededor del árbol no pudo encontrar nada. "No te veo. ¿Por qué te escondes?" Frustrado por el hambre y la extenuación, Scotti golpeó el tronco del árbol. Un temblor repentino de algo dorado y rojo se asomó en un recoveco hueco de más arriba y, de pronto, Scotti se vio rodeado de seis criaturas aladas que no medirían más de unas pocas pulgadas de alto. Sus brillantes ojos color carmesí se situaban a cada lado de unas protuberancias con forma de túnel, que debían ser las bocas continuamente abiertas de los animales. Carecían de patas, por lo que no dejaban de batir sus finas y doradas alas, que no parecían lo suficientemente fuertes como para transportar sus hinchadas y gordas barrigas. Y, pese a todo, revoloteaban por el aire como las chispas de una hoguera. Girando alrededor del pobre gestor, comenzaron a charlar diciendo lo que ahora Scotti llegaba a comprender: tonterías puras y duras. "Vino y gusanos, ¡a qué distancia me encuentro ahora de la frontera! ¡Embargos académicos y desgraciadamente, Liodes Juro!" "Hola, me temo, ¿estoy desarmado? Llamas ahumadas y el poblado más cercano es querido Oblivion". "¡Hinchados de carne mala, un nimbo-estrato añil, pero no te asustes!" "¿Por qué te escondes? ¿Por qué te escondes? ¡Antes de ser tu amigo, ámame, lady Zuleika!" Furioso con los imitadores, Scotti sacudió los brazos devolviéndolos a las copas de los árboles. Volvió al claro y abrió su mochila de nuevo, tal y como había hecho horas antes. Seguía sin haber, para su sorpresa, nada útil dentro de la bolsa, ni tampoco nada para comer escondido en alguna esquinita o bolsillo. Una considerable suma de oro , un montón de pulcros formularios de contratos de la Comisión de Obras de lord Vanech, un trozo de cuerda fina y una capa de cuero engrasado para el mal tiempo. Al menos, pensó Scotti, no he tenido que soportar la lluvia. El prolongado estruendo de un trueno le recordó a Scotti lo que había estado sospechando durante algunas semanas: le habían echado una maldición. En menos de una hora, ya llevaba puesta la capa y se abría paso entre el barro. Los árboles que antes no permitían el paso de la luz del sol, no le protegían contra las sacudidas de la tormenta y el viento. Los únicos sonidos que se distinguían entre la lluvia, que caía a cántaros, eran las burlonas voces de las criaturas volantes que revoloteaban por encima de su cabeza, parloteando sus tonterías. Scotti les había gritado y tirado piedras, pero parecía que se habían enamorado de su compañía. Mientras trataba de agarrar una piedra que parecía bastante prometedora para lanzársela a sus torturadores, Scotti sintió que algo se movía bajo sus pies. El húmedo, aunque sólido, suelo se licuó de repente, convirtiéndose en una especie de ola que le arrastró precipitadamente hacia delante. Ligero como una hoja, voló hasta caer de cabeza en una corriente de barro que le siguió impulsando hasta que fue a parar a un río a veinticinco pies de distancia. La tormenta cesó al instante, justo como había empezado. El sol derritió las oscuras nubes y calentó a Scotti mientras nadaba hacia la costa. Allí le dio la bienvenida otra señal de la incursión khajiita en Bosque Valen. Lo que antes había sido una pequeña aldea de pescadores, se había extinguido hacía tan poco tiempo que todavía estaba caliente como un cadáver recién asesinado. Los montículos de tierra donde en su día se guardaba el pescado, de ahí su olor, habían sido devastados y su contenido era ahora cenizas. Las balsas y las barcas estaban rotas, barrenadas y medio hundidas. No había ni un lugareño, ni muertos ni refugiados, que ya debían encontrarse muy lejos, o eso es lo que supuso. Algo golpeó contra un muro de una de las ruinas. Scotti corrió a investigar. "¿Me llamo Decumo Scotti?", cantó el primer animal alado. "¿Soy un cyrodílico de? ¿la Ciudad Imperial? ¿He venido aquí para ayudar a reconstruir Bosque Valen tras la guerra y ahora, como se puede observar, estoy bastante perdido?" "¡Voy a aumentar para mancharte, cuello de simio!" añadió uno de sus compañeros. "No te veo. ¿Por qué te escondes?" Mientras ellos seguían con su charla, Scotti empezó a buscar por el resto de la aldea. Seguro que los felinos se han dejado algo atrás, un pedazo de carne deshidratada, un trocito de salchicha de pescado... algo. Sin embargo, su aniquilación había sido impecable. Allí no había nada que comer por ninguna parte. Bajo los restos caídos de una cabaña de piedra, Scotti encontró un objeto que podría resultarle útil: un arco y dos flechas de hueso. La cuerda había desaparecido, o probablemente habría ardido con el calor del fuego, pero sacó la cuerda de la bolsa de Reglio y volvió a encordar el arco. Las criaturas revoloteaban y merodeaban cerca de Scotti mientras trabajaba: "¿El convento del sagrado Liodes Juro?" "¿Sabes algo sobre la guerra? ¡Gusanos y vino, limita a un anfitrión de oro, cuello de simio!" Una vez encordado el arco, Scotti colocó una flecha y la balanceó, tensando finalmente la cuerda contra su pecho. Los animalillos alados, que ya habían tenido alguna experiencia anterior con arqueros, salieron disparados en todas direcciones y desaparecieron. No tenían que haberse molestado. La primera flecha de Scotti fue a parar al suelo a tres pies de distancia de él. Lanzó varios improperios y la recuperó. Los imitadores, que también habían tenido experiencias anteriores con arqueros desastrosos, volvieron de inmediato para merodear por los alrededores y burlarse de Scotti. Su segundo disparo fue mucho mejor desde el punto de vista puramente técnico. Recordó el aspecto de los arqueros en Falinesti cuando salió de debajo de aquella horrible garrapata y todos le estaban apuntando. Colocó su mano izquierda, su mano derecha y el codo derecho de manera que formaran una línea simétrica y tiró del arco hasta que su mano izquierda le rozó la mandíbula de manera que pudiera tener en el punto de mira a la criatura, como si la flecha fuera un dedo que la señalaba. La saeta no alcanzó el blanco tan solo por unos dos pies, aunque siguió su trayectoria, y al final se partió al golpear un muro de roca. Scotti anduvo hacia la orilla del río. Ya solo le quedaba una flecha y consideró que quizás lo más práctico sería encontrar a un pez lento y dispararle. Si fallaba, al menos tenía menos posibilidades de romper el astil y siempre podía recogerlo del agua. Un pez bastante inactivo con bigotes pasó cerca y Scotti decidió apuntarle. "¡Me llamo Decumo Scotti!", aulló una de las criaturas, asustando al pez. "¡Un estúpido y su estúpida vaca! ¡Bailarás una danza en el fuego!" Scotti se volvió y apuntó con la flecha al igual que había hecho antes. Sin embargo, esta vez, se acordó de posicionar los pies como hacían los arqueros, con una separación de unas siete pulgadas, con las rodillas estiradas y con la pierna izquierda ligeramente adelantada para que formara un ángulo con su hombro derecho... y lanzó su última flecha. Además, la flecha se convirtió en un útil tenedor para asar a la criatura en las humeantes y ardientes piedras de una de las ruinas. El resto de sus compañeros desaparecieron al instante tras la muerte del animal y Scotti pudo cenar en paz. La carne resultó estar deliciosa, pese a que apenas era suficiente para un primer plato. Estaba extrayendo lo último que quedaba de los huesos cuando un barco apareció navegando por el recodo del río. Al timón se encontraban unos marineros bosmer. Scotti corrió a la orilla y agitó los brazos. Apartaron la vista y siguieron su camino. "¡Eh, estúpidos bastardos insensibles!", aulló Scotti. "¡Truhanes!, ¡gamberros!, ¡cuellos de simio!, ¡canallas!" Una silueta con bigotes grises salió por una escotilla y Scotti reconoció inmediatamente a Gryf Mallon, el poeta traductor que conoció en la caravana de Cyrodiil. Miró en dirección a Scotti, con los ojos brillantes de la emoción: "¡Decumo Scotti! ¡Precisamente al hombre que esperaba ver! ¡Me gustaría saber lo que piensas acerca de un enrevesado pasaje en el Mnoriad Pley Bar! Comienza con 'Recorrí sollozando el mundo, en busca de maravillas...', ¿te suena?" "¡Nada me gustaría más que discutir contigo el Mnoriad Pley Bar, Gryf!", respondió Scotti. "Pero, ¿me permites primero subir a bordo?" Rebosante de alegría por estar en un barco que no se dirigía a ningún puerto en especial, Scotti cumplió su palabra. Durante más de una hora, mientras el barco navegaba río abajo pasando cerca de los restos ennegrecidos de las aldeas bosmer, no preguntó nada ni habló sobre su vida durante las últimas semanas: simplemente se limitó a escuchar las teorías de Mallon sobre los objetos esotéricos de los aldmeri durante la Era Merética. El traductor no le pidió su opinión de erudito invitado y simplemente aceptó sus afirmaciones de cabeza y sus encogimientos de hombros como parte de una conversación civilizada. Incluso sacó algo de vino y gelatina de pescado, que compartió distraídamente con Scotti, mientras exponía sus diversas tesis. Finalmente, mientras Mallon buscaba una referencia sobre algunos puntos secundarios que se encontraban en sus notas, Scotti preguntó: "Cambiando de tema, me estaba preguntando hacia dónde nos dirigíamos." "Al mismísimo centro de la provincia, a Silvenar", respondió Mallon, sin levantar la vista del pasaje que estaba leyendo. "En realidad, es algo pesado ya que yo quería dirigirme primero a Corazón del Bosque para hablar allí con un bosmer que afirma poseer una copia original de Dirith Yalmillhiad. ¿Te lo puedes creer? Sin embargo, por ahora, eso tendrá que esperar. La isla de Estivalia ha sitiado la ciudad y parece que está tratando de provocar que su ciudadanía muera de hambre si no se rinde. Es una perspectiva fastidiosa, ya que los bosmer se alegrarán de comerse unos a otros, y existe el riesgo de que, al final, tan solo quede un gordo elfo del bosque para agitar la bandera". "Es desconcertante", afirmó Scotti, con compasión. "Por el este, los khajiitas están incendiándolo todo, y al oeste, los altos elfos prosiguen con la guerra. ¿Supongo que las fronteras por el norte tampoco estarán tranquilas?" "Están incluso peor", respondió Mallon, con el dedo sobre la página, todavía distraído. "Los de Cyrodiil y los guardias rojos no quieren que los refugiados bosmer entren a sus provincias en masa. Es lógico. Imagínate cuánta delincuencia podría surgir ahora que están hambrientos y son vagabundos". "Así que", murmuró Scotti, mientras sentía un escalofrío, "estamos atrapados en Bosque Valen". "De ninguna manera. Necesito salir de aquí dentro de poco, porque mi editor me ha impuesto un plazo inamovible para mi nuevo libro de traducciones. Según lo que he oído, simplemente hay que pedir al silvenar una protección especial para la frontera que te permita pasar a Cyrodiil con total impunidad". "¿Pedírselo al silvenar o pedirlo en Silvenar?" "Pedírselo al silvenar en Silvenar. Es la extraña nomenclatura típica de este lugar, el tipo de cosas que hacen que mi trabajo de traductor se convierta en un reto cada vez más difícil. El silvenar, o más bien los silvenar, es lo más parecido a un gran líder bosmer. Lo más importante que hay que recordar sobre el silvenar..." Mallon sonrió al encontrar el pasaje que estaba buscando: "¡Aquí! 'Durante una quincena, inexplicable, el mundo se incendiará en un baile'. De nuevo una metáfora". "¿Qué es lo que decías sobre el silvenar?", preguntó Scotti. "¿Qué era lo más importante que había que recordar?" "No me acuerdo de lo que estaba diciendo", respondió Mallon, volviendo a su oración. En una semana, el pequeño barco ya se movía por aguas poco profundas y más tranquilas, mecido por la espumosa corriente del Xylo y Decumo Scotti vio por primera vez la ciudad de Silvenar. Si Falinesti era un árbol, Silvenar era una flor. Una magnífica multitud de matices descoloridos de verdes, rojos, azules y blancos brillaba junto a residuos cristalinos. Mallon había comentado de pasada, en un momento que no estaba explicando la prosodia aldmeri, que Silvenar fue en su día un claro florecido del bosque. Debido a algún hechizo o por causas naturales, la savia de sus árboles comenzó a fluir junto con un licor translúcido. Esa savia que fluía y se endurecía sobre los coloridos árboles, formó la red de la ciudad. La descripción de Mallon era enigmática, aunque prácticamente no le preparó para la belleza de la ciudad. "¿Cuál es la mejor y más lujosa taberna que hay aquí?", preguntó Scotti a uno de los marineros bosmer. "La mansión Prithala", respondió Mallon. "¿Pero por qué no te quedas conmigo? Voy a visitar a un conocido mío, un erudito que creo que te fascinará. Su choza es modesta, aunque tiene ideas extraordinarias acerca de los principios de una tribu aldmeri de la "Era Merética denominada sarmathi..." "En otras circunstancias, aceptaría encantado", dijo Scotti gentilmente. "Sin embargo, tras varias semanas durmiendo en el suelo o en una balsa y comiendo lo que pudiera gorronear, siento la necesidad de gozar de las comodidades de una criatura indulgente. Y después, en un día o dos, me presentaré ante el silvenar para pedirle el salvoconducto hacia Cyrodiil". Los hombres se despidieron. Gryf Mallon le dio la dirección de su editor de la Ciudad Imperial, que Scotti aceptó, para después olvidarla rápidamente. El gestor se paseó por las calles de Silvenar, cruzando puentes de ámbar y admirando la arquitectura del bosque petrificado. Frente a un palacio realmente admirable, de plateado y reflectante cristal, encontró la mansión Prithala. Alquiló la mejor habitación y pidió la comida más apetecible y de mejor calidad. En la mesa de al lado vio a dos tipos muy gordos, un hombre y un bosmer, que comentaban lo buena que estaba la comida en comparación con la del palacio de Silvenar. Empezaron a discutir sobre la guerra y algunos asuntos de finanzas, así como sobre la reconstrucción de los puentes de la provincia. El hombre se percató de que Scotti les estaba mirando y sus ojos brillaron al reconocerlo. "Scotti, ¿eres tú? Por Kynareth, ¿dónde has estado? ¡He tenido que hacer yo mismo todos los contratos!" Al oír el sonido de su voz, Scotti lo reconoció. El hombre gordo y muy congestionado era Liodes Juro.
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  • Danza en el fuego, vol. 4
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  • Un sueño de Sovngarde
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